Jesús no está donde quisimos retenerlo
Después de una larga Cuaresma y una reciente Semana Santa, en la que
posiblemente hemos vivido serias y profundas experiencias de Pasión, de
muerte y de amor entregado, celebramos el domingo de Pascua. Y nos
sorprende este evangelio de Juan que, más que darnos de entrada una Gran
Noticia, parece que nos invita a seguir buscando, a seguir intentando
descubrir entre los muertos al que VIVE PARA SIEMPRE.
Y es que, el domingo de Pascua, no es solo o principalmente el punto de llegada, es también la fuerza para seguir buscando.
El mensaje del evangelio de hoy nos llega a través de diversos personajes, con sus características y circunstancias.
María, la mujer cariñosa y diligente, que ha estado
con Jesús hasta en sus últimos momentos y no se resigna a abandonarlo. Y
anticipándose al amanecer, cuando aún estaba oscuro…. sale de nuevo a
su encuentro, ¿qué buscaba? ¿Ungirle mejor? ¿Comprobar que todo estaba
bien? Es difícil creer que iba a ver si “había vuelto a la vida”. Y al
llegar, encuentra que su mayor dificultad, ¿quién la ayudaría a quitar
la losa?, está solucionada. Nos dice el texto que vio la losa quitada.
Superada la dificultad, antes de ser de día, sale corriendo a buscar
ayuda, a comunicar la noticia de la sustracción del cadáver.
Lo que le quedaba de Jesús, su cuerpo, ha sido robado y ya no está donde ella podía verlo, ungirlo, controlarlo…
María se afana en buscar a Jesús donde Él no está. Madruga, corre….
Pero solo encuentra un sepulcro vacío. Es la primera constatación de
aquellos primeros cristianos que, trastornados por la muerte de Jesús,
sin haber asimilado aún el desenlace de la vida de su maestro, se
encuentran ante otro hecho inesperado… ¡Todo no ha terminado! ¡Siguen
las noticias sorprendentes!
¿Por qué nos dice esto el evangelio? ¿Qué testimonia para nosotros
hoy? Que Jesús no es el muerto que permanece en su sepulcro… Que no está
donde quisimos retenerlo… Que no tenemos un lugar de peregrinación en
el que recordarle… ¡Que lo que Él quiere es otra cosa!
Pedro y el otro discípulo. Dos tipos distintos de
seguidores de Jesús: el joven y ágil, el amigo que busca rápido al amigo
perdido… y el mayor, el de una experiencia más curtida, en amistad y
hasta en traición. Ambos corren juntos pero a distinto ritmo, les mueve
lo mismo pero reaccionan desde sus características personales. De ambos
nos dice el texto que llegaron, vieron los lienzos y vendas, entraron y
creyeron.
Corren en busca de Jesús, llegan, ven signos, entran y creen. Es una
buena secuencia, una sucesión de etapas necesarias en el camino de la
fe.
El evangelio de este domingo de Pascua no tiene las grandes
declaraciones de que el Señor ha resucitado. Solo nos dice que ellos
creyeron porque vieron los lienzos, vendas y sudario como señal, porque
entraron en el sepulcro. Y entonces comprendieron las Escrituras que
anunciaban Su resurrección de entre los muertos.
¿No nos está invitando a recorrer nosotros el propio camino hasta
llegar a esta fe en Jesús Resucitado? Se trata de plantearnos seriamente
cuál es nuestra experiencia de Pascua. ¿Cuál ha sido y sigue siendo
nuestro camino de fe en el Señor Jesús, muerto y resucitado?
¿Nos afanamos en buscarle en nuestro mundo, en nuestro entorno? ¿Nos
arriesgamos a correr a su encuentro? ¿Nos atrevemos a entrar en tantos
sepulcros que presentan signos de su presencia? ¿Cuándo y cómo hemos
llegado a comprender que estaba vivo a nuestro lado? Porque la Pascua,
el paso de la muerte a la vida, no es algo que se nos narra solamente, o
un mensaje que hemos de aprender e incluso creer. Es un camino que
tenemos que recorrer hasta encontrarnos con el Señor, un paso que hemos
de dar cada uno, como María, como Pedro, como el otro discípulo del que
no se nos dice su nombre.
Ojalá aprovechemos esta nueva Pascua para reemprender la búsqueda,
incluso cuando aun es de noche o cuando no vemos demasiado, porque
muchas y diversas tinieblas nos rodean. Para correr al encuentro con ese
Jesús que hace arder nuestro corazón y cuya ausencia apenas podemos
aguantar. Para abrir bien los ojos y ver tanta losa que se está quitando
y deja al descubierto esas vendas y esos sudarios, que han cubierto
heridas y muertes.
Para animarnos a entrar, a tocar, a pisar…. Allí donde ha estado la
muerte, donde aun hay muchos signos de muerte, pero ya se deja
vislumbrar la vida.
Y entrando hasta el fondo de lo que los signos nos revelan y lo que
nuestro corazón ya sospechaba, comprendamos con esa luz especial que
solo el Espíritu hace brillar en nosotros, lo que la fe nos dice, lo que Su Palabra tantas veces nos promete y repite: Que Él está vivo,
que hay sepulcros y vendas pero que Él no está allí, que eso son solo
señales de su vida nueva… que ya está caminando con nosotros y nos
precede en nuestros caminos, en nuestras Galileas.
Por María Guadalupe Labrador. Publicado en Fe Adulta
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