Vive Cristo (VII): Caminos de juventud
Exhortación apostólica Christus Vivit
Capítulo quinto
Caminos de juventud
Caminos de juventud
134. ¿Cómo se vive la juventud cuando nos dejamos
iluminar y transformar por el gran anuncio del Evangelio? Es importante
hacerse esta pregunta, porque la juventud, más que un orgullo, es un
regalo de Dios: «Ser joven es una gracia, una fortuna». Es un don que podemos malgastar inútilmente, o bien podemos recibirlo agradecidos y vivirlo con plenitud.
135. Dios es el autor de la juventud y Él obra en
cada joven. La juventud es un tiempo bendito para el joven y una
bendición para la Iglesia y el mundo. Es una alegría, un canto de
esperanza y una bienaventuranza. Apreciar la juventud implica ver este
tiempo de la vida como un momento valioso y no como una etapa de paso
donde la gente joven se siente empujada hacia la edad adulta.
Tiempo de sueños y de elecciones
136. En la época de Jesús la salida de la niñez era
un paso sumamente esperado en la vida, que se celebraba y se disfrutaba
mucho. De ahí que Jesús, cuando devolvió la vida a una «niña» (Mc 5,39), le hizo dar un paso más, la promovió y la convirtió en «muchacha» (Mc 5,41). Al decirle «¡muchacha levántate!» (talitá kum) al mismo tiempo la hizo más responsable de su vida abriéndole las puertas a la juventud.
137. «La juventud, fase del desarrollo de la
personalidad, está marcada por sueños que van tomando cuerpo, por
relaciones que adquieren cada vez más consistencia y equilibrio, por
intentos y experimentaciones, por elecciones que construyen gradualmente
un proyecto de vida. En este período de la vida, los jóvenes están
llamados a proyectarse hacia adelante sin cortar con sus raíces, a
construir autonomía, pero no en solitario».
138. El amor de Dios y nuestra relación con Cristo
vivo no nos privan de soñar, no nos exigen que achiquemos nuestros
horizontes. Al contrario, ese amor nos promueve, nos estimula, nos lanza
hacia una vida mejor y más bella. La palabra “inquietud” resume muchas
de las búsquedas de los corazones de los jóvenes. Como decía san Pablo VI, «precisamente en las insatisfacciones que los atormentan […] hay un elemento de luz».
La inquietud insatisfecha, junto con el asombro por lo nuevo que se
presenta en el horizonte, abre paso a la osadía que los mueve a asumirse
a sí mismos, a volverse responsables de una misión. Esta sana inquietud
que se despierta especialmente en la juventud sigue siendo la
característica de cualquier corazón que se mantiene joven, disponible,
abierto. La verdadera paz interior convive con esa insatisfacción
profunda. San Agustín decía: «Señor, nos creaste para Ti, y nuestro
corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti».
139. Tiempo atrás un amigo me preguntó qué veo yo
cuando pienso en un joven. Mi respuesta fue
que «veo un chico o una
chica que busca su propio camino, que quiere volar con los pies, que se
asoma al mundo y mira el horizonte con ojos llenos de esperanza, llenos
de futuro y también de ilusiones. El joven camina con dos pies como los
adultos, pero a diferencia de los adultos, que los tienen paralelos,
pone uno delante del otro, dispuesto a irse, a partir. Siempre mirando
hacia adelante. Hablar de jóvenes significa hablar de promesas, y
significa hablar de alegría. Los jóvenes tienen tanta fuerza, son
capaces de mirar con tanta esperanza. Un joven es una promesa de vida
que lleva incorporado un cierto grado de tenacidad; tiene la suficiente
locura para poderse autoengañar y la suficiente capacidad para poder
curarse de la desilusión que pueda derivar de ello».
140. Algunos jóvenes quizás rechazan esta etapa de
la vida, porque quisieran seguir siendo niños, o desean «una
prolongación indefinida de la adolescencia y el aplazamiento de las
decisiones; el miedo a lo definitivo genera así una especie de parálisis
en la toma de decisiones. La juventud, sin embargo, no puede ser un
tiempo en suspenso: es la edad de las decisiones y precisamente en esto
consiste su atractivo y su mayor cometido. Los jóvenes toman decisiones
en el ámbito profesional, social, político, y otras más radicales que
darán una configuración determinante a su existencia».
También toman decisiones en lo que tiene que ver con el amor, en la
elección de la pareja y en la opción de tener los primeros hijos.
Profundizaremos estos temas en los últimos capítulos, referidos a la
vocación de cada uno y a su discernimiento.
141. Pero en contra de los sueños que movilizan
decisiones, siempre «existe la amenaza del lamento, de la resignación.
Esto lo dejamos para aquellos que siguen a la “diosa lamentación” […].
Es un engaño: te hace tomar la senda equivocada. Cuando todo parece
paralizado y estancado, cuando los problemas personales nos inquietan,
los malestares sociales no encuentran las debidas respuestas, no es
bueno darse por vencido. El camino es Jesús: hacerle subir a nuestra
barca y remar mar adentro con Él. ¡Él es el Señor! Él cambia la
perspectiva de la vida. La fe en Jesús conduce a una esperanza que va
más allá, a una certeza fundada no sólo en nuestras cualidades y
habilidades, sino en la Palabra de Dios, en la invitación que viene de
Él. Sin hacer demasiados cálculos humanos ni preocuparse por verificar
si la realidad que los rodea coincide con sus seguridades. Remen mar
adentro, salgan de ustedes mismos».
142. Hay que perseverar en el camino de los sueños.
Para ello hay que estar atentos a una tentación que suele jugarnos una
mala pasada: la ansiedad. Puede ser una gran enemiga cuando nos lleva a
bajar los brazos porque descubrimos que los resultados no son
instantáneos. Los sueños más bellos se conquistan con esperanza,
paciencia y empeño, renunciando a las prisas. Al mismo tiempo, no hay
que detenerse por inseguridad, no hay que tener miedo de apostar y de
cometer errores. Sí hay que tener miedo a vivir paralizados, como
muertos en vida, convertidos en seres que no viven porque no quieren
arriesgar, porque no perseveran en sus empeños o porque tienen temor a
equivocarse. Aún si te equivocas siempre podrás levantar la cabeza y
volver a empezar, porque nadie tiene derecho a robarte la esperanza.
143. Jóvenes, no renuncien a lo mejor de su
juventud, no observen la vida desde un balcón. No confundan la felicidad
con un diván ni vivan toda su vida detrás de una pantalla. Tampoco se
conviertan en el triste espectáculo de un vehículo abandonado. No sean
autos estacionados, mejor dejen brotar los sueños y tomen decisiones.
Arriesguen, aunque se equivoquen. No sobrevivan con el alma anestesiada
ni miren el mundo como si fueran turistas. ¡Hagan lío! Echen fuera los
miedos que los paralizan, para que no se conviertan en jóvenes
momificados. ¡Vivan! ¡Entréguense a lo mejor de la vida! ¡Abran la
puerta de la jaula y salgan a volar! Por favor, no se jubilen antes de
tiempo.
Las ganas de vivir y de experimentar
144. Esta proyección hacia el futuro que se sueña,
no significa que los jóvenes estén completamente lanzados hacia
adelante, porque al mismo tiempo hay en ellos un fuerte deseo de vivir
el presente, de aprovechar al máximo las posibilidades que esta vida les
regala. ¡Este mundo está repleto de belleza! ¿Cómo despreciar los
regalos de Dios?
145. Contrariamente a lo que muchos piensan, el
Señor no quiere debilitar estas ganas de vivir. Es sano recordar lo que
enseñaba un sabio del Antiguo Testamento: «Hijo, en la medida de tus
posibilidades trátate bien […]. No te prives de pasar un buen día» (Si
14,11.14). El verdadero Dios, el que te ama, te quiere feliz. Por eso
en la Biblia encontramos también este consejo dirigido a los jóvenes:
«Disfruta, joven, en tu juventud, pásalo bien en tus años jóvenes […].
Aparta el mal humor de tu pecho” (Qo 11,9-10). Porque es Dios quien «nos provee espléndidamente de todo para que lo disfrutemos» (1 Tm 6,17).
146. ¿Cómo podrá ser agradecido con Dios alguien
que no es capaz de disfrutar de Sus pequeños regalos de cada día,
alguien que no sabe detenerse ante las cosas simples y agradables que
encuentra a cada paso? Porque «nadie es peor del que se tortura a sí
mismo» (Si 14,6). No se trata de ser un insaciable que siempre
está obsesionado por más y más placeres. Al contrario, porque eso te
impedirá vivir el presente. La cuestión es saber abrir los ojos y
detenerte para vivir plenamente y con gratitud cada pequeño don de la
vida.
147. Está claro que la Palabra de Dios te invita a
vivir el presente, no sólo a preparar el mañana: «No se preocupen por el
mañana; el mañana se preocupará de sí mismo; a cada día le basta con lo
suyo» (Mt 6,34). Pero esto no se refiere a lanzarnos a un
desenfreno irresponsable que nos deja vacíos y siempre insatisfechos,
sino a vivir el presente a lo grande, utilizando las energías para cosas
buenas, cultivando la fraternidad, siguiendo a Jesús y valorando cada
pequeña alegría de la vida como un regalo del amor de Dios.
148. En este sentido, quiero recordar que el
cardenal Francisco Javier Nguyên Van Thuân, cuando lo encerraron en un
campo de concentración, no quiso que sus días consistieran sólo en
esperar y esperar un futuro. Su opción fue «vivir el momento presente
colmándolo de amor»; y el modo como lo practicaba era: «Aprovecho las
ocasiones que se presentan cada día para realizar acciones ordinarias de
manera extraordinaria».
Mientras luchas para dar forma a tus sueños, vive plenamente el hoy,
entrégalo todo y llena de amor cada momento. Porque es verdad que este
día de tu juventud puede ser el último, y entonces vale la pena vivirlo
con todas las ganas y con toda la profundidad posible.
149. Esto incluye también los momentos duros, que
deben ser vividos a fondo para llegar a aprender su mensaje. Como
enseñan los Obispos suizos: «Él está allí donde nosotros pensábamos que
nos había abandonado y que ya no había salvación alguna. Es una
paradoja, pero el sufrimiento, las tinieblas, se convirtieron, para
muchos cristianos [...] en lugares de encuentro con Dios». Además,
el deseo de vivir y de experimentar se refiere en especial a muchos
jóvenes en condición de discapacidad física, mental y sensorial. Incluso
si no siempre pueden hacer las mismas experiencias que sus compañeros,
tienen recursos sorprendentes e inimaginables que a veces superan a los
comunes. El Señor Jesús los llena con otros dones, que la comunidad está
llamada a valorar, para que puedan descubrir su plan de amor para cada
uno de ellos.
En amistad con Cristo
150. Por más que vivas y experimentes no llegarás
al fondo de la juventud, no conocerás la verdadera plenitud de ser
joven, si no encuentras cada día al gran amigo, si no vives en amistad
con Jesús.
151. La amistad es un regalo de la vida y un don de
Dios. A través de los amigos el Señor nos va puliendo y nos va
madurando. Al mismo tiempo, los amigos fieles, que están a nuestro lado
en los momentos duros, son un reflejo del cariño del Señor, de Su
consuelo y de su presencia amable. Tener amigos nos enseña a abrirnos, a
comprender, a cuidar a otros, a salir de nuestra comodidad y del
aislamiento, a compartir la vida. Por eso «un amigo fiel no tiene
precio» (Si 6,15).
152. La amistad no es una relación fugaz o
pasajera, sino estable, firme, fiel, que madura con el paso del tiempo.
Es una relación de afecto que nos hace sentir unidos, y al mismo tiempo
es un amor generoso, que nos lleva a buscar el bien del amigo. Aunque
los amigos pueden ser muy diferentes entre sí, siempre hay algunas cosas
en común que los llevan a sentirse cercanos, y hay una intimidad que se
comparte con sinceridad y confianza.
153. Es tan importante la amistad que Jesús mismo se presenta como amigo: «Ya no los llamo
siervos, los llamo amigos» (Jn
15,15). Por la gracia que Él nos regala, somos elevados de tal manera
que somos realmente amigos Suyos. Con el mismo amor que Él derrama en
nosotros podemos amarlo, llevando Su amor a los demás, con la esperanza
de que también ellos encontrarán su puesto en la comunidad de amistad
fundada por Jesucristo.
Y si bien Él ya está plenamente feliz resucitado, es posible ser
generosos con Él, ayudándole a construir Su Reino en este mundo, siendo Sus instrumentos para llevar Su mensaje y Su luz y, sobre todo, Su amor a
los demás (cf. Jn 15,16). Los discípulos escucharon el llamado
de Jesús a la amistad con Él. Fue una invitación que no los forzó, sino
que se propuso delicadamente a su libertad: «Vengan y vean» les dijo, y
«ellos fueron, vieron donde vivía y se quedaron con Él aquel día» (Jn 1,39). Después de ese encuentro, íntimo e inesperado, dejaron todo y se fueron con Él.
154. La amistad con Jesús es inquebrantable. Él
nunca se va, aunque a veces parece que hace silencio. Cuando lo
necesitamos se deja encontrar por nosotros (cf. Jr 29,14) y está a nuestro lado por donde vayamos (cf. Jos 1,9). Porque Él jamás rompe una alianza. A nosotros nos pide que no lo abandonemos: «Permanezcan unidos a mí» (Jn 15,4). Pero si nos alejamos, «Él permanece fiel, porque no puede negarse a Sí mismo» (2 Tm 2,13).
155. Con el amigo hablamos, compartimos las cosas
más secretas. Con Jesús también conversamos. La oración es un desafío y
una aventura. ¡Y qué aventura! Permite que lo conozcamos cada vez mejor,
entremos en su espesura y crezcamos en una unión siempre más fuerte. La
oración nos permite contarle todo lo que nos pasa y quedarnos confiados
en Sus brazos, y al mismo tiempo nos regala instantes de preciosa
intimidad y afecto, donde Jesús derrama en nosotros su propia vida.
Rezando «le abrimos la jugada» a Él, le damos lugar «para que Él pueda
actuar y pueda entrar y pueda vencer».
156. Así es posible llegar a experimentar una
unidad constante con Él, que supera todo lo que podamos vivir con otras
personas: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20).
No prives a tu juventud de esta amistad. Podrás sentirlo a tu lado no
sólo cuando ores. Reconocerás que camina contigo en todo momento.
Intenta descubrirlo y vivirás la bella experiencia de saberte siempre
acompañado. Es lo que vivieron los discípulos de Emaús cuando, mientras
caminaban y conversaban desorientados, Jesús se hizo presente y
«caminaba con ellos» (Lc 24,15). Un santo decía que «el
cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes
que hay que cumplir, de prohibiciones. Así resulta muy repugnante. El
cristianismo es una Persona que me amó tanto que reclama mi amor. El
cristianismo es Cristo».
157. Jesús puede unir a todos los jóvenes de la
Iglesia en un único sueño, «un sueño grande y un sueño capaz de cobijar a
todos. Ese sueño por el que Jesús dio la vida en la cruz y el Espíritu
Santo se desparramó y tatuó a fuego el día de Pentecostés en el corazón
de cada hombre y cada mujer, en el corazón de cada uno […]. Lo tatuó a
la espera de que encuentre espacio para crecer y para desarrollarse. Un
sueño, un sueño llamado Jesús sembrado por el Padre, Dios como Él –como
el Padre–, enviado por el Padre con la confianza que crecerá y vivirá en
cada corazón. Un sueño concreto, que es una persona, que corre por
nuestras venas, estremece el corazón y lo hace bailar».
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