Una bendición que no tiene precio

Lucas no nos deja a medio camino ni en la ambiguedad. Nos presenta a Jesús mirando a la gente del mundo y dirigiéndose a nosotros con las palabras: "Bienaventurados los pobres" y "Ay de los ricos".

Nosotros, que nos llamamos cristianos y que ostentamos la ciudadanía de uno de los países más ricos del mundo deberíamos deberíamos encogernos al oírlo. Jesús nos llama a mirar todo lo que tenemos y reconsiderar qué esperamos. Cuando observamos nuestra abundancia y reconocemos lo que creemos que es seguridad, es bastante duro escuchar: "Ya habéis recibido vuestra recompensa".

No hay forma de escaparse. Lucas escribió su Evangelio para una comunidad como la nuestra, para personas que vivieron en una sociedad económica y socialmente desigual. Demostró que Jesús se puso consistentemente al lado de los pobres y de los marginados. Lo veremos en detalle mientras leamos el Evangelio de Lucas este año.

Lucas nos retrata a un Jesús que ya reveló sus intenciones cuando describió por primera vez Su misión como una buena noticia para los pobres. Lucas desarrolló este tema de múltiples maneras. En una sociedad en la que las mujeres eran insignificantes, Lucas subrayó su papel en el Evangelio como discípulos que amaron profundamente a Jesús, le ayudaron con sus bienes y colaboraron con Su misión. La especial preocupación de Jesús por los pobres, marginados y pecadores es una preocupación central en las parábolas exclusivas de Lucas: el buen samaritano, el hijo pródigo y la viuda y el juez injusto. Zaqueo el recaudador de impuestos convenció a Jesús de su conversión cuando prometió entregar la mitad de sus bienes a los pobres y Jesús recomendó a sus contemporáneos ricos que se asegurasen de que sus banquetes eran frecuentados por los pobres, los ciegos, los lisiados y cojos. Esta es una rápida presentación de los contenidos exclusivos de Lucas.

¿Qué hemos de hacer nosotros, que vivimos con gran comodidad, con esta presentación de las "buenas noticias"? En vez de echar agua al vino con expresiones como "pobres de espíritu", necesitamos afrontar la forma en la que Lucas presenta las bienaventuranzas como son. Aquellos que nos hemos alimentado bien y que hemos recibido una educación decente sabemos que nunca experimentaremos la pobreza de nuestros hermanos y hermanas a los que les falta esa base. Al mismo tiempo, sabemos que nada hay virtuoso en el desamparo y la malnutrición. Ambos truncan el potencial de las personas y por lo tanto las deshumanizan. Están muy lejos de ser una bendición.

Las personas bien establecidas parecen inelegibles para las bienaventuranzas que Jesús presenta hasta que llegamos a la tercera, "Bienaventurados los que lloran". En el Evangelio de Lucas, las personas lloran por razón de amor o de compasión. La viuda de Naín y los amigos de la sinagoga lloraron por sus hijos muertos. Pedro lloró tras traicionar a Jesús. La mujer que lavó los pies a Jesús lloró por su gran amor por Él. Jesús mismo lloró por Jerusalén, la Ciudad de David que estaba rechazando la salvación que él ofrecía.

En el mundo de hoy, los bienaventurados que lloran son los que sufren con el sufrimiento de los demás. Pueden comenzar con una afirmación angustiada  como "No puedo imaginar el sufrimiento de los padres deportados que se ven separados de sus hijos". Entonces, pueden llegar a preguntar por qué hay 640.000 personas que han tenido que pedir ayuda al Servicio Jesuita de Refugiados. Al final, repetirán la frase de los discípulos de Juan el Bautista que preguntaron: ¿qué hacemos?

Los bienaventurados que lloran son aquellos que comparten la preocupación de Dios por los bienaventurados y los hambrientos. Cuando comprenden que las suyas son las únicas manos que Dios puede utilizar para provocar un cambio, su compasión no les permite descansar hasta que se ponen en marcha. Se sentirán obligados a marcar la diferencia. Comprenderán que están implicados por lo que dice el papa Francisco, citando a Juan Pablo II, en la Laudatio Si, sobre el cuidado de la casa común: "Todo cambio para proteger y mejorar nuestro mundo exige profundos cambios en nuestros estilos de vida, nuestros modelos de producción y consumo y las estructuras de poder establecido que hoy gobiernan nuestras sociedades".

Cuando el sufrimiento de los demás conduce a las personas a trabajar por el cambio, comienzan a pertenecer a la categoría de aquellos que serán odiados, excluídos, insultados y denunciados a cuenta del Hijo del Hombre. Nadie llama efectivamente a la conversión ni protesta contra las injusticias sin pagar un precio. Pero por su actividad compran un lugar en aquel misterioso grupo de los bienaventurados de Dios cuyas esperanzas están conformadas por las necesidades de los hermanos y hermanas más vulnerables. Su compromiso puede terminar haciéndolos pobres, pero experimentarán una bendición que no tiene precio.

Por Mary Mc Glone. Traducido del National Catholic Reporter

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