Preparad el Reino de Dios

La esperanza es una virtud difícil de mantener en estos días, cuando el futuro parece incierto y los líderes políticos y religiosos parecen haber perdido toda credibilidad.

La religión aparece o bien como irrelevante o como causa de conflictos, en vez de como fuente de sueños y de reconciliación. En el primer mundo, los jóvenes continúan abandonando la fe religiosa, mientras que en el resto del mundo los celotes religiosos conducen a sus fanáticos seguidores para batallar contra aquellos que no comparten sus creencias.

En la Iglesia Católica, la gente no confía en sus obispos e incluso el papa Francisco es cuestionado. Los evangelistas americanos parecen más interesados en apoyar a Trump que en proclamar los valores del Evangelio.

En el mundo de la política, vemos la incapacidad para tratar con los retos reales del mundo de hoy: el cambio climático, la injusticia económica y los conflictos entre pueblos. Vemos divisiones partidistas y caos político: en Francia sobre un impuesto energético, en el Reino Unido sobre el breixit, en la mayor parte de Europa, sobre los refugiados. 

Partidos contrarios a los derechos humanos han tomado los gobiernos de Filipinas, Brasil, Italia y Hungría y adquieren fuerza en países como Austria, Francia, Alemania, España, Polonia u Holanda. Los historiadores recuerdan el caos que precedió a la llegada del fascismo al poder que condujo a la Segunda Guerra Mundial.

Las élites políticas y económicas que han prosperado bajo la globalización parecen ciegas al sufrimiento de aquellos que han perdido sus trabajos y que no tienen esperanza en el futuro porque carecen de las herramientas necesarias para prosperar en este nuevo mundo.

El espacio parece prepararse para una revolución. Los progresistas siempre pensaron que cuando llegase la revolución la conduciría la izquierda. Pero el ascenso fascista sugiere que muchas personas contemplan la izquierda como en bancarrota moral también. Y, de izquierdas o de derechas, los votantes no confían en la élite rica ni en sus gobiernos.

Cuando el presidente francés Emmanuel Macron intentó subir los impuestos a la energía -algo que cualquiera recomendaria para luchar contra el calentamiento global- el pueblo se sublevó. Su credibilidad entre los ciudadanos corrientes, que tendrían que pagar más por la gasolina era nula porque acababa de recortar impuestos a los ricos. Conceder a los ricos una rebaja fiscal mientras aumentaba los impuestos a los ciudadanos de bajos ingresos era, además de una contradicción directa del Magnificat, groseramente injusto y políticamente estúpido. La justicia exige que los ricos paguen más impuestos, no menos. La única manera en la que la gente aceptará un impuesto energético es si el dinero recaudado vuelve a aquellos duramente golpeados por el alto coste energético.

Los profetas del Antiguo Testamento, de los que oímos en Adviento, también se dirigieron a un pueblo con dudas sobre su futuro. Tenían malos gobernantes, habían experimentado la derrota y habían sido obligados a exiliarse. Los profetas denunciaron a sus líderes políticos y religiosos, pero también ofrecieron esperanza y consuelo a aquellos que sufrían. Su mensaje central era: "Dios está con vosotros". Este es también el mensaje central del adviento y de la Navidad. Es el mensaje central de Jesús.

Cuando Jesús predicaba, no predicaba sobre Sí mismo, como hoy hacen los políticos. Predicaba sobre Su Padre y sobre el amor y la misericordia de Su Padre.  Predicaba sobre el reino de Dios, el reino de los cielos. Esto es lo que nos da esperanza -Dios está con nosotros-.

Algunos de los seguidores de Jesús pensaban que Sus enseñanzas presagiaban un reino político en el que todos ellos terminarían con trabajos fáciles y con montones de dinero y de honor -como muchos de los que trabajan en campañas políticas-. Más adelante, el cristianismo igualó el Reino de Dios con el cielo, lo que llevó a ignorar la justicia aquí en la tierra.

Para Jesús, el fundamento del Reino de Dios es la justicia. Y de la justicia proceden la paz y la alegría. La prosperidad que no se basa en la justicia es una casa construida sobre arena: no durará porque sin justicia no puede haber verdadera prosperidad. De igual manera, la paz injusta, la "paz de los cementerios" no es verdadera paz.

Como dijo el papa Pablo VI "Si quieres la paz, trabaja por la justicia". La Navidad es más que el
recuerdo de un acontecimiento histórico, la venida de Jesús hace más de 2.000 años. El adviento nos recuerda, en preparación para la navidad, que Juan el Bautista y Jesús proclamaron la llegada del Reino de Dios. Jesús no solo predicó el Reino de Dios, sino que lo inició con Su vida, muerte y resurrección y al enviarnos al Espíritu Santo. Empoderados por el Espíritu, es nuestro trabajo continuar y expandir el Reino de Dios hasta que Jesús venga de nuevo. 

Durante el Adviento, no solo preparamos el cumpleaños de Jesús. Celebramos el Reino de Dios, que está presente en el mundo por medio de Jesús, pero que también necesita alcanzar y encarnarse en nuestras vidas y por medio de nuestras vidas. Nuestra esperanza se fundamenta en el amor del Padre, el trabajo de Jesús y el poder del Espíritu.

El reino de Dios se fortalece y se expande cuando nuestro amor abunda más y más y cuando la cosecha de la justicia madura en nuestros corazones y en el mundo. Así es cómo preparamos el camino del Señor. De eso trata el adviento.

Por Fray Thomas Reese, SJ. Traducido del National Catholic Reporter

Comentarios

Entradas populares