Mi parroquia, mi barrio
Acabo de incorporarme a un nuevo destino. Lo primero que hicieron
cuando llegué fue enseñarme el barrio. Un paseo tranquilo, saludando a
la gente, entrando en los negocios que hay alrededor de la plaza. Y en
el centro de la plaza el busto del jesuita fundador de la parroquia, del
barrio. Y mucha gente que se acerca a contarte la historia del esfuerzo
compartido, los mayores con la emoción del paso del tiempo y los logros
obtenidos. Todo un barrio que surgió del esfuerzo compartido entre los
vecinos y el párroco, que se unieron en la necesidad y construyeron codo
con codo todo un barrio. La escuela, el centro de salud, el centro
cívico… Todo hecho por y para todos.
Y, sin embargo, lo primero que vi al bajarme del coche, en la calle
trasera de la parroquia fue una pintada grande, con letras rojas, en la
pared de la parroquia, una sola palabra: «parásitos» y una cruz tachada,
para remarcar hacia quién va dirigido el mensaje. Y me pregunto qué ha
pasado.
¿Cómo hemos llegado al punto de que un barrio que nace en
torno a una parroquia acabe por considerarla un parásito, que se
beneficia, pero no aporta? Porque no se trata de un caso de
conflicto abierto entre el vecindario y la parroquia. Es más bien meter a
la parroquia en ese saco del imaginario colectivo de una Iglesia
lejana, centrada en sí misma, millonaria. Porque se pierde de vista la
cercanía de un esfuerzo compartido por la comunidad que, queramos o no,
formamos, pues ocupamos un mismo espacio.
La parroquia, esa Iglesia más cercana físicamente, está en
entredicho. De repente se convierte en el aro burocrático por el que hay
que pasar para ser padrino de bautizo de mi sobrino o para poder
casarme en esa iglesia que hace tan bonito en el reportaje. En vez de
ser el lugar en el que compartir las alegrías y tristezas de la vida que
compartimos. Olvidamos que la parroquia es un lugar privilegiado para
eso, por su cercanía física, por su capacidad de ser encarnación de la
Iglesia universal en mi realidad concreta, la de mi barrio, mi gente,
mis problemas y alegrías.
Recuperar esa relación de cercanía, de acogida es un reto, sí. Pero
es parte de la solución más que del problema de las parroquias. Generar
una Iglesia capaz de responder a una realidad concreta, de anunciar un
Evangelio que es universal, sí. Pero que es capaz de encarnarse en una
realidad concreta, la de tu barrio, la del mío. La de nuestras
parroquias.
Por Álvaro Zapata, SJ. Publicado en Pastoral SJ
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