Un reino de verdad dentro de vosotros
Es muy importante que tengamos una pequeña idea del momento y el
motivo por el que se instituyó esta fiesta. Fue Pío XI en 1925, cuando
la Iglesia estaba perdiendo su poder y su prestigio acosada por la
modernidad. Con esta fiesta se intentó recuperar el terreno perdido ante
un mundo secular, laicista y descreído. En la encíclica se dan las
razones para instituir la fiesta: “recuperar el reinado de Cristo y de
su Iglesia”. Para un Papa de aquella época, era inaceptable que las
naciones hicieran sus leyes al margen de la Iglesia.
Ha sido para mí una gran alegría y esperanza el descubrir en una
homilía sobre esta fiesta del papa Francisco, una visión mucho más de
acuerdo con el evangelio. Pio XI habla de recuperar el poder de Cristo y
de su Iglesia. El papa Francisco habla, una y otra vez, de Jesús
poniéndose al servicio de los más desfavorecidos. No se trata de un
cambio de lenguaje sino de la superación de la idea de poder en el que
la Iglesia ha vivido durante tantos siglos. El cambio debía ser aceptado
y promovido por todos los cristianos.
El contexto del evangelio que hemos leído, es el proceso ante Pilato,
a continuación de las negaciones de Pedro, donde queda claro, que Pedro
ni fue rey de sí mismo ni fue sincero. Es muy poco probable que el
diálogo sea histórico, pero nos está transmitiendo lo que una comunidad
muy avanzada de finales del s. I pensaba sobre Jesús. Dos breves frases
puestas en boca de Jesús nos pueden dar la pauta de reflexión: “mi Reino
no es de este mundo” y “yo para eso he venido, para ser testigo de la
verdad”.
¿Qué significa un Reino, que no es de este mundo? Se
trata de una expresión que no podemos “comprender” porque todos los
conceptos que podemos utilizar son de este mundo. ¿En qué estamos
pensando los cristianos cuando, después de estas palabras, nombramos a
Cristo rey, no solo del mundo sino del universo? Con el evangelio en la
mano no es fácil justificar el poder absoluto que la Iglesia ha ejercido
durante siglos.
Tal vez encontremos una pista en la otra frase: “he venido para ser testigo de la verdad”.
Pero solo si no entendemos la verdad como verdad lógica (adecuación de
una formulación racional a la realidad) sino entendiéndola como verdad
ontológica, es decir, como la adecuación de un ser a lo que debe ser
según su naturaleza. Jesús siendo auténtico, siendo verdad, es verdadero
Rey. Pero lo que le pide su verdadero ser (Dios) es ponerse al servicio
de todo aquel que le necesite, no imponer nada a los demás.
No se trata de morir por defender una doctrina. Se trata de morir por
el hombre. Se trata de dar testimonio de lo que es el hombre en su
verdadera realidad. El “Hijo de hombre” (único título
que Jesús se aplica a sí mismo), nos da la clave para entender lo que
pensaba de sí mismo. Se considera el hombre auténtico, el modelo de
hombre, el hombre acabado, el hombre verdad. Su intención es que todos
lleguen a identificarse con Él. Jesús es la referencia para el que
quiera manifestar la verdadera calidad humana.
Poco después del párrafo que hemos leído, Pilato saca afuera a Jesús, después de ser azotado, y dice a la multitud: “Este es el hombre”. Jesús
no solo es el modelo de hombre, sino que exige a sus seguidores que
demuestren con su vida que responden al modelo que ven en Él. Jesús
dice: “soy rey”, no: soy el rey.
Indicando así que todo el que se identifique con Él será también rey.
Esa es la meta que Dios quiere para todos los seres humanos. Rey de
poder solo puede haber uno. Reyes servidores debemos ser todos. No se
trata de que un hombre reine sobre otro, sino de un Reino donde todos se
sientan reyes.
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Solo en este contexto podemos entender la predicación de Jesús sobre
el Reino de Dios. Sin embargo el contenido que Él le da es más profundo.
En tiempo de Jesús, el futuro Reino de Dios se entendía como una
victoria del pueblo judío sobre los gentiles y una victoria de los
buenos sobre los malos. Jesús predica un Reino de Dios muy distinto; un
Reino del que nadie va a quedar excluido, y del que forman parte las
prostitutas, los pecadores, los marginados. También los gentiles están
llamados, pero muchos judíos se quedarán fuera. El Reino que Jesús
anuncia no tiene nada que ver con las expectativas de los judíos de la
época. Por desgracia tampoco tiene nada que ver con las expectativas de
los cristianos hoy.
Hay otros datos que pueden darnos luz. Jesús, en el desierto,
percibió el poder como una tentación: “Te daré todo el poder de estos
reinos y su gloria”. En Juan, después de la multiplicación de los panes,
la multitud quiere proclamarle rey, pero Él se escapa a la montaña, Él
solo. Toda la predicación de Jesús gira entorno al “Reino”; pero no se
trata de un reino suyo, sino de “el Reino de Dios”.
Jesús nunca se propuso Él mismo como objeto de su predicación. Es un
error confundir el “reino de Dios” con el reino de Jesús. Mayor
disparate es querer identificarlo con el poder de la Iglesia, que es lo
que pretendió la fiesta.
La característica fundamental del Reino predicado por Jesús es que ya
está aquí, aunque no se identifica con las realidades mundanas. No hay
que esperar a un tiempo escatológico, sino que ha comenzado ya. "No se
dirá está aquí o está allá, porque mirad: el reino de Dios está dentro
de vosotros”. No se trata de preparar un reino para Dios, se trata de un
reino que es Dios. Cuando decimos “reina la paz”, no estamos diciendo
que la paz tenga un reino. Se trata de hacer presente a Dios entre
nosotros, siendo lo que tenemos que ser. No es un reino de personas
físicas, sino de actitudes vitales.
¿Es éste el sentido que le damos a la fiesta? Cualquier connotación
que el título tenga con el poder, tergiversa el mensaje de Jesús. Una
corona de oro en la cabeza y un cetro de brillantes en las manos de
Jesús son mucho más denigrantes que la corona de espinas y la caña que
le pusieron los soldados. Si no nos damos cuenta de esto, es que estamos
proyectando sobre Dios y sobre Jesús nuestros propios anhelos de poder.
Ni el “Dios todopoderoso” ni el “Cristo del Gran Poder” tienen
absolutamente nada que ver con el evangelio. El Dios de Jesús es el
“Abba”, padre y madre que cuida de nosotros.
Hace unos domingos nos decía Jesús que el que quiera ser primero, sea
el último y el que quiera ser grande, sea el servidor. Ese afán de
identificar a Jesús con el poder y la gloria, ¿no será una manera de
justificar nuestro afán de poder y de estar por encima de los demás?
Nuestro yo, creado y sostenido por la razón, no ve más futuro que
potenciarse al máximo. Como no nos gusta lo que dice Jesús, tratamos por
todos los medios de hacerle decir lo que a nosotros nos interesa. Eso
es lo que siempre hemos hecho con la Escritura.
Por Fray Marcos. Publicado en Fe Adulta
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