Ese que consideramos un desecho humano es precioso para Dios
Seguimos en la misma dinámica. Sale Jesús de Jericó, camino de
Jerusalén. Hoy no hay enseñanza añadida, el mismo relato entraña la
lección. Lo encontramos en los tres sinópticos de manera casi idéntica.
Lucas sitúa el relato antes de entrar en Jericó. Mateo habla de dos ciegos
pero el relato es el mismo. Estamos en la última escena, antes de entrar
en Jerusalén. Después del relato de hoy, el evangelio de Marcos da un
profundo quiebro. Lo que acontece en Jerusalén está más cerca del relato
de la pasión que de lo narrado hasta ahora.
Es un relato que tiene poco que ver con los que Marcos ha utilizado hasta
ahora. Le llama; le pregunta qué es lo que quiere; admite el título de
Hijo de David; no lo aparta de la gente; la curación no va acompañada de
ningún gesto; no le manda guardar silencio sobre lo sucedido. Una vez
que Marcos ha dejado claro que el camino hacia el Reino es la renuncia y la
entrega hasta la muerte, ya no hay lugar para los malentendidos. No
tiene sentido mandar callar ni rechazar el título de Mesías. Como vamos a
ver, todo son símbolos.
Al borde del camino. Bartimeo es el símbolo de la
marginación, está fuera del camino, tirado en la cuneta, sin poder
moverse, viendo cómo los demás pasan y dependiendo de ellos. El ciego
tenía ya asignado su papel, la exclusión, pero no se resigna. Sigue
intentando superar su situación a pesar de la oposición de la gente. “Hijo de David”
era un título mesiánico equivocado; suponía un Mesías rey poderoso, que
se impondría con la fuerza. A Marcos ya no le importa, no le manda callar.
Le regañaban para que se callara. Los que acompañan a
Jesús no quieren saber nada de los problemas del ciego. Como diciendo:
En la situación en que te encuentras no tienes derecho a protestar ni a
gritar. Aguanta y cállate. Era el sentir del pueblo judío, tan religioso
él. “La gente” significa, para nosotros hoy, la inmensa mayoría de los
cristianos que siguen a Jesús, pero no descubren la necesidad de ver más
allá de sus narices y emprender un nuevo camino. Una vez más aparece la
sutil ironía de Marcos: los que seguían a Jesús eran un obstáculo para que
el ciego se acercara a Él. Los más cercanos a Jesús siguen sin ver.
Llamadlo. Se advierte la carga simbólica del relato.
En menos de una línea se repite por tres veces el verbo llamar. La
llamada antecede siempre al seguimiento. Jesús valora la situación de
muy distinta manera que sus acompañantes… Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Al menor síntoma de acogida, el ciego tira el manto y da un salto. Un
ciego debía andar a tientas y con cuidado. Ahora confía, aunque no ve.
El manto representa lo que había sido hasta el momento, que se convierte
en un estorbo. Todas sus esperanzas están ahora puestas en Jesús. Este
es el verdadero milagro, que el mismo ciego realiza.
¿Qué quieres que haga por ti? Desde el punto de
vista narrativo, la pregunta no tiene ningún sentido. ¡Qué va a querer
un ciego! La pregunta que le hace Jesús, es la misma que, el domingo
pasado, hacía a Santiago y Juan. La pregunta es idéntica, pero la
respuesta es completamente distinta. Los dos hermanos quieren “sentarse”
junto a Jesús en su gloria. El ciego quiere ver para “caminar” con Él.
La diferencia no puede ser más abismal.
¡Que pueda ver! Jesús provoca, con su pregunta un
poco absurda, este grito. En toda la Biblia, el “ver” tiene casi siempre
connotaciones cognitivas. Ver significa la plena comprensión de aquello
que es importante para la vida espiritual. Este grito es el centro del
relato, siempre que descubramos que no se trata de una asistencia
sanitaria. Se trata de ver el camino que conduce a Jerusalén para poder
seguirlo. El camino del servicio que conduce hacia el Reino. De ahí la
respuesta de Jesús: ¡Anda! El objetivo final no es la
visión, sino la adhesión a Jesús y el seguimiento. Una lección para los
discípulos que no terminan de ver.
Tu fe te ha curado. Una vez más, la fe-confianza es la que libera. Solo él ve a Jesús. Solo él le sigue
por el camino... el camino que lleva a la entrega total en la cruz. Marcos
deja bien claro que una respuesta auténtica a la llamada de Jesús, será
siempre cosa de minorías. La multitud que seguían a Jesús sigue ciega.
Todos estos domingos venimos viendo la falta total de comprensión de los
discípulos. No habían ni siquiera atisbado la propuesta de Jesús. Solo
después de la experiencia pascual ven a Jesús y le siguen.
Y lo seguía por el camino. El ciego, una vez que descubrió a Jesús le sigue en el camino hacia Jerusalén. Antes estaba al borde,
es decir fuera del camino. El relato de una ceguera material es el
soporte de un mensaje teológico: Jesús es capaz de iluminar el corazón
de los hombres que están ciegos y a obscuras. Los discípulos demuestran
una y otra vez, su ceguera. Un ciego tirado en el camino, ve. Antes de
ver, espera el falso “Mesías davídico”. Después descubre al auténtico
Jesús, que va hacia la entrega total en la cruz, y le sigue.
Ya en la primera lectura de Jeremías encontramos un anuncio de este
mensaje: Dios salva un resto de su pueblo. No salva a los poderosos, ni a
los sabios, ni a los perfectos sino a los ciegos y cojos, preñadas y
paridas. Es decir a los débiles. No es el ciego el que está hundido en
la miseria. La verdadera miseria humana está en los que, aún siguiendo a
Jesús, mandan callar al ciego. Lo estamos repitiendo todos los días.
¡Que se callen los miserables! ¡Que eliminen los mendigos de las calles!
No nos dejan vivir en paz. No oír, no ver la miseria que hay a nuestro
alrededor, mirar hacia otro lado, es la única manera de vivir
tranquilos.
La evolución ha sido posible gracias a que la vida ha sido despiadada
con el débil. El evangelio establece un cambio sustancial en esa
marcha. Jesús trastoca esa escala de valores, que aún prevalece hoy. Se
daba por supuesto que Dios estaba en esa dinámica, y que todo lo
defectuoso era rechazado por Él. Esto es lo que no podía soportar
Nietzsche, porque creía que el evangelio exaltaba la mezquindad. Nunca
fue capaz de descubrir el valor de un ser humano a pesar de sus
radicales limitaciones. La esencia de lo humano no está en la perfección
sino en la misma persona, independientemente de sus carencias.
La actitud de Jesús fue un escándalo para los judíos de su tiempo y
sigue siéndolo para nosotros hoy. Hemos avanzado con relación a las
limitaciones físicas, pero con los fallos morales. Jesús no solo se
acercó a los ciegos, cojos y tullidos; también se acercó a los pecadores
públicos, a las prostitutas, a las adúlteras. Lucas, después de este
relato, inserta el de Zaqueo que expresa lo mismo, pero con relación a
los impuros. Nosotros seguimos creyendo que los pecadores son también
rechazados por Dios. Ellos nos preceden en el Reino.
La escala de valores que nos propone el evangelio, no solo es
distinta, sino radicalmente opuesta a la que los humanos manejamos
todavía hoy. Entendemos al revés el evangelio cuando pensamos: Qué
grande es Jesús que, de una persona despreciable, ha hecho una persona
respetable. Desde nuestra perspectiva, primero hay que cambiarla,
después hablaremos. El evangelio dice lo contrario, esa persona ciega,
coja, manca, sorda, pobre, andrajosa, marginada, pecadora; esa que
consideramos un desecho humano, es preciosa para Dios. Y por lo tanto es
preciosa para Jesús. ¡Nos queda aún mucho por andar!
Por Fray Marcos. Publicado en Fe Adulta
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