La necesidad de una cultura de la vulnerabilidad

Jerarquía y vulnerabilidad parecen ideas aparentemente incompatibles. La jerarquía (en el imaginario católico) marca estatus, poder, privilegio y la capacidad de controlar. La vulnerabilidad, en cambio, señala debilidad, un fallo de algún tipo. Debe ser evitada.

Pero la vulnerabilidad, comprendida adecuadamente, es justamente lo que los miembros de la jerarquía católica romana necesitan abrazar como una fortaleza, sostiene Fray James Keenan, un teólogo jesuita. Si ha de comprenderse un elemento interior esencial en el corazón de la humanidad, cuya ausencia se encuentra en el centro de la crisis de los abusos sexuales, la jerarquía debe desarrollar una cultura de la vulnerabilidad.

Keenan, profesor y director del Instituto Jesuita de la Facultad de Boston, está desarrollando una visión importante y fascinante de la crisis de los abusos, elevando la discusión sobre la cultura clerical y jerárquica mucho más allá de los cambios en leyes, en protocolos, en la estructura institucional a los que la crisis ha forzado a la Iglesia. Así que voy a centrarme en un punto esta semana, con conexiones con columnas pasadas y la esperanza de que el debate continuará en el futuro.

Hace dos meses, en este mismo blog, hice amplia referencia a una inspirada pieza de Fray Mark Slatter, profesor asociado de ética teológica en la Universidad de San Pablo, Ottawa, Ontario, sobre la cultura clerical. Él definía "cultura", en general, como "una red de significado y valor personal". En el mundo clerical, eso significa una psicología que "genera redes de vínculo entre sacerdotes, obispos y grupos laicos de similar orientación, entre obispos y cardinales, entre católicos laicos ricos y de think tanks".

Keenan lo leyó y quedó particularmente impresionado con la afirmación de Slatter de que "la cultura jerárquica es la zanahoria de oro para aquellos predispuestos a sus atractivos". Había estado buscando la palabra con la que expresar ese nivel de la cultura que se diferencia, por su formación y privilegio, del clericalismo. Cuando vio el uso que Slatter hacía de la expresión "cultura jerárquica", pensó: "Eso es. Así que me senté y te escribí esa carta", afirmó en una reciente conversación telefónica desde Roma, donde está enseñando este trimestre en la Universidad Gregoriana Pontificia.

En una parte de esa carta dijo: "El jerarqui-cismo es la cultura precisamente en el centro del más reciente escándalo de abusos sexuales. La cultura jerárquica tiene más poder y más capacidad de generar redes que la cultura clerical. Necesitamos distinguir las dos, no porque el clericalismo no sea pernicioso, que lo es, sino porque necesitamos comprender mejor el carácter vicioso de una cultura más protegida que la del clero y ciertamente más compleja e insidiosa que lo que sabemos o conocemos".

Simultaneamente, estaba ponderando la posibilidad de enfatizar la vulnerabilidad como un asunto central a la hora de resolver la crisis de los abusos. La idea se originó durante su trabajo con Fray Hans Zollner, un compañero jesuita, reconocido experto en los abusos sexuales y director del Centro para la Protección de la Infancia de la Universidad Gregoriana. En aquel tiempo, Keenan estaba desarrollando una aproximación a la ética sexual.

"Creo que la razón por la que la sexualidad nos importa tanto es porque es donde, en esas relaciones, somos más vulnerables", explicó en una reciente entrevista telefónica. Como adultos, buscamos esto, ser vulnerables y ser vulnerables los unos con los otros. Pensé que la vulnerabilidad era algo sobre lo que reflexionar y cuando comencé a reflexionar sobre la vulnerabilidad -y a leer más y más al respecto- más comencé a darme cuenta de que tenía una connotación más amplia que simplemente la referida a la ética sexual."

Estas dos ideas -la cultura distintiva de la jerarquía y el concepto de vulnerabilidad- se unieron en un informe que repartió, a solicitud del arzobispo Charles Scicluna, a sus sacerdotes en la archidiócesis de Malta. Era una invitación desalentadora. Scicluna es ese extraño clérigo que es ampliamente respetado por su trabajo como hombre del Vaticano ante la crisis de los abusos sexuales.

Keenan cita los trabajos del teólogo moral irlandés Fray Enda McDonagh, que desarrolló una teología de la vulnerabilidad en su libro Vulnerable a lo sagrado: en la fe, la moral y el arte; de la filósofa americana Judith Butler y de la psicoanalista y teórica feminista Jessica Benjamin. Keenan argumenta que la vulnerabilidad no es "una carga" sino "aquello que establece, para nosotros los seres humanos, la posibilidad de ser relacionales y por tanto morales".

"Demasiadas personas piensan en la vulnerabilidad como una carga", afirma en su informe "porque la confunden con la precariedad". Para ilustrar este punto, Keenan utiliza dos parábolas: la del hijo pródigo y la del buen samaritano.

Sobre la primera, escribe: "Aunque el comienzo de la historia se centra en la precariedad del hermano más joven, la conclusión se focaliza en el vulnerable, que es el Padre que reconoce al hijo en la distancia, lo abraza, lo reincorpora y trabaja para restaurar todo lo que era inestable y estaba amenazado, expuesto y en peligro. El mismo Padre sigue siendo vulnerable a su hijo mayor, que no sufre realmente por la precariedad sino desde el resentimiento. La estabilidad de la historia recae en el Padre vulnerable".

En la parábola del buen samaritano, Jesús, escribe Keenan, responde a la pregunta: "¿Quién es mi prójimo?" de una manera sorprendente. Al comienzo de la historia, tendemos a pensar que la respuesta a la historia "es el hombre tendido en el camino, esto es, el precario. Pero al final de la historia ya no vemos como prójimo al precario sino al vulnerable que está actuando. El escriba responde acertadamente que el prójimo es el que muestra misericordia".

La parábola, escribe Keenan, "es entonces el escándalo de nuestra redención, no lo malos que somos, sino lo vulnerable que es Dios en Jesucristo".

Cierra con la pregunta, "¿Por qué no podríamos desarrollar una eclesiología fundada en la arriesgada vulnerabilidad de Dios? Justo ahora, en el barro desde el que intentamos reconstruir nuestra Iglesia, ¿no deberíamos mirar precisamente a la vulnerabilidad, a la realidad que despreciamos cuando nuestros obispos vuelven oídos sordos a los padres vulnerables, a los niños vulnerables y a aquellos que fueron horrorosamente violados?".

Los ejemplos de la vulnerabilidad de Jesús son abundantes. No es el menor de ellos el que proporcionó en la última cena cuando se "despojó de Sus vestiduras y lavó los pies de Sus discípulos, expresando la misma vulnerabilidad que mostró en Su pasión y muerte", escribe Keenan.

¿Cómo formar a un clero y especialmente a un episcopado -cuyos miembros reciben una larga formación, como apunta Keenan, bastante distinta al resto del clero- en la que "el énfasis no esté en el dominio sino en la vulnerabilidad? ¿Cómo hacerlo con los laicos y especialmente con las mujeres?" Y el clero, formado en la vulnerabilidad, ¿estaría atento a "aquellos cuya vulnerabilidad ha sido menospreciada o cuya precariedad está ahora más en riesgo"?

La vulnerabilidad no es un mero medio para preservar la jerarquía. "Para conseguir un clero servicial o un episcopado servicial debemos hacerlo pasar y vivir por una cultura de la vulnerabilidad", escribe. "Hay una gracia profundamente irónica en esto: porque es precisamente la vulnerabilidad lo que nuestros clérigos y jerarcas han ignorado durante la crisis".

Al final de su informe, escribe: "Nosotros los obispos y sacerdotes hemos asumido realmente un leitmotiv: todo el que nos diga algo es porque está siguiendo un programa. Una estrategia con la que dominarnos". Pero él ve detrás de cada crítica "una esperanza de que nuestro estar a la defensiva y nuestra guardia tengan un momento de descuido y nos convirtamos en lo que de verdad somos, vulnerables".

"Si permitimos que la vulnerabilidad de nuestro Dios entre en nuestros seminarios y nuestras cancillerías, tal vez podamos abandonar algunas de esas delicadezas que ya sabemos que son tan banales como comprometedoras", dice. 

Tal vez. Estas son las clases de preguntas esenciales ahora, en lo que Keenan describe como la fase tres de la crisis de los abusos, aquella en la que, por fin, las culturas clerical y jerárquica son puestas a la luz. Me ha dicho que sigue desarrollando la idea y sus implicaciones y seguiremos publicando más.

Por Tom Roberts. Traducido del National Catholic Reporter

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