Reacciones de una hormiga tras conseguir una imagen nítida del Sol
La verdadera riqueza de este artículo estará en las opiniones que los lectpres expertos en la materia expresen sobre lo que voy a escribir
de forma intuitiva. El otro día vi la famosa imagen del agujero negro e,
inevitablemente, reflexioné sobre nuestro papel en este inmenso tablero
cósmico, así como sobre las teorías que han intentado explicarlo.
El
primer punto es preguntarse si existe un diseño inteligente del
universo, o al menos de nuestro planeta. Yo pienso que existe y para
ello me baso en un elemento: los instintos y los placeres. Todos los
seres que poblamos el planeta abrimos los ojos por primera vez sin tener
ni idea sobre las conductas que debemos llevar a cabo para mantenernos
vivos, crecer y perpetuar la especie (es más, ni siquiera sabemos qué
diablos son esos conceptos, ni qué significa el concepto "concepto").
Nadie explica a las especies animales cómo hacerlo, y durante las
primeras generaciones humanas tampoco lo teníamos del todo claro.
Por
eso los instintos (y los consiguientes placeres que su satisfacción
lleva aparejados) podrían ser un mensaje que la inteligencia que haya
diseñado el mundo deja grabado en nuestros genes para asegurarse de que
salgamos adelante. Los animales desconocen las consecuencias biológicas
de practicar el coito o llenarse el estómago (y hace miles de años
nuestras primeras generaciones tampoco lo sabían a ciencia cierta) pero
sus instintos les llevan a ello con el fin de que, inconscientemente, se
perpetúen a lo largo del tiempo.
También ayuda a mantener esa
tesis el hecho de que las distintas especies animales y vegetales se
necesiten (y necesiten otros elementos como oxígeno, agua o luz) para
seguir existiendo. Abeja y flor, vaca que come hierba y al morir la
abona, fotosíntesis...es una inmensa máquina que funciona sin que el
grueso de sus engranajes comprenda qué efectos produce al girar.
Y
luego está la especie humana, que a lo largo de los siglos ha logrado
entender paulatinamente la máquina de la que es parte. Hemos aprendido a seleccionar los alimentos según sus virtudes, a
transformar lo que nos rodea para lograr bienestar...hemos sido capaces
de renunciar a la propia vida por un fin superior, a segar vidas por
placer o acumulación de poder, a inventar mitos para explicar
falsamente la verdad y a conquistar paulatinamente cotas de auténtica
verdad.
Hemos aprendido a comprendernos, a saber por qué deseamos
hacer tal o cual cosa y controlar nuestros deseos, y también a dejarnos
llevar por ellos a sabiendas de sus consecuencias destructivas. Somos
capaces de mirar el infinito universo desde nuestra insignificancia y
convertir su imagen (que obviamente no comprendemos plenamente pero sí
percibimos) en un diminuto concepto dentro de nuestros cerebros... y
percibir belleza.
El ser humano se suicida o se autodestruye
lentamente, mata, regala, crea, construye, protege, mejora, destruye
sádicamente o por codicia, cree, ama, se resigna, odia, se engaña y
miente a los demás...en definitiva, tiene infinitos caminos a diferencia
del camino único que el instinto marca al resto de especies. Tanto que
puede destruir el mundo que posiblemente creó esa hipotética
inteligencia superior.
Habrá quien piense que esa
inteligencia superior no existe, o que existe pero nos dejó una vez
creado el mundo, o que sigue aquí observándolo pero comprometida a no
actuar pase lo que pase, o que lo controla con su mano invisible. Habrá
quien piense que es omnipotente, o que su poder es limitado y creó seres
(los humanos) cuyo papel en la sinfonía no estaba claro, y que
finalmente pueden acabar destruyendo todo aunque ésa no era la intención
inicial del creador. Y habrá quien piense que todo es fruto del azar, y
que las células se unen y evolucionan a lo largo de los milenios con
una tendencia a
la adaptación y la supervivencia que ha llevado al mundo
actual tras la extinción de decenas de miles de especies. Pero ¿Quién
escribió en las células ese objetivo y por qué?
Ver un agujero
negro de cerca puede tener el efecto de relativizarlo todo. La vida, las
acciones, la moral y el futuro. En el fondo, somos menos que un
microbio, y el eco de la explosión nuclear que destruyese nuestro
planeta no llegaría ni al 1% del universo. Pero tal vez la grandeza no
esté tanto en el tamaño como en la capacidad para mirar el cielo
estrellado, sintetizarlo a través de unos ojos diminutos y convertirlo
en la más bella poesía. Y, que sepamos, somos la única especie capaz de
hacerlo. O tal vez éste sea un pensamiento que (entre otros muchos con
el mismo fin) la inteligencia creadora ha puesto en nuestro cerebro para
evitar que caigamos en el suicidio colectivo.
Por Livingstone 85. Publicado en Meneame
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