El camino de la sinodialidad

Las instituciones no son entidades impersonales. Están formadas y compuestas por personas reales y adquieren su sentido en el servicio a personas reales. Esto se vuelve dramáticamente evidente cuando las instituciones fallan en su objetivo. Claramente, la crisis provocada por los abusos sexuales en la Iglesia Católica ha demostrado un inmenso daño personal, emocional y espiritual provocado por los fallos institucionales. En el centro de ese fallo y de sus consecuencias, sin embargo, están las personas reales -incluidas las víctimas y supervivientes, los perpetradores, aquellos responsables de la comunidad eclesial y quienes simplemente pertenecen a la comunidad de fe-.

Con demasiada frecuencia, las prescripciones bienintencionadas para resolver la crisis ignoran la dimensión personal. Las personas quedan ausentes de la ecuación, tanto las directamente afectadas por la crisis como las llamadas a conducirnos hacia la salida. La perspectiva por defecto es objetiva, no personal.

Ciertamente, las propuestas objetivas tienen su lugar. Nuevos programas, reformas en las estructuras y protocolos claros son necesarios, pero no son lo más importante. Algo necesita atención previa: lo personal. Ante todo, debemos mirar a las personas afectadas, aquellos que son responsables y a las personas que pertenecen a la comunidad de fe.

Esta intuición sobre la dimensión personal parece que guía al papa Francisco cuando dirige su respuesta a la crisis de abusos. Según algunos críticos, se está moviendo con demasiada lentitud y pusilanimidad. Es comprensible esta crítica. Todos deseamos que esta dolorosa situación se resuelva lo más rapidamente posible. Lo que es más importante, deberíamos desear que se resuelva bien. Al invitar a los presidentes de las conferencias episcopales nacionales a reunirse con él este mes, el papa Francisco está señalando como la Iglesia debería dirigir esta crisis de una forma personal. Es el camino de la sinodialidad -esto es, una forma de ser Iglesia que permite al pueblo de Dios caminar juntos-.

La sinodialidad significa el pueblo en diálogo, escuchando todas las voces. Se deriva del estilo colaborativo de la colegialidad, como lo describió el Concilio Vaticano II. También nos pone claramente en camino como pueblo peregrino, y ese camino establece la Iglesia como una realidad dinámica que se encuentra con los retos de la historia y está dispuesto a cambiar al aprender de ellos. Toma las palabras emocionantes de San Juan Pablo II en su carta apostólica de 2002, "Novo millenio Ineunte": "Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de comunión: ese es el gran reto que afrontamos en el milenio que ahora está comenzando, si hemos de ser fieles al plan de Dios y responder a los anhelos más profundos del mundo". Al final, tiene todo que ver con la misión y la identidad de la Iglesia como el pueblo evangelizador de Dios que lleva a Jesucristo al mundo.

Cuando ponemos estos elementos de la sinodialidad juntos -diálogo, colegialidad, peregrinación, comunión y misión- nos encontramos en una Iglesia centrada en las personas, no en las estructuras, y siempre alerta a la llamada de Dios en este momento. Esta es la Iglesia, según veo, que el papa Francisco quiere que salga tras la crisis de los abusos.

El encuentro de los presidentes de las conferencias episcopales es solo un paso inicial de esta respuesta sinodial de la Iglesia. El camino de la sinodialidad en esta crisis, así como para la entera dirección de la vida de la Iglesia, debe después definir las experiencias nacionales, regionales, diocesanas e incluso parroquiales de la Iglesia. En otras palabras, la sinodialidad nos implica a todos nosotros en todas las dimensiones de la vida de la Iglesia.

Cuando una Iglesia sinodial trata la crisis de abusos sexuales, un número de dimensiones concretas y prácticas emergerá claramente. Porque una Iglesia sinodial es radicalmente dialógica, escuchar a todos es de la máxima importancia. Aprenderemos a prestar plena atención y a estar completamente presentes a todos los que hablan. Porque una Iglesia sinodial es colegiada, afronta la crisis de los abusos aprendiendo de la experiencia y la sabiduría de todos. Exige dación de cuentas mutua, corrección fraterna y el establecimiento de estructuras para prevenir los abusos y sanar a las víctimas y supervivientes.

Porque una Iglesia sinodial está siempre peregrinando, debe ser una comunidad en continuo arrepentimiento por cualesquiera errores haya cometido. También debe estar en un estado permanente de vigilacia y atención, porque su tarea de vigilancia nunca termina. Porque una Iglesia sinodial está en comunión, debe ser signo e instrumento de reconciliación y sanación allá donde la unidad haya sido dañada, como muy ciertamente ha ocurrido en la crisis de abusos. Porque una Iglesia sinodial está en misión, debe eliminar todo lo que sea un scandalum, toda piedra de tropiezo que la haga perder su credibilidad. Lo puede hacer profundizando en la transparencia, la dación de cuentas y el continuo recuerdo de su sentido.


Inspirado por la visión, conducida por el Espíritu, del Concilio Vaticano II, el papa Francisco nos muestra una Iglesia sinodial ante nosotros. En la sinodialidad -juntos en el camino- somos más cierta y verdaderamente el pueblo que Dios nos llama a ser. No debería ser sorprendente, entonces, que la mejor y probablemente la única manera eficaz de tratar la crisis de abusos sexuales esté enraizada en la sinodialidad.

Por Louis J. Cameli. Traducido de America Magazine

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