Primer paso para la reforma de la Iglesia: no venderla

Si alguien duda de la capacidad de la sagrada escritura para atravesar los siglos y hablar a la gente en nuestro propio tiempo como si fuese palabra recién pronunciada, la segunda lectura del pasado domingo de la carta de Santiago, capítulo 2, versículos 1-5, responde tales dudas:

Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas.
Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos? 

Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? 

El texto se merece ser reproducido en su totalidad porque cada versículo parece hablar al corazón de la crisis que ha afligido a la Iglesia Católica este verano.

Sí, la llamamos la crisis del "abuso sexual del clero", pero es más sobre quienes fallaron en responder al abuso con horror que sobre el abuso en sí mismo. Algunos hemos diagnosticado, incluido yo, que el clericalismo es el problema, y sostengo el análisis, pero la carta de Santiago nos invita a la precisión: el clericalismo que tiende a la mundanidad es el problema. La mundanidad es el pecado que el apóstol Santiago estaba diagnosticando y es el corazón mismo de la crisis. 

No pretendo ser alguien que conociese bien al antiguo cardenal Theodore Mc Carrick, pero coincidimos en actos una docena de veces durante su mandato en Washington. Fray Peter Daily lo clavó cuando describió a Mc Carrick cómo alguien que encandilaba "en la vida por su encanto, su popularidad, su labia, su habilidad recaudatoria y su comprensión política". 

Los amigos que conducen importantes actividades caritativas de la Iglesia siempre cultivaban su relación con el cardenal porque era conocido como un maestro recaudador de fondos. La Fundación Papal era su hijo y resultó ser un niño roto, que proporcionaba a los ultraricos fotos con el papa y acceso a su séquito a cambio de donaciones de millones de dólares, una especie de simonía inculturada.

¿Es completamente sorprendente que un hombre que, en las palabras de Santiago, presta atención a quien "viste ropa espléndida" llegue a la prominencia en la Iglesia? En muchas zonas, nuestras estructuras masivas fueron una vez la joya de la corona de nuestro peso institucional. Ahora, sacerdotes y especialmente obispos pasan una gran parte de su tiempo buscando dinero para contener el derrumbe de esas estructuras. Un "buen pastor" es uno que recauda dinero, no que multiplica las almas.

Comprendo que mantener abierto el colegio parroquial es algo bueno. Apoyo sólidos programas de formación musical y preservar nuestro patrimonio arquitectónico es una responsabilidad civilizatoria. Pero estos objetivos solo merecen la pena en la medida en que puedan conseguirse sin reducir a nuestra Iglesia al papel de un permanente, aunque espiritualizado, recaudador de fondos.

Es obvia la distorsión que esto ha causado en la vida de la Iglesia. Si estuviésemos todavía en la Iglesia de los trabajadores y la gente sencilla, como lo fue durante la mayor parte de su existencia, la propia universidad de los obispos no albergaría una conferencia de tres días sobre la dignidad del trabajo en la que intervendrán muchos ponentes pero ni un solo trabajador. La conferencia del año pasado celebró -casi había escrito canonizó- al héroe libertariano Charles Koch, un hombre cuyas visiones de la sociedad y de la economía difícilmente podrían ser más opuestas a las de la enseñanza social de la Iglesia.

Estas conferencias están patrocinadas por el Napa Institute de Tim Busch y la de este año estará precedida por una conferencia de un día llamando a la "auténtica reforma" de la Iglesia a la luz de los escándalos de este verano. Probablemente no podré protestar contra el evento, pero si pudiese, llevaría una pancarta que dijese: "La Iglesia Católica no está en venta".

El grupo Legatus, iniciado por el donante conservador Tom Monaghan, ha decidido retirar su donación anual al Vaticano porque está preocupado por el dossier Viganó. Para pertenecer a Legatus, una persona debe dirigir una compañía con ingresos de al menos siete millones de dólares y emplear a 49 trabajadores. Justo la clase de personas que esperarían que se las siente en lugares de honor. Justo el tipo de grupo que necesita que la religión se reduzca a una ética sexual, no sea que alguien comience a retar la mundanidad o lo que es peor, a hablar sobre camellos y ojos de aguja. Autosatisfechos, autofelicitatorios. ¿Te acuerdas de aquel tipo? "Gracias, Señor, porque no soy como ese otro hombre". Pueden coger su dinero y meterlo, bueno, en algún lugar especial.

La miopía cultural, larga y consecuente, es solo parte de la razón por la que la Iglesia está en crisis en este momento de la historia. La principal razón es su fijación con el dinero, su aquiescencia con el capitalismo, incluso perpetuando la maniquea igualación de la Guerra Fría del capitalismo con la  divinidad y la consecuente mundanidad de la Iglesia.

¿Hay alguna duda de que este culto a Mammon día tras día es lo que explica en gran medida que la oposición al papa Francisco sea mucho más fuerte en Estados Unidos y encuentre allí sus principales dirigentes? Sí, el jansenismo latente es parte de la historia también, pero cada vez estoy más y más convencido de que los occidentales nos hemos vuelto sordos al Evangelio porque es una buena noticia para los pobres y nosotros ya no lo somos.

Espero que cuando el Cardenal Daniel Di Nardo, presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, se reúna con Francisco esta semana, le advierta que si no ofrece algún tipo de golosina a los Tim Busch y Legatus de este mundo, puede esperar recibir tal vez la mitad del dinero que el Vaticano actualmente recibe de la Iglesia de Estados Unidos. No dudo ni por un segundo que la respuesta del papa será: "Perfecto".

Eso sería un primer paso significativo hacia la auténtica reforma: liberar a la Iglesia de la dependencia de los ultraricos. Cuando el dinero se vaya, el resto de la mundanidad le seguirá.

Por Michael Sean Winters. Traducido del National Catholic Reporter

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