Hoy el viacrucis de Tu Hijo se prolonga
Palabras del papa Francisco al término del Via Crucis con los jóvenes en Panamá
Se prolonga en los pueblos originarios, a quienes se despoja de sus tierras, raíces y cultura, silenciando y apagando toda la sabiduría que pueden aportar.
En María aprendemos a recibir y hospedar a todos aquellos que han sufrido el abandono, que han tenido que dejar o perder su tierra, sus raíces, sus familias y trabajos.
Señor, Padre de misericordia, en esta Cinta Costera, junto a
tantos jóvenes venidos de todo el mundo, hemos acompañado a Tu Hijo en
el camino de la cruz; ese camino que ha querido recorrer para mostrarnos
cuánto nos amas y cuán comprometido estás con nuestras vidas.
El camino de Jesús hacia el Calvario es un camino de sufrimiento y
soledad que continúa en nuestros días. Él camina y padece en tantos
rostros que sufren la indiferencia satisfecha y anestesiante de nuestra
sociedad que consume y se consume, que ignora y se ignora en el dolor de
sus hermanos.
También nosotros, tus amigos Señor, nos dejamos llevar por la
apatía y la inmovilidad. No son pocas las veces que el conformismo nos
ha ganado y paralizado.
Ha sido difícil reconocerte en el hermano sufriente: hemos
desviado la mirada, para no ver; nos hemos refugiado en el ruido, para
no oír; nos hemos tapado la boca, para no gritar.
Siempre la misma tentación. Es más fácil y "pagador" ser amigos en
las victorias y en la gloria, en el éxito y en el aplauso; es más fácil
estar cerca del que es considerado popular y ganador.
Qué fácil es caer en la cultura del bullying, del acoso y de la intimidación.
Para ti no es así Señor, en la cruz te identificaste con todo sufrimiento, con todo aquel que se siente olvidado.
Para ti no es así Señor, pues quisiste abrazar a todos aquellos
que muchas veces consideramos no dignos de un abrazo, de una caricia, de
una bendición; o, peor aún, ni nos damos cuenta de que lo necesitan.
Para ti no es así Señor, en la cruz te unes al vía crucis de cada
joven, de cada situación para transformarla en camino de resurrección.
Padre, hoy el vía crucis de Tu Hijo se prolonga:
en el grito sofocado de los niños a quienes se les impide nacer y
de tantos otros a los que se les niega el derecho a tener infancia,
familia, educación; que no pueden jugar, cantar, soñar...
en las mujeres maltratadas, explotadas y abandonadas, despojadas y ninguneadas en su dignidad;
en los ojos tristes de los jóvenes que ven arrebatadas sus esperanzas de futuro por la falta de educación y trabajo digno;
en la angustia de rostros jóvenes, amigos nuestros que caen en las
redes de gente sin escrúpulos -entre ellas también se encuentran
personas que dicen servirte, Señor-, redes de explotación, de
criminalidad y de abuso, que se alimentan de sus vidas.
El vía crucis de tu Hijo se prolonga en tantos jóvenes y familias
que, absorbidos en una espiral de muerte a causa de la droga, el
alcohol, la prostitución y la trata, quedan privados no solo de futuro
sino de presente. Y así como repartieron tus vestiduras, Señor, queda
repartida y maltratada su dignidad.
El vía crucis de tu Hijo se prolonga en jóvenes con rostros
fruncidos que perdieron la capacidad de soñar, de crear e inventar el
mañana y se "jubilan" con el sinsabor de la resignación y el
conformismo, una de las drogas más consumidas en nuestro tiempo.
Se prolonga en el dolor oculto e indignante de quienes, en vez de
solidaridad por parte de una sociedad repleta de abundancia, encuentran
rechazo, dolor y miseria, y además son señalados y tratados como los
portadores y responsables de todo el mal social.
Se prolonga en la resignada soledad de los ancianos abandonados y descartados.
Se prolonga en los pueblos originarios, a quienes se despoja de sus tierras, raíces y cultura, silenciando y apagando toda la sabiduría que pueden aportar.
El vía crucis de tu Hijo se prolonga en el grito de nuestra madre
tierra, que está herida en sus entrañas por la contaminación de sus
cielos, por la esterilidad en sus campos, por la suciedad de sus aguas, y
que se ve pisoteada por el desprecio y el consumo enloquecido que
supera toda razón.
Se prolonga en una sociedad que perdió la capacidad de llorar y conmoverse ante el dolor.
Sí, Padre, Jesús sigue caminando, cargando y padeciendo en todos
estos rostros mientras el mundo, indiferente, consume el drama de su
propia frivolidad.
Y nosotros, Señor, ¿qué hacemos?
¿Cómo reaccionamos ante Jesús que sufre, camina, emigra en el
rostro de tantos amigos nuestros, de tantos desconocidos que hemos
aprendido a invisibilizar?
Y nosotros, Padre de misericordia,
¿Consolamos y acompañamos al Señor, desamparado y sufriente, en los más pequeños y abandonados?
¿Lo ayudamos a cargar el peso de la cruz, como el Cireneo, siendo
operadores de paz, creadores de alianzas, fermentos de fraternidad?
¿Permanecemos al pie de la cruz como María?
Contemplamos a María, mujer fuerte. De ella queremos aprender a
estar de pie al lado de la cruz.
Con su misma decisión y valentía, sin
evasiones ni espejismos. Ella supo acompañar el dolor de su Hijo, Tu
Hijo; sostenerlo en la mirada y cobijarlo con el corazón. Dolor que
sufrió, pero no la resignó. Fue la mujer fuerte del "sí", que sostiene y
acompaña, cobija y abraza. Ella es la gran custodia de la esperanza.
Nosotros también queremos ser una Iglesia que sostiene y acompaña,
que sabe decir: ¡Aquí estoy! en la vida y en las cruces de tantos
cristos que caminan a nuestro lado.
De María aprendemos a decir "sí" al aguante recio y constante de
tantas madres, padres, abuelos que no dejan de sostener y acompañar a
sus hijos y nietos cuando "están en la mala".
De ella aprendemos a decir "sí" a la testaruda paciencia y
creatividad de aquellos que no se achican y vuelven a comenzar en
situaciones que parecen que todo está perdido, buscando crear espacios,
hogares, centros de atención que sean mano tendida en la dificultad.
En María aprendemos la fortaleza para decir "sí" a quienes no se
han callado y no se callan ante una cultura del maltrato y del abuso,
del desprestigio y la agresión y trabajan para brindar oportunidades y
condiciones de seguridad y protección.
En María aprendemos a recibir y hospedar a todos aquellos que han sufrido el abandono, que han tenido que dejar o perder su tierra, sus raíces, sus familias y trabajos.
Como María queremos ser la Iglesia que propicie una cultura que
sepa acoger, proteger, promover e integrar; que no estigmatice y menos
generalice en la más absurda e irresponsable condena de identificar a
todo emigrante como portador de mal social.
De ella queremos aprender a estar de pie al lado de la cruz, no
con un corazón blindado y cerrado, sino con un corazón que sepa
acompañar, que conozca de ternura y devoción; que entienda de piedad al
tratar con reverencia, delicadeza y comprensión. Queremos ser una
Iglesia de la memoria que respete y valorice a los ancianos y
reivindique su lugar.
Como María queremos aprender a "estar".
Enséñanos Señor a estar al pie de la cruz, al pie de las cruces;
despierta esta noche nuestros ojos, nuestro corazón; rescátanos de la
parálisis y de la confusión, del miedo y la desesperación. Enséñanos a
decir: Aquí estoy junto a tu Hijo, junto a María y a tantos discípulos
amados que quieren hospedar Tu Reino en su corazón.
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