Del mesías glorioso al Hijo del hombre sufriente
Un viaje con examen
Cesarea de Felipe, junto a las fuentes del Jordán, es uno de los
lugares más hermosos de Israel. El peregrino actual, que parte
generalmente de Nazaret, tarda poco más de una hora en un cómodo autobús
con aire acondicionado. Jesús y los discípulos tuvieron que hacer el
camino a pie, salvando un desnivel de unos 800 ms: desde los 200 bajo el
nivel del mar (Lago de Galilea) hasta los 500-600 sobre él (pie del
monte Hermón). No es un paseo cualquiera. Hay tiempo para callar y
tiempo para hablar. En esos momentos de comunicación, Jesús les repite a
los discípulos una pregunta: «¿Quién dice la gente que soy Yo?» No se
lo pregunta una vez, sino repetidas veces, como indica el matiz del
verbo griego que utiliza Marcos (evphrw,ta).

Lo que piensa la gente
Para la gente, Jesús no es un personaje real, sino un muerto que ha
vuelto a la vida, se trate de Juan Bautista, Elías, o de otro profeta.
De estas opiniones, la más «teológica» y con mayor fundamento sería la
de Elías, ya que se esperaba su vuelta, de acuerdo con Malaquías 3,23:
«Yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor,
grande y terrible; reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y
así no vendré yo a exterminar la tierra». En cualquier caso, resulta
interesante que el pueblo vea a Jesús en la línea de los antiguos
profetas. En ello pueden influir muchos aspectos: su poder (como en los
casos de Moisés, Elías y Eliseo), su actuación pública, muy crítica con
la institución oficial, su lenguaje claro y directo, su lugar de
actuación, no limitado al estrecho espacio del culto.
Lo que piensa Pedro
Jesús quiere saber si sus discípulos comparten esta mentalidad o
tienen una idea distinta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?» Es una
pena que Pedro se lance inmediatamente a dar la respuesta; habría sido
interesantísimo conocer las opiniones de los demás. Según Marcos, la
respuesta de Pedro se limita a las palabras «Tú eres el Mesías».
¿Qué significaba este título? En el Antiguo Testamento se refiere
generalmente al rey de Israel; un personaje que se concebía elegido por
Dios, adoptado por Él como hijo, pero normal y corriente, capaz de los
mayores crímenes. Sin embargo, la monarquía desapareció en el siglo VI
a.C., y los grupos que esperaban la restauración de la dinastía de David
fueron atribuyendo al mesías esperado cualidades cada vez más
maravillosas.
Los Salmos de Salomón, oraciones de origen fariseo compuestas en el
siglo I a.C., describen detenidamente el papel del Mesías: librará a
Judá del yugo de los romanos, eliminará a los judíos corruptos que los
apoyan, purificará Jerusalén de toda práctica idolátrica, gobernará con
justicia y rectitud, y Su dominio se extenderá incluso a todas las
naciones. Es un rey ideal, y por eso el autor del Salmo 17 termina
diciendo: «Felices los que nazcan en aquellos días».
Si imaginamos al grupo de Jesús, que vive de limosna, peregrina de un
sitio para otro sin un lugar donde reclinar la cabeza, en continuo
conflicto con las autoridades religiosas, decir que Jesús es el Mesías
implica mucha fe en el personaje o una auténtica locura.
Lo que piensa Jesús de sí mismo
En contra de lo que cabría esperar, Jesús prohíbe terminantemente
decir eso a nadie. Y en vez de referirse a sí mismo con el título de
Mesías usa uno distinto: «Hijo del Hombre», que parece
inspirado en
Ezequiel (a quien Dios siempre llama «Hijo de Adán») y en Daniel. Lo
importante no es el origen del título, sino cómo lo interpreta Jesús: el
destino del Hijo del Hombre es padecer mucho, ser rechazado por las autoridades políticas, religiosas e intelectuales, morir y resucitar.
En una concepción popular del Mesías, como la que podían tener Pedro y
los otros, esto es inaudito. Sin embargo, la idea de un personaje que
salva a su pueblo y triunfa a través del sufrimiento y la muerte no es
desconocida al pueblo de Israel. Un profeta anónimo la encarnó en el
personaje del Siervo de Yahvé (Isaías 53).
Conflicto entre Pedro y Jesús
Igual que el poema del libro de Isaías, Jesús termina hablando de
resurrección. Pero Pedro se queda en el sufrimiento. Se lleva a Jesús
aparte y lo increpa, sin que Marcos concrete las palabras que dijo.
Jesús reacciona con enorme dureza. Pedro lo ha tomado aparte, pero Él
se vuelve hacia los discípulos porque quiere que todos se enteren de lo
que va a decirle: «¡Retírate, Satanás! ¡Piensas al modo humano, no
según Dios!» La mención de Satanás recuerda lo ocurrido después del
bautismo, cuando Satanás somete a Jesús a las tentaciones. El puesto del
demonio lo ocupa ahora Pedro, el discípulo que más quiere a Jesús, el
que más confía en Él, el más entusiasmado con Su persona y Su mensaje.
Jesús, que no ha visto un peligro en las tentaciones de Satanás, si ve
aquí un grave peligro para Él. Por eso, Su reacción no es serena, sino
llena de violencia.
Enseñanza para todos
De repente, el auditorio se amplía, y a los discípulos se añade la
multitud. Las palabras que Jesús («el que quiera salvar su vida la
perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la
salvará») parten de una idea conocida en el AT: la elección entre la
vida y la muerte. Pero con una notable diferencia: elegir la vida
equivale aquí a seguir a Jesús, eligiendo con ello negarse a sí mismo,
cargar la cruz y morir. Cuando el discípulo acepta el destino del Siervo
de Dios, el destino de Jesús, termina consiguiendo el triunfo, la vida
verdadera.
La aceptación del sufrimiento y la certeza del triunfo (1ª lectura: Is 50,5-10)
En la concepción difundida a finales del siglo XIX por Bernhard Duhm,
este fragmento sería el tercer canto dedicado al Siervo de Yahvé, un
personaje misterioso, que termina salvando a su pueblo mediante el
sufrimiento y la muerte. Es lógico que los cristianos vieran en él a
Jesús (el 4º canto, Is 53, lo leemos el Viernes Santo).
Jesús ha dicho en el evangelio que «el Hijo del hombre tiene que
padecer y ser despreciado». Este breve poema anticipa esas ofensas:
golpes, burlas, insultos, salivazos, antes de un juicio que se supone
injusto. En este breve poema destacan dos detalles: la acción de Dios y
la reacción del Siervo.
La acción de Dios consiste en revelar a su servidor lo mucho que va a
sufrir («me ha abierto el oído»), pero asegurándole que se mantendrá
junto a Él: «Mi Señor me ayudaba», «Tengo cerca a mi abogado», «El Señor
me ayuda». Esto supone una gran novedad, porque en la teología habitual
del Antiguo Oriente (y entre muchas personas de hoy día), el
sufrimiento se interpreta como un castigo de Dios. En cambio, el Siervo
está convencido de que no es así: el sufrimiento puede entrar en el plan
de Dios, como un paso previo al triunfo, y en ningún momento deja Él de
estar presente y ayudarle.
Por eso, la reacción del Siervo es de entrega total: no se rebela, no
se echa atrás, ofrece la espalda y la mejilla a los golpes, no oculta
el rostro a bofetadas y salivazos.
Si Pedro hubiera conocido y comprendido este texto de Isaías, no se
habría indignado con las palabras de Jesús, que representan el punto de
vista de Dios, mientras que él se deja llevar por sentimientos puramente
humanos.
Pero debemos reconocer que nuestro modo de pensar se parece mucho más al de Pedro que al de Jesús.
Una polémica muy antigua: la fe y las obras (2ª lectura: Santiago 2,14-18)
«Genio y figura, hasta la sepultura». Eso le pasó a san Pablo.
Después de la conversión, en algunas cuestiones siguió siendo tan
radical como antes. Y se prestaba a ser mal interpretado. En su lucha
con los cristianos judaizantes, partidarios de observar estrictamente la
ley de Moisés, como si fuera ella quien nos salva, defiende que la
salvación viene por la fe en Cristo. Él no excluye que el cristiano deba
comportarse dignamente, todo lo contrario. Pero insiste tanto en la fe y
en la libertad del cristiano que sus adversarios le acusan de negar la
necesidad de las buenas obras.
En esta polémica se inserta el texto de la carta de Santiago,
atacando la postura del que presume de tener fe, pero no hace nada
bueno. El ejemplo que utiliza, la respuesta egoísta del que tiene fe a
un hermano que pasa hambre, es esclarecedor y sigue inquietándonos
actualmente.
Pero si el autor de la carta y Pablo se hubieran reunido a charlar,
habrían estado plenamente de acuerdo. Pablo podría haberle leído un
fragmento de su carta a los Gálatas, en la que viene a decir lo mismo:
«Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad, pero no vayáis a
tomar la libertad como estímulo del instinto; antes bien, servíos
mutuamente por amor» (Gal 5,13). Nos salva Jesús y la fe en Él, pero esa
fe debe impulsarnos a una vida que no se deja arrastrar por los bajos
instintos (fornicación, indecencia, desenfreno, reyertas, envidias,
borracheras, comilonas, etc.), sino que está guiada por los frutos del
Espíritu de Dios (amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad,
fidelidad…,) (Gal 5,19-25).
Por José Luis Sicre, publicado en Fe Adulta
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