Somos presencia del amor de Dios en el mundo
En el último domingo de Pascua seguimos leyendo el discurso de
despedida de Jesús. En esta narración, la comunidad de Juan quiere
resumir el testamento que Jesús deja a sus seguidores. En el fragmento
de hoy hay dos promesas: “El que me ama guardará Mi palabra, y Mi Padre
lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él… el Espíritu Santo,
que enviará el Padre en Mi nombre, será el que os lo enseñe todo y os
vaya recordando todo lo que os he dicho.” ¡¡¡Genial!!! ¡Estas sí que son
Palabra de Vida eterna! ¡Cuántas veces habré leído este texto sin
enterarme de nada!
Mi idea de Dios, próxima a la que presenta el AT, que he mantenido
larguísimos años de mi formación cristiana, me ponía las cosas muy
difíciles para compaginarla con mi evolución intelectual y humana. El
dios en que creía se me iba haciendo inverosímil e increíble.
No hace mucho oí, por primera vez, la expresión “Hacer experiencia de
Dios”. Me pareció una afirmación contradictoria. Mis ideas de
experimento y del dios en que creía eran incompatibles. De ese dios
lejano (en los cielos), todopoderoso y juez de vivos y muertos no se
puede tener experiencia. En cambio, hoy es para mí una evidencia que
solo si experimentas la presencia de Dios en tu vida cotidiana (si
tienes la vivencia de su Presencia) puedes ser creyente en Él. Sin hacer
equivalentes creencias y fe. La fe es un encuentro personal con un
DiosAmor (sin guion) cercano e íntimo. Así es el Dios de Jesús de
Nazaret. Hoy puedo vivir con alegría que Jesús es "La morada de Dios
entre los hombres" y nosotros también. Así el lugar de la presencia del
Dios de Jesús es el hombre. Por eso podemos
experimentarlo (vivenciarlo) dentro de nosotros mismos mismo y
descubrirlo dentro de cada uno de los demás seres humanos.
¿Qué ha pasado en mi vida para este cambio? Que buscando a Dios me he
encontrado al Jesús de los Evangelios. Al Jesús modelo de imagen de
Dios. Modelo de la encarnación de Dios en todo. Y a partir de este
encuentro he ido elaborando otra imagen de Dios, del hombre, de mí misma
y del mundo. Y desde ahí veo las cosas “divinas” de otra manera.
El encuentro con el Dios de Jesús ha producido en mí una revolución
de todo mi sistema creyente. Un Dios cercano, Fundamento de mi ser e
identificado conmigo. El Dios Encarnación, Presencia, Fundamento y
Padre. (Todo son metáforas porque nuestro vocabulario se queda pobre
para nombrar al Innombrable). Igualmente, el cambio en la visión del
hombre no ha sido menor. Del ser carente, incompleto, incapaz de bondad,
a un ser en evolución y progreso, capaz de desarrollar sus
potencialidades y llegar a su realización plena; un ser abierto y
autónomo, responsable de sí mismo y de los otros. Un ser para los otros.
En síntesis: el hombre como imagen y semejanza del Dios de Jesús.
Y como la idea de Dios y del hombre que tengas es fundamental en la
espiritualidad que vives y en la religión que practicas, la
transformación de ella acarrea necesariamente un cambio de la
religiosidad y la espiritualidad. Y en consecuencia, modifica
radicalmente tu identidad cristiana. Como veíamos el domingo pasado la
señal del cristiano no es la cruz. La señal del cristiano es el amor a
Dios en el hombre. Porque son una misma realidad. Porque Dios se ha
encarnado, se ha identificado (“a mí me lo hicisteis”) con el hombre.
Si nos sentimos “morada de Dios”, si verdaderamente Dios está en
nosotros, tenemos necesariamente que manifestarlo. Dios es amor y lo
mejor de nosotros es nuestro ser amoroso; que es nuestro verdadero ser,
nuestro ser profundo. Somos templos de Dios, presencia constante del
Espíritu de Dios con nosotros. Somos seres habitados. No estamos solos.
Somos presencia del amor de Dios en el mundo. Nuestra vida tiene que dar
testimonio de esa Presencia. ¿Cómo? Siendo Sus manos y Sus pies.
Trabajando con ilusión en la implantación del Reinado de Dios en el
mundo. Tenemos que ayudar a Dios en esa tarea. Todo en nosotros es don y
tarea. Los talentos recibidos son para emplearlos en los que necesitan
de nosotros. Somos administradores fieles y sabios de nuestras
cualidades para rentabilizarlas en el bien común de nuestros próximos.
Dios los da para el bien de toda la comunidad. Los otros descubrirán la
presencia de Dios en mi vida cuando manifieste a través de mis
comportamientos lo que de Dios hay en mí. Bondad, honradez,
disponibilidad, actitud de servicio a los demás. Cuando, de verdad sea
un ser para otro. Desde nuestro ser amoroso. Esto es Vivir desde nuestro
ser resucitado, desde nuestra nueva humanidad. Eso es nacer de nuevo,
nacer a la Vida divina, eterna, definitiva. Y esto aquí y ahora. Sin
dejarlo para más tarde.
Por África de la Cruz. Publicado en Fe Adulta
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