Nuestro
Decir 'nuestro' no es decir 'mío' ni 'tuyo' ni 'suyo'.
Cuánto nos cuesta, en este mundo de propiedades y dueños, pasar de lo
propio a lo común, de la pertenencia que excluye a la pertenencia que
incluye. Tal vez de eso se trata. Porque decir 'nuestro', con verdad y honestidad, implica e incluye.
Nada sería 'nuestro' si nos mantenemos solos. Decir 'nuestro' nos
obliga a levantar nuestras barreras más íntimas y personales para
incluir a otros en ese decir. Un levantar barreras y muros que muchas
veces no es nada fácil porque supone desestabilidad, salir de nuestras
zonas más cómodas, supone implicarnos en lo que decimos. Decir
'nuestro', además, nos ayuda a derribar fronteras, tanto físicas como
internas. A derribar muros políticos, religiosos, personales… Pero por
suerte, un derribo que, al mismo tiempo, también construye. Construye fraternidad, acogida, respiro, alivio.
Y estamos llamados a ello. Decir 'nuestro' nos hace más familia, más
empáticos, más amigos, más hermanos. Nos invita a abrir nuestras
puertas, nuestros brazos, nuestros hogares, nuestras entrañas para dar
cabida a la acogida del que llega, del que nos ofrece otro punto de
vista, del que nos enseña otro modo de sentir, del que nos provoca otro
modo de mirar, del que nos suscita aquella nueva pregunta o nos dibuja
aquella incertidumbre que nos impulsa a nuevos intentos, tal vez aún no
imaginados, que nos lanzan a descubrir otros modos de ser y de existir.
Porque es ahí donde el decir 'nuestro' tiene su sentido más pleno. Y
donde decir 'nuestro' nos da respiro y alivio. Respiro porque nos llena
el interior y la vida de esperanza, y alivio porque nos permite
abandonar las intemperies no escogidas.
Por eso, decir 'nuestro' implica replantearnos nuestra postura
ante situaciones vitales más o menos cercanas –o tal vez lejanas– pues,
de no hacerlo, estaríamos traicionando su significado y más grave aún,
nos estaríamos traicionando a nosotros mismos. Y, al mismo tiempo, decir 'nuestro', remueve y complica.
Nos remueve porque nos obliga a un cambio que, de nosotros depende, sea
más o menos existencial o con más o menos matices de profundidad, y nos
complica porque ¿quién se ha quedado indiferente al comprometerse en
una causa que rompe con la exclusividad?
En definitiva, decir 'nuestro' nos adentra en el terreno común de la
humanidad, del ser persona, del ser humano, de ser –en definitiva– más
allá de la raza, el color, la nacionalidad, la espiritualidad o la
creencia. Así, decir 'nuestro”'nos invita a ser audaces y
humildes, valientes y vulnerables, osados y cautos, creativos y fieles, y
también, porqué no, al final, ciegamente confiados. Y con todo, qué afortunados al poder llamar a Dios así, Dios Padre, pero 'nuestro'.
Por Gloria Díaz Lleonart. Publicado en Pastoral SJ
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