El perdón lleva a la unidad; la duda, al contacto con Jesús

Cuando Cristo Resucitado se hizo presente en medio de los discípulos que estaban escondidos con las puertas cerradas, Sus palabras y acciones recapitularon todo lo que había hecho con ellos y lo que había sido para ellos, especialmente en su última cena compartida. Les saludó diciéndoles: "Paz a vosotros".

Ese saludo lo resumía todo. El saludo de Jesús no era un deseo, sino un anuncio -lo podríamos llamar una revelación. Esa palabra de bendición completó Su promesa de que nunca los dejaría huérfanos y de que les daría Su propia paz. Al utilizar la palabra paz, Jesús reiteró Su promesa: "Os he dicho esto para que tengáis paz en Mí. En el mundo tendréis problemas, pero sed valientes, que Yo he vencido al mundo" (Juan 16:33).

Jesús entonces les mostró Sus manos y Su costado. Esas manos eran aquellas en las que el Padre había puesto todo, las manos del pastor al que nadie podría arrebatar las ovejas. Las manos y el costado de Jesús mostraban las marcas de la pasión, eran las señales concretas de que había vencido definitivamente al mundo y a todos sus poderes portadores de muerte. La paz que Jesús concedió es la paz que conocía por Su unión con el Padre.

Mientras se alegraban, dijo por segunda vez: "Paz". Esta segunda proclamación de la paz les anunció su misión. Continuando lo que había comenzado en el huerto pidiendo que fuesen uno en Él y en el Padre, Jesús les encargó la misión que había recibido del Padre. Juan el Bautista había proclamado que Jesús era "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" y dijo que había visto al Espíritu bajar y posarse sobre Jesús (Juan 1:29). Ahora, en este primer día de la nueva creación, así como el Creador había soplado el aliento de vida en Adán, Jesús insufló Su propio Espíritu sobre ellos y les pidió que lo recibiesen.

El perdón del pecado es el trabajo principal del Espíritu de Dios. Aquellos que han recibido el Espíritu de Jesús y la paz han recibido el poder para cumplir Su misión de perdonar. Fue la constante del ministerio de Jesús, la fuerza motriz de Su misión. El perdón trae a las personas de vuelta a la comunión con Dios y con el otro. El perdón genera la paz que Jesús proclamó. Si Su misión ha de continuar, el perdón debe ser la pieza central sobre la que gire todo lo demás.

Habiendo recibido el Espíritu, los discípulos fueron enviados para hacer del perdón de los pecados el sentido de sus vidas. Descubrirían que perdonar y anunciar el perdón de Dios es la actividad que lleva a la unión con Dios y con sus hermanos y hermanas. El perdón y el compartir la paz es la respuesta a la oración de Jesús de que todos sean uno.

Juan podría haber terminado su evangelio con esta aparición de Jesús. Pero eso habría generado la apariencia de que el Evangelio se cierra con los hombres y mujeres presentes en aquella sala. Cuando escribía su Evangelio más de sesenta años después de la Resurrección, Juan estaba escribiendo a cristianos, muchos de los cuales no habían visto a Jesús ni a ninguno de Sus discípulos originales. Estaba escribiendo para nosotros y quería incluirnos en la historia. Por eso, nos presenta a Tomás, el hermano gemelo de todos los que estuvimos ausentes aquella noche.  (Por Mary Mc Glone, traducido del National Catholic Reporter)

El hombre moderno ha aprendido a dudar. Es propio del espíritu de nuestros tiempos cuestionarlo todo para progresar en conocimiento científico. En este clima la fe queda con frecuencia desacreditada. El ser humano va caminando por la vida lleno de incertidumbres y dudas.

Por eso, sintonizamos sin dificultad con la reacción de Tomás, cuando los otros discípulos le comunican que, estando él ausente, han tenido una experiencia sorprendente: «Hemos visto al Señor». Tomás podría ser un hombre de nuestros días. Su respuesta es clara: «Si no lo veo... no lo creo».

Su actitud es comprensible. Tomás no dice que sus compañeros están mintiendo o que están engañados. Solo afirma que su testimonio no le basta para adherirse a su fe. Él necesita vivir su propia experiencia. Y Jesús no se lo reprochará en ningún momento.

Tomás ha podido expresar sus dudas dentro del grupo de discípulos. Al parecer, no se han escandalizado. No lo han echado fuera del grupo. Tampoco ellos han creído a las mujeres cuando les han anunciado que han visto a Jesús resucitado. El episodio de Tomás deja entrever el largo camino que tuvieron que recorrer en el pequeño grupo de discípulos hasta llegar a la fe en Cristo resucitado.

Las comunidades cristianas deberían ser en nuestros días un espacio de diálogo donde pudiéramos compartir honestamente las dudas, los interrogantes y búsquedas de los creyentes de hoy. No todos vivimos en nuestro interior la misma experiencia. Para crecer en la fe necesitamos el estímulo y el diálogo con otros que comparten nuestra misma inquietud.

Pero nada puede remplazar a la experiencia de un contacto personal con Cristo en lo hondo de la propia conciencia. Según el relato evangélico, a los ocho días se presenta de nuevo Jesús. Le muestra Sus heridas.

No son «pruebas» de la resurrección, sino «signos» de su amor y entrega hasta la muerte. Por eso, le invita a profundizar en sus dudas con confianza: «No seas incrédulo, sino creyente». Tomas renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo sabe que Jesús lo ama y le invita a confiar: «Señor mío y Dios mío».

Un día los cristianos descubriremos que muchas de nuestras dudas, vividas de manera sana, sin perder el contacto con Jesús y la comunidad, nos pueden rescatar de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, y estimularnos a crecer en amor y en confianza en Jesús, ese Misterio de Dios que constituye el núcleo de nuestra fe. (Por José Antonio Pagola. Publicado en Fe Adulta)

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