Hay Alguien que nos hermana
Palabras del papa Francisco en un acto de la JMJ de Panamá
Queridos jóvenes, ¡buenas tardes!
¡Qué bueno volver a encontrarnos y hacerlo en esta tierra que nos recibe
con tanto color y calor! Juntos en Panamá, la Jornada Mundial de la
Juventud es otra vez una fiesta de alegría, una fiesta de esperanza para
la Iglesia toda y, para el mundo, un enorme testimonio de fe.
Me acuerdo que en Cracovia algunos me preguntaron si iba a estar en
Panamá y les contesté: “Yo no sé, pero Pedro seguro va a estar. Pedro va
a estar”. Hoy me alegra decirles: Pedro está con ustedes para celebrar y
renovar la fe y la esperanza. Pedro y la Iglesia caminan con ustedes y
queremos decirles que no tengan miedo, que vayan adelante con esa
energía renovadora y esa inquietud constante que nos ayuda y moviliza a
ser más alegres y más disponibles, más “testigos del Evangelio”. Ir
adelante no para crear una Iglesia paralela un poco más “divertida” o
“cool” en un evento para jóvenes, con alguno que otro elemento
decorativo, como si a ustedes eso los dejara felices. Ustedes no piensan
eso, porque pensar así sería no respetarlos y no respetar todo lo que
el Espíritu a través de ustedes nos está diciendo.
¡Al contrario! Queremos reencontrar y despertar junto a ustedes la
continua novedad y juventud de la Iglesia abriéndonos siempre a esa
gracia del Espíritu Santo que hace siempre un nuevo Pentecostés Eso solo es posible, como lo
acabamos de vivir en el Sínodo, si nos animamos a caminar escuchándonos y
a escuchar complementándonos, si nos animamos a testimoniar anunciando
al Señor en el servicio a nuestros hermanos que siempre es un servicio
concreto. No es un servicio de figuritas.
Pienso en ustedes empezando a caminar primero en esta jornada, los
jóvenes de la juventud indígena. Fueron los primeros en América y los
primeros en caminar en este encuentro. Un aplauso grande. Y también los
jóvenes de la juventud descendiente de africanos que también hicieron su
encuentro y nos ganaron la mano.
Sé que llegar hasta aquí no ha sido nada fácil. Conozco el esfuerzo, el
sacrificio que realizaron para poder participar en esta Jornada. Muchos
días de trabajo y dedicación, encuentros de reflexión y oración hacen
que el camino sea en gran medida la recompensa. El discípulo no es
solamente el que llega a un lugar sino el que empieza con decisión, el
que no tiene miedo de arriesgar y ponerse a caminar. Si uno empieza a
caminar ya no tiene miedo.
Esa es su mayor alegría, estar en camino. Ustedes no tuvieron miedo de
arriesgar y caminar. Hoy podemos “estar de rumba”, porque esta rumba
comenzó hace ya mucho tiempo en cada comunidad.
Escuchamos decir en la presentación con las banderas que venimos de
culturas y pueblos diferentes, hablamos lenguas diferentes, usamos ropas
diferentes. Cada uno de nuestros pueblos ha vivido historias y
circunstancias diferentes. ¡Cuántas cosas nos pueden diferenciar!, pero
nada de eso impidió poder encontrarnos, tantas diferencias no impidieron
poder encontrarnos y divertirnos juntos. Ninguna diferencia nos paró.
Eso es posible porque sabemos que hay algo que nos une, hay Alguien que
nos hermana. Ustedes, queridos amigos, han hecho muchos sacrificios para
poder encontrarse y así se transforman en verdaderos maestros y
artesanos de la cultura del encuentro. Ustedes en esto se transforman en
maestros y artesanos de la cultura del encuentro que no es “hola que
tal, chau”; sino que nos hace caminar juntos.
Con sus gestos y actitudes, con sus miradas, sus deseos y especialmente
con su sensibilidad desmienten y desautorizan todos esos discursos que
se concentran y se empeñan en sembrar división, en excluir o expulsar a
los que “no son como nosotros”. Como en varios países de América
decimos, no son GCU: gente como uno. Todos somos gente como uno, todos
con nuestras diferencias.
Y esto porque tienen ese olfato que sabe intuir que «el amor verdadero
no anula las legítimas diferencias, sino que las armoniza en una unidad
superior». ¿Sabe quien dice eso? El Papa Benedicto XVI, que está mirando y
lo vamos a aplaudir. ¡Le mandamos un saludo! Desde acá. Él nos está
mirando por la televisión. Un saludos, todos, con la mano al Papa
Benedicto.
Por el contrario, sabemos que el padre de la mentira, el demonio,
siempre prefiere un pueblo
dividido y peleado, a un pueblo que aprende a
trabajar juntos. Y este es un criterio para distinguir a la gente, los
constructores de puentes y de muros, esos constructores de muros que
dividen a la gente. ¿Ustedes qué quieren ser? ¡Constructores de puentes! (responden los jóvenes).
Ustedes nos enseñan que encontrarse no significa mimetizarse, ni pensar
todos lo mismo o vivir todos iguales haciendo y repitiendo las mismas
cosas, eso lo hacen los loros y los papagayos. Encontrarse es un llamado
e invitación a atreverse a mantener vivo un sueño en común.
Tenemos muchas diferencias, nos vestimos diferente, pero podemos tener
un sueño común. Sí, un sueño grande y capaz de cobijar a todos. Ese
sueño por el que Jesús dio la vida en la cruz y el Espíritu Santo se
desparramó y tatuó a fuego el día de Pentecostés en el corazón de cada
hombre y cada mujer, en corazón de cada uno, el tuyo y en el mío, a la
espera de que encuentre espacio para crecer y para desarrollarse.
Un sueño llamado Jesús sembrado por el Padre, Dios como Él, enviado por
el Padre, con la confianza que crecerá y vivirá en cada corazón. Un
sueño concreto que es una persona y que corre por nuestras venas,
estremece el corazón y lo hace bailar cada vez que los escuchamos:
«Ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también
ustedes. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el
amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13,34- 35).
¿Cómo se llame el sueño nuestro? ¡Jesús! (responden los jóvenes)
A un santo de estas tierras, escuchen esto, le gustaba decir: «El
cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes
que hay que cumplir, o de prohibiciones. Así el cristianismo resulta muy
repugnante. El cristianismo es una Persona que me amó tanto, que
reclama y pide mi amor. El cristianismo es Cristo» ¿Lo decimos todos
juntos? El cristianismo es Cristo. (cf. S. OSCAR ROMERO,
Homilía, 6 noviembre 1977). Es desarrollar el sueño por el que dio la
vida: amar con el mismo amor que nos ha amado. No nos amó hasta la
mitad, no nos amó un cachito, nos amó totalmente. Nos llenó de amor, dio
su vida.
Nos preguntamos: ¿Qué nos mantiene unidos? ¿Por qué estamos unidos? ¿Qué
nos mueve a encontrarnos? ¿Saben lo que es? La seguridad de saber que
hemos sido amados con un amor entrañable que no queremos y no podemos
callar, un amor que nos desafía a responder de la misma manera: con
amor. Es el amor de Cristo que nos apremia (cf. 2 Co 5,14).
Fíjense que el amor que nos une es un amor que no “patotea” ni aplasta,
un amor que no margina, que no se calla, un amor que no humilla ni
avasalla. Es el amor del Señor, un amor de todos los días, discreto y
respetuoso, amor de libertad y para la libertad, amor que sana y
levanta. Es el amor del Señor que sabe más de levantadas que de caídas,
de reconciliación que de prohibición, de dar nueva oportunidad que de
condenar, de futuro que de pasado. Es el amor silencioso de la mano
tendida en el servicio y la entrega. Es el amor que no se pavonea, que
no la juega de pavo real, que se da a los humildes. Ese es el amor que
nos une a nosotros.
Te pregunto: ¿Creés en este amor? Te pregunto otra cosa: ¿Crees que este amor vale la pena?
Jesús una vez preguntó a uno lo mismo y le dijo que vaya y haga lo
mismo. En nombre de Jesús yo les digo que hagan lo mismo. No tengan
miedo de ese amor que gasta la vida.
Fue la misma pregunta e invitación que recibió María. El ángel le
preguntó si quería llevar este sueño en sus entrañas y hacerlo vida,
hacerlo carne.
María tenía la edad de tantos de ustedes y María dijo: «He aquí la
sierva del Señor, hágase en mí según Tu palabra» (Lc 1,38). Cerremos los
ojos todos y pensemos en María. No era tonta, sabía lo que sentía su
corazón, sabía lo que era el amor y respondió "He aquí la Sierva del
Señor, hágase en mí según Tu palabra". En este momentito de silencio,
Jesús le dice a cada uno, a vos, a vos y vos: ¿Te animas? ¿Querés? Pensá
en María y contesta: quiero servir al Señor, que se haga en mí según Tu
palabra.
María se animó a decir “sí”. Se animó a darle vida al sueño de Dios. Y
esto es lo mismo que el ángel te quiere preguntar a vos, a vos, a mí:
¿querés que este sueño tenga vida? ¿Querés darle carne con tus manos,
con tus pies, con tu mirada, con tu corazón? ¿Querés que sea el amor del
Padre el que te abra nuevos horizontes y te lleve por caminos jamás
imaginados y pensados, soñados o esperados que alegren y hagan cantar y
bailar al corazón?
¿Nos animamos a decirle al ángel, como María: he aquí los siervos del
Señor, hágase? No contesten acá. contesten en el corazón. Hay preguntas
que solo se responden en silencio.
Queridos jóvenes: Lo más esperanzador de esta Jornada no va a ser un
documento final, una carta consensuada o un programa a ejecutar. No, eso
no va a ser. Lo más esperanzador de este encuentro serán vuestros
rostros y una oración. Eso dará esperanza. Con la cara con la cual
vuelvan a sus casas, con la oración que aprendieron a decir con el
corazón cambiado.
Y como queremos ser buenos y educados, no podemos terminar este primer
encuentro sin agradecer. Gracias a todos los que han preparado con mucha
ilusión esta Jornada Mundial de la Juventud. Todo esto, gracias,
fuerte. Gracias por animarse a construir y hospedar, por decirle “sí” al
sueño de Dios de ver a sus hijos reunidos. Gracias Mons. Ulloa y todo
su equipo por ayudar a que Panamá hoy sea no solamente un canal que une
mares, sino también canal donde el sueño de Dios siga encontrando cauces
para crecer, multiplicarse e irradiarse en todos los rincones de la
tierra.
Amigos y amigas, que Jesús los bendiga. Lo deseo de todo corazón. Que
Santa María la Antigua los acompañe siempre, para que todos seamos
capaces de decir sin miedo, como ella: «Aquí estoy. Hágase». Gracias.
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