El ser humano no solo tiene vocación, es vocación
Discurso del cardenal Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid y presidente de la CEE, en la apertura de la Plenaria de la Conferencia Episcopal (fragmento)
El Instrumentum laboris ha sido
el texto base en la Asamblea Sinodal; se ha mantenido la estructura
fundamental en tres partes, que llevaban por títulos sendos verbos
“reconocer”, “interpretar” y “elegir” con las correspondientes
explicitaciones. A lo largo de los trabajos de la Asamblea, el pasaje de
la aparición de Jesús resucitado a los discípulos de Emaús (Lc. 24,
13-35) pasó a ser como el eje articulador del Documento final. Los
títulos tomados del relato evangélico han enriquecido con valor icónico a
las tres partes: “Caminaba con ellos”, “se les abrieron los ojos” y
“partieron sin tardanza”.
A los discípulos que volvían a su pueblo
con aire entristecido por la muerte de Jesús, Profeta poderoso en obras
y palabras, se les unió un caminante desconocido que los escuchó
atentamente e interpretó con las Sagradas Escrituras el sentido de la
crucifixión de su Maestro; al llegar al pueblo hizo ademán de seguir
adelante, pero los dos le apremiaron para que se quedara con ellos
porque ya era tarde. Al “partir el pan” el desconocido, se abrieron los
ojos a los compañeros de camino y lo reconocieron. Una vez reconocido y
desaparecido de su lado el caminante misterioso, partieron al momento a
Jerusalén para unirse a los compañeros y contarles lo que les había
ocurrido. El encuentro personal con el Señor resucitado los pone sin
demora en el camino para volver a la comunidad. En el relato evangélico
han visto los padres sinodales un paradigma para la relación con los
jóvenes.
A continuación me voy a detener en un
capítulo de la parte II sobre la vocación, que aparece también en el
título general de la Asamblea “Los jóvenes, la fe y el discernimiento
vocacional”. Otros capítulos contienen pequeños tratados sobre el
acompañamiento y el discernimiento.
Bellamente escribe el Documento final
139: “La vocación es el fulcro en torno al cual se integran todas las
dimensiones de la persona”.
a) Vocación humana
Dios en Jesucristo manifiesta al hombre
la grandeza de su vocación. Me remito en este apartado particularmente a
la Constitución conciliar Gaudium et spes. “La fe ilumina todo
con una luz nueva y manifiesta el plan divino sobre la vocación
auténtica del hombre, y por ello dirige la mente hacia soluciones
plenamente humanas” (n.11). “La razón más alta de la dignidad humana
consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios” (n. 19).
“Realmente, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del
Verbo encarnado”…“Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del
misterio del Padre y su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio
hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (n. 22). “Todos los
hombres, dotados de alma racional y creados a imagen de Dios, tienen la
misma naturaleza y el mismo origen y, redimidos por Cristo, gozan de la
misma vocación y destino divino. Por ello, se ha de reconocer, cada vez
más, la misma igualdad fundamental entre todos” (n. 29).
La Constitución Pastoral sobre la
Iglesia en el mundo actual afirma y reitera cómo el hombre, varón y
mujer, creado a imagen y semejanza de Dios, debe buscar en este proyecto
divino el sentido de su vida y la plenitud de su esperanza. Esta
vocación es fundamental en la realización del hombre. La vida del
hombre, con todas sus dimensiones, es constitutivamente vocación. El
hombre no se entiende adecuadamente sin la relación con Dios. Si
prescinde de Dios, si rechaza a Dios, es incomprensible la condición del
hombre como vocación. “Sin el Creador la criatura se diluye (…), por el
olvido de Dios la criatura misma queda oscurecida” (Gaudium et spes
36). El hombre no se ha creado a sí mismo; ha sido llamado a la
existencia; ha sido creado por amor y para el amor por la Palabra
omnipotente de Dios. El hombre en cuanto persona es vocación porque Dios
ha pronunciado su nombre. Halla su plenitud y vive a la altura de su
dignidad, si responde a Dios con un sí consciente, libre y responsable,
religioso y filial, fraternal y solidario. El hombre no tiene solo
vocación, es vocación. Está llamado a ser lo que es, a actualizar el
potencial que le ha sido dado, a desarrollar con la vida los dones que
ha recibido. Excluir la relación con Dios elimina de raíz otras
ulteriores vocaciones cristianas.
Al afirmar la Escritura que todas las
cosas han sido creadas por medio de Jesucristo (cf. Col. 1, 16),
<<orienta a leer el misterio de la vocación como realidad que
marca la misma creación de Dios. Dios ha creado con Su Palabra que
“llama” al ser y a la vida… Si ya San Pablo VI había afirmado que “toda
vida es vocación (Populorum progressio, 15,. Benedicto XVI ha
insistido en el hecho de que el ser humano es creado como ser dialógico.
La Palabra creadora “llama a cada uno en términos personales, revelando
así que la misma vida es vocación en relación con Dios (cf. Verbum Domini 77>>. Documento final, nº 79).
La respuesta a la vocación humana
comporta responsabilidad, esfuerzo paciente, laboriosidad, maduración en
convicciones personales dignas y nobles en medio de las numerosas
ofertas de la sociedad, actitud y comportamientos serviciales, búsqueda
permanente de la verdad sobre la cual se afianzará para no ser como una
veleta que mueve el viento a su antojo. La voz de Dios tiene la
capacidad de suscitar la respuesta pronunciada libremente por el hombre.
La vocación es llamada, escucha y respuesta.
b) Vocación cristiana
Jesucristo o Dios Padre por Jesucristo
según los textos neotestamentarios, ha llamado a personas concretas a
seguirlo, a compartir Su vida y a participar en Su misión. La Iglesia
desde su mismo origen comprendió la condición cristiana como una
vocación. Los cristianos son “santos por vocación” (cf. Rom. 1, 7; 1
Cor. 1, 1s.). Un cristiano existe en cuanto llamado por Dios; la llamada
es un término técnico en la literatura paulina para caracterizar la
existencia cristiana (cf. Rom. 8, 16; 1 Cor. 1, 26 Ef. 4, 1ss. Col. 3,
12-15); la vocación no es añadida al mismo ser cristiano. Nadie se llama
a sí mismo (cf. Heb. 5, 4ss). La misma Iglesia es la comunidad de los
llamados, es la “Ekklesia”, es la “elegida” (cf, 2 Jn. 1; 1 Ped. 2, 1
ss. cf. Lumen gentium 9). Los cristianos no somos espontáneos sino
llamados y enviados, rescatados y misioneros. La llamada del Señor
incorpora al Camino (cf. Act. 9, 2) en que confluyen los numerosos
senderos. La Iglesia ha sido convocada para ser enviada. La vocación no
es mérito ni conquista nuestra.
Nos llama el Señor porque quiere, movido
por Su soberana libertad y por iniciativa de Su amor. En toda llamada,
por tanto, se manifiesta la gratuidad divina que espera la respuesta
libre y fiel. Las diversas vocaciones y carismas, los diferentes
servicios y tareas, echan raíces en la tierra nutricia de la Iglesia
(cf. Rom. 12, 4ss. 1 Cor 12, 4-13; 1 Ped. 4, 8-11). La vocación
cristiana es también con-vocación; de la radical vocación surgen
diversos carismas y vocaciones que constituyen como un cuerpo con muchos
miembros y diferentes funciones.
La condición básica, compartida por
todos los cristianos, a saber, la incorporación a la Iglesia por el
bautismo, sacramento de la fe y de la conversión, la participación en la
familia eclesial, supone la Iniciación cristiana. Hay una maduración
para responder personalmente a la vocación de hombre, y hay también una
preparación para ser cristiano y para vivir como cristiano. En nuestras
latitudes advertimos que la Iniciación recibida tradicionalmente hoy en
general es insuficiente. Quizá en ambientes más uniformes y más
impregnados por la fe cristiana fuera suficiente. Actualmente no basta.
En una sociedad religiosamente plural la personalización de la fe es
requerida para sobrevivir como cristianos sin caer en la confusión ni
ceder a la indiferencia. Por este motivo, se debe intensificar el
trabajo evangelizador de la Iniciación cristiana, que une conocimiento
de la fe y experiencia, toque personal y dimensión comunitaria, índole
sacramental y actividad caritativa. Es necesario acentuar el alcance de
la Iniciación cristiana, sólida y auténtica, para que la fe sea
vigorosa y resista a los vientos contrarios del mundo actual que con
frecuencia respira una cultura religiosamente aséptica e inapetente, si
no adversa. ¿Cómo va a ser escuchada la vocación del Señor a ser
presbítero, o esposo cristiano, o consagrado, si la respuesta a la
llamada fundamental a la fe se difumina en el ambiente? Para afrontar la
crisis vocacional es insustituible el trabajo intenso de la Iniciación
cristiana; aunque pueda tener modalidades diferentes, es necesario que
sea auténtica iniciación en orden a ser a modo de cimiento y raíz.
c) Vocaciones en la Iglesia
Las diferentes vocaciones que conviven
en la Iglesia y están destinadas a prestarse un servicio recíproco,
nacen y crecen en la Iglesia (cf. Lumen gentium 11 y 32). En el
dinamismo de la iniciación cristiana cada cristiano va escuchando la
llamada que Dios le dirige. Si la iniciación cristiana es honda, surgen
las vocaciones generosamente; pero si es inconsistente escasean las
vocaciones específicas. Por este motivo, a la penuria vocacional se debe
responder, ante todo, cultivando más intensamente la iniciación
cristiana. El discernimiento vocacional supone haber respondido
consecuentemente a la decisión de la fe; el sí al Evangelio abre a otros
“síes” dentro de la Iglesia. A veces se observa que falta decisión para
invitar a otras personas a participar en la propia vocación. ¿Si en una
persona pesa como un lastre la experiencia negativa y la indecisión
ante un futuro incierto cómo se hará eco gozoso de la llamada del Señor?
¿Crisis de vocaciones o crisis de “vocantes”? Si no se agradece
diariamente la vocación recibida, ¿cómo se va a invitar a otros? ¿Crisis
de sacerdotes y de religiosos o crisis de cristianos que profundizan
incesantemente en la orante y paciente comunicación con el Señor?
Las diversas vocaciones específicas, con
su forma de vida correspondiente, –al laicado con responsabilidades
especiales en la Iglesia y la sociedad, al matrimonio cristiano, al
ministerio pastoral (diácono, presbítero, obispo), a la virginidad
consagrada, a la vida religiosa, a la “salida” misionera, a la entrega
servicial a los pobres y enfermos- proceden de Dios, que deben ser
escuchadas, agradecidas, reconocidas y acogidas en la vida de la
Iglesia. Cada uno tiene de Dios su propia gracia y misión. La Iglesia es
la patria de todas las vocaciones. Unas a otras deben mostrarse
recíproca gratitud, sin envidiarse ni pretender que una sola acapare la
totalidad.
Sta. Teresa del Niño Jesús quiso reunir
personalmente todas las vocaciones de la Iglesia; como es imposible por
la multiplicidad de misiones que comportan y la limitación humana,
descubrió un día su lugar en la Iglesia: “En el corazón de la Iglesia,
que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo, y mi deseo
se verá colmado, ya que el amor encierra en sí todas las vocaciones”
(cf. 1 Cor. 12-13) (Manuscrits autobiographiques, Lisieux 1957, 227-229).
d) Índole personal de la vocación.
En toda vocación cristiana hay una
dimensión personal insustituible. Las vocaciones no surgen simplemente
por la observación y los análisis sociológicos de las necesidades
pastorales y como oferta generosa de mano de obra para cubrir puestos
vacantes en la Iglesia. Hay un diálogo entre el Señor que llama y el
invitado que responde, en ocasiones después de haber escuchado la suave
voz inicial, de haberla rehusado e incluso de haber señalado a otros
como vocacionados más aptos. Al mismo tiempo hay que afirmar que el que
se cree capaz por sus fuerzas, probablemente no es el indicado.
“Volumus, nolumus”, es decir, a los que lo desean, mejor no elegirlos.
La vocación toca el corazón de la persona; no cambia únicamente las
condiciones externas. Cada persona imprime un sello singular a la
vocación que puede compartir con otros. Esta dimensión personal no se
puede amortiguar y menos aún excluir. La participación en el mismo
carisma y en la misma vocación no elimina la manera irrepetible de
vivirlos cada uno; al contrario, la personalidad que debe ser respetada
puede degenerar en individualismo egoísta.
El único autorizado para llamar
eficazmente es nuestro Señor; sólo Él puede tocar el corazón y suscitar
la respuesta. Si la invitación no llega al centro de la persona, no se
sentirá ésta radicalmente concernida. En el diálogo de la oración,
sosegada y humilde, Jesucristo llama y el invitado responde. Cada
vocación tiene una historia personal e irrepetible. La comunión en el
amor crea la condición básica para que el Señor pronuncie su palabra y
el interpelado responda: “Heme aquí, porque me has llamado” “Habla, que
tu siervo escucha” (1 Sam. 3, 10). Los relatos bíblicos de vocación son a
veces muy elocuentes y en ellos podemos vernos reflejados (cf Ex 3,7ss
sobre la vocación de Moisés; sobre la vocación de Isaías cfr. Is 6,1ss;
sobre la de Jeremías cf. Jer.1,4ss). Inicialmente puede ser un rumor,
una pregunta, una insinuación… y poco a poco se escucha con más claridad
la voz.
En el Evangelio hay signos de entrañable
relación personal entre Jesús y los llamados. Jesús al joven
rico lo
mira con amor (cf. Mc. 10, 21-22). Podemos decir que “sueña” con el
seguimiento de los invitados. Llamó a los que quiso, después de orar
durante la noche (cf. Mc. 3, 13ss; Lc. 6, 12-17). En el encuentro
detenido de Jesús con dos discípulos de Juan el Bautista, éstos quedan
impactados por la experiencia inolvidable (cf. Jn. 1, 36 ss.). A Pedro
pregunta sobre el amor y Pedro ya convertido le manifiesta su cordial
adhesión sin condiciones (cf. Jn. 21, 15-19). Pablo agradece al Señor
porque “se fió de él y le confió el ministerio” (1 Tim. 1, 12); y a su
vez el apóstol “sabe de quién se ha fiado” (2 Tim. 1, 12. Cf. 2 Cor. 12,
9).
Resumamos: Vocación a ser persona y
vocación a ser cristiano; vocaciones diferentes dentro de la Iglesia,
“patria de las vocaciones”, para enriquecer su vida y para cumplir más
eficazmente su misión evangelizadora. Impronta personal en el itinerario
de cada uno de los llamados.
La Asamblea del Sínodo ha sido un
acontecimiento de gracia con el que hemos contraído una ineludible
responsabilidad. En la presente Asamblea Plenaria de la Conferencia
Episcopal debemos iniciar la fase de la recepción a través de la
asimilación personal y de la puesta en marcha de las actuaciones
indicadas en el Documento final. Dedicaremos algún tiempo a la
información sobre el Sínodo y al intercambio de sugerencias y
esperanzas.
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