Momentos culminantes de la historia

Si quisieras nombrar los tres acontecimientos más importantes de tu vida, ¿cómo los elegirías? Tu nacimiento será, obviamente, el primero. Pero después de este, ¿qué criterios utilizarías para elegir los demás? La mayoría de nosotros elegiríamos, probablemente, puntos culminantes de transición, elecciones que, como escribió Robert Frost, parecen marcar la diferencia. 

En 1979, Karl Rahner, uno de los teólogos más renombrados del siglo XX, describió lo que consideró como los tres momentos más importantes en la historia de la Iglesia Católica. El primer cristianismo judío primitivo, comprendió el breve período de tiempo de la vida, muerte y resurrección de Jesús y del primitivo movimiento judeocristiano. En esta fase, el cristianismo existía en su propia realidad cultural como una corriente interna del judaísmo. En la segunda lectura del pasado domingo, escuchamos sobre la lucha que supuso el segundo momento en el que el cristianismo se abrió al mundo entonces conocido.

En Hechos 15, Lucas nos ofrece solo la más ligera de las pinceladas sobre la pasión y el drama que supusieron los debates entre los discípulos sobre lo que debía exigirse a los gentiles conversos al cristianismo. Lucas resume el eje de la discusión diciendo que algunos estaban enseñando a los conversos en territorio griego: "Salvo que estéis circuncidados según la ley mosaica, no podréis salvaros".

Esa posición atacaba el fundamento de la predicación de Pablo sobre la fe. Para Pablo, el cristianismo estaba fundado sobre la fe en Cristo expresada por medio del amor y de nada más (Gálatas 5:6). Todo aquel que exigiese obediencia a la antigua ley religiosa había olvidado la gracia y estaba pretendiendo ganarse la salvación que es un don gratuito.

Los cristianos judíos que defendían la obligatoriedad de la ley sentían que estaban siendo fieles a miles de años de su tradición como pueblo elegido. Cuando escuchaban a Pablo afirmar que la circuncisión no tenía ninguna importancia para Cristo, debieron pensar que era un hereje anárquico y liberal. Este conflicto interno tenía el potencial suficiente para producir una división fatal al nuevo y creciente movimiento y comunidad cristiana.

Para resolver el impasse, la comunidad griega envió a Pablo y a algunos compañeros a dialogarlo con los líderes de la iglesia en Jerusalén. Lucas afirma que tuvo lugar "no poca discusión y debate". En otras palabras, tuvo lugar una confrontación bastante acalorada. Ya que Jesús no dejó instrucciones en la materia, tuvieron que escucharse unos a otros y buscar la voluntad de Dios escuchando y ponderando puntos de vista muy diferentes.

En un momento, Pedro, que no siempre había sido el más valiente de los testigos, les recordó su experiencia de que los gentiles habían recibido el Espíritu Santo en igualdad con los cristianos judíos. Pedro concluyó que Dios "no había realizado distinción entre ellos y nosotros, porque por la fe purifica sus corazones" (Hechos 15:9). Otros proporcionaron testimonios similares. Pablo hablaba de la santidad de los gentiles y Santiago recordó a la comunidad que la vocación de Israel era llevar a Dios a llevar a toda la humanidad a Dios. 

Lucas no nos dice si se reunieron durante una tarde, una semana o más tiempo. Lo único que nos cuenta es que airearon sus desacuerdos abiertamente y lucharon juntos para discernir la voluntad de Dios. Al final, concluyeron que la circuncisión no era necesaria. En otras palabras, los conversos de Pablo no tenían que convertirse en judíos para ser cristianos, ni la comunidad de Jerusalén tenía que abandonar la sinagoga y sus oraciones tradicionales. Como señaló Rahner, "el cristianismo no era la exportación" del judaísmo, sino que "desde toda su relación con el Jesús histórico, crecía sobre la tierra del paganismo".

Este momento es crucial porque sin esta decisión el cristianismo probablemente habría seguido siendo una pequeña secta del judaísmo, focalizada en torno a Jerusalén. En cambio, los discípulos misioneros asumieron la libertad de moverse a lo largo de todo el mundo conocido y adaptarse a una realidad cultural mucho más amplia -aquella que dio nacimiento a la civilización occidental-.

Según Rahner, el tercer momento existencial de la Iglesia fue el Concilio Vaticano II, cuando los obispos reunidos eran nativos del mundo entero. Para Rahner, el Vaticano II, como el Concilio de Jerusalén, ofreció a la Iglesia, hasta entonces eurocéntrica, la oportunidad de convertirse en genuinamente católica, esto es, universal. Si el Concilio de Jerusalén permitió a la Iglesia encarnarse en el mundo occidental, el Vaticano II tuvo el potencial de abrir a la Iglesia la puerta de la encarnación en todas las culturas de la tierra.

¿Qué significa esto para nosotros? El conflicto de los discípulos nos puede sonar muy familiar mientras discutimos sobre cómo la Iglesia y la sociedad están llamadas a adaptarse cuando la tecnología hace desaparecer las distancias y los viajes y la inmigración permiten a las diversas culturas vivir en contacto. Si San Pablo y Rahner tienen razón, estamos viviendo un momento de una gracia y oportunidad extraordinaria. Nuestros debates tal vez sean feroces, pero necesitamos confiar en que el Espíritu Santo nos guiará si permanecemos abiertos a Su Presencia. La decisión que tomemos el Espíritu Santo y nosotros marcará la diferencia.

Por Mary Mc Glone. Traducido del National Catholic Reporter

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