Nuestras familias son tesoros vivos
Palabras del papa Francisco en el Encuentro Mundial de las Familias
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenas tardes!
Gracias por vuestra cálida bienvenida. Qué bien se está aquí. Es
hermoso celebrar, porque nos hace más humanos y más cristianos. También
nos ayuda a compartir la alegría de saber que Jesús nos ama, nos
acompaña en el camino de la vida y nos atrae cada día más a Él.
En cualquier celebración familiar se siente la presencia de todos:
padres, madres, abuelos, nietos, tíos, primos, de quien no pudo venir, y
de quien vive demasiado lejos, todos. Hoy en Dublín nos reunimos para
una celebración familiar de acción de gracias a Dios por lo que somos:
una sola familia en Cristo, extendida por toda la tierra. La Iglesia es
la familia de los hijos de Dios. Una familia en la que nos alegramos con
los que están alegres y lloramos con los que sufren o se sienten
abatidos por la vida. Una familia en la que cuidamos de cada uno, porque
Dios nuestro Padre nos ha hecho a todos hijos Suyos en el bautismo. Por
eso sigo alentando a los padres a que bauticen a sus hijos lo antes
posible, para que puedan formar parte de la gran familia de Dios. Es
necesario invitar a todos a la fiesta, incluso al niño pequeño. Y es por
esto que debe ser bautizado pronto. Y hay otra cosa: si el niño es
bautizado, el Espíritu Santo entra en su corazón. Hagamos una
comparación: un niño sin bautizar, porque los padres dicen: “No, cuando
sea mayor”, y un niño bautizado, con el Espíritu Santo en su interior:
esto es más grande, porque tiene la fuerza de Dios dentro de él.
Vosotras, queridas familias, sois la gran mayoría del Pueblo de Dios.
¿Qué aspecto tendría la Iglesia sin vosotras? Una Iglesia de estatuas,
una Iglesia de personas solas... Escribí la Exhortación Amoris laetitia
sobre la alegría del amor para ayudarnos a reconocer la belleza y la
importancia de la familia, con sus luces y sus sombras, y he querido que
el tema de este Encuentro Mundial de las Familias fuera «El Evangelio de la familia, alegría para el mundo».
Dios quiere que cada familia sea un faro que irradie la alegría de Su
amor en el mundo. ¿Qué significa esto? Significa que, después de haber
encontrado el amor de Dios que salva, intentemos, con palabras o sin
ellas, manifestarlo a través de pequeños gestos de bondad en la rutina
cotidiana y en los momentos más sencillos del día.
Y esto ¿cómo se llama? Esto se llama santidad. Me gusta hablar
de los santos «de la puerta de al lado», de todas esas personas comunes
que reflejan la presencia de Dios en la vida y en la historia del mundo
(cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 6-7).
La vocación al amor y a la santidad no es algo reservado a unos pocos
privilegiados. Incluso ahora, si tenemos ojos para ver, podemos
vislumbrarla a nuestro alrededor. Está silenciosamente presente en los
corazones de todas aquellas familias que ofrecen amor, perdón,
misericordia cuando ven que es necesario, y lo hacen en silencio, sin
tocar la trompeta. El Evangelio de la familia es verdaderamente alegría
para el mundo, ya que allí, en nuestras familias, siempre se puede
encontrar a Jesús; Él vive allí, en simplicidad y pobreza, como lo hizo
en la casa de la Sagrada Familia de Nazaret.
El matrimonio cristiano y la vida familiar manifiestan toda su
belleza y atractivo si están anclados en el amor de Dios, que nos creó a Su imagen, para que podamos darle gloria como iconos de su amor y de su
santidad en el mundo. Padres y madres, abuelos y abuelas, hijos y
nietos: todos, todos llamados a encontrar la plenitud del amor en la
familia. La gracia de Dios nos ayuda todos los días a vivir con un solo
corazón y una sola alma. ¡También las suegras y las nueras! Nadie dice
que sea fácil, lo sabéis mejor que yo. Es como preparar un té: es fácil
hervir el agua, pero una buena taza de té requiere tiempo y paciencia;
hay que dejarlo reposar. Así, día tras día, Jesús nos envuelve con su
amor, asegurándose de que penetre todo nuestro ser. Del tesoro de Su
sagrado Corazón, derrama sobre nosotros la gracia que necesitamos para
sanar nuestras enfermedades y abrir nuestra mente y corazón para
escucharnos, entendernos y perdonarnos mutuamente.
Acabamos de escuchar el testimonio de Felicité, Isaac y Ghislain, que
vienen de Burkina Faso. Nos han contado una conmovedora historia de
perdón en familia. El poeta decía que «errar es humano, perdonar es
divino». Y es verdad: el perdón es un regalo especial de Dios que cura
nuestras heridas y nos acerca a los demás y a Él. Gestos pequeños y
sencillos de perdón, renovados cada día, son la base sobre la que se
construye una sólida vida familiar cristiana. Nos obligan a superar el
orgullo, el desapego y la vergüenza, y a hacer las paces. Muchas veces
estamos enojados entre nosotros y queremos hacer las paces, pero no
sabemos cómo. Da vergüenza hacer las paces, pero lo deseamos. No es
difícil. Es fácil. Da una caricia; así se hacen las paces. Es cierto, me
gusta decir que en las familias necesitamos aprender tres palabras —tú
[Ghislain] las dijiste— tres palabras: “perdón”, “por favor” y
“gracias”. Tres palabras. ¿Qué palabras son? Todos: [perdón, por favor,
gracias]; otra vez: [perdón, por favor, gracias]; no escucho… [perdón,
por favor, gracias]. Muchas gracias. Cuando discutas en casa, asegúrate
de pedir disculpas y decir que lo sientes antes de irte a la cama. Antes
de que termine el día, haced las paces. ¿Y sabéis por qué es necesario
hacer las paces antes de terminar el día? Porque si no haces las paces,
al día siguiente, la “guerra fría” es muy peligrosa. Cuidado con la
guerra fría en la familia. Pero a veces, quizás, estás enojado y tienes
la tentación de irte a dormir a otra habitación, solo y aislado; si te
sientes así, simplemente llama a la puerta y di: “Por favor, ¿puedo
pasar?”. Lo que se necesita es una mirada, un beso, una palabra
afectuosa... y todo vuelve a ser como antes. Digo esto porque, cuando
las familias lo hacen, sobreviven. No hay familia perfecta. Sin el
hábito de perdonar, la familia se enferma y se desmorona gradualmente.
Perdonar significa dar algo de sí mismo. Jesús nos
perdona siempre. Con la fuerza de Su perdón,
también nosotros podemos
perdonar a los demás, si realmente lo queremos. ¿No es lo que pedimos
cuando rezamos el Padrenuestro? Los niños aprenden a perdonar
cuando ven que sus padres se perdonan recíprocamente. Si entendemos
esto, podemos apreciar la grandeza de la enseñanza de Jesús sobre la
fidelidad en el matrimonio. En lugar de ser una fría obligación legal,
es sobre todo una poderosa promesa de la fidelidad de Dios mismo a Su
palabra y a Su gracia sin límites. Cristo murió por nosotros para que
nosotros, a su vez, podamos perdonarnos y reconciliarnos unos con otros.
De esta manera, como personas y como familias, empezamos a comprender
la verdad de las palabras de san Pablo: mientras todo pasa, «el amor no
pasa nunca» (1 Co 13,8).
Gracias, Nisha y Ted, por vuestro testimonio de la India, donde
estáis enseñando a vuestros hijos a ser una verdadera familia. Nos
habéis ayudado también a comprender que las redes sociales no son
necesariamente un problema para las familias, sino que pueden ayudar a
construir una «red» de amistades, solidaridad y apoyo mutuo. Las
familias pueden conectarse a través de Internet y beneficiarse de ello.
Las redes sociales pueden ser beneficiosas si se usan con
moderación y prudencia. Por ejemplo, vosotros, que participáis en este
Encuentro Mundial de las Familias, formáis una “red” espiritual y de
amistad, y las redes sociales os pueden ayudar a mantener este
vínculo y extenderlo a otras familias en muchas partes del mundo. Es
importante, sin embargo, que estos medios no se conviertan en una
amenaza para la verdadera red de relaciones de carne y hueso,
aprisionándonos en una realidad virtual y aislándonos de las relaciones
concretas que nos estimulan a dar lo mejor de nosotros mismos en
comunión con los demás. Quizás la historia de Ted y Nisha puede ayudar a
todas las familias a que se pregunten sobre la necesidad de reducir el
tiempo que se dedica a estos medios tecnológicos, y de pasar más tiempo
de calidad entre ellos y con Dios. Pero cuando tú usas demasiado las
redes sociales, tú “entras en órbita”. Cuando en la mesa, en lugar de
hablar con la familia, todos tienen un teléfono celular y se conectan
con el exterior, están “en órbita”. Pero esto es peligroso. ¿Por qué?
Porque te saca de lo concreto de la familia y te lleva a una
vida “gaseosa”, sin consistencia. Cuidado con esto. Recuerda la historia
de Ted y Nisha; ellos nos enseñan cómo usar bien las redes sociales.
Hemos escuchado de Enass y Sarmaad cómo el amor y la fe en la familia
pueden ser fuentes de fortaleza y paz incluso en medio de la violencia y
la destrucción causada por la guerra y la persecución. Su historia nos
lleva a las trágicas situaciones que muchas familias sufren a diario,
obligadas a abandonar sus hogares en busca de seguridad y paz. Pero
Enass y Sarmaad también nos han mostrado cómo, a partir de la familia y
gracias a la solidaridad manifestada por muchas otras familias, la vida
se puede reconstruir y renace la esperanza. Hemos visto este apoyo en el
vídeo de Rammy y su hermano Meelad, en el que Rammy ha manifestado
profunda gratitud por el ánimo y por la ayuda que su familia ha recibido
de otras familias cristianas de todo el mundo, que han hecho posible de
regresar a sus pueblos. En toda sociedad, las familias generan paz,
porque enseñan el amor, la aceptación y el perdón, que son los mejores
antídotos contra el odio, los prejuicios y la venganza que envenenan la
vida de las personas y de las comunidades.
Como enseñaba un buen sacerdote irlandés, «la familia que reza unida
permanece unida» e irradia paz. Una familia así puede ser un apoyo
especial para otras familias que no viven en paz. Después de la muerte
del padre Ganni, Enass, Sarmaad y sus familias prefirieron el perdón y
la reconciliación en lugar del odio y el resentimiento. Vieron, a la luz
de la Cruz, que el mal solo se puede vencer con el bien, y que el odio
solo puede superarse con el perdón. De manera casi increíble, han podido
encontrar la paz en el amor de Cristo, un amor que hace nuevas todas
las cosas. Y esta noche comparten con nosotros esta paz. Ellos rezaron.
Oración, rezar juntos. Cuando escuchaba el coro, vi allí a una madre que
enseñaba a su hijo a santiguarse. Os pregunto: ¿Enseñáis a los niños a
hacer la señal de la cruz? ¿Sí o no? [Sí] ¿O enseñáis a hacer algo como
esto [hace un gesto rápido], que no se entiende lo que es? Es muy
importante que los niños pequeños aprendan a hacer bien la señal
de la cruz: es el primer Credo que aprenden; credo en el Padre, en el
Hijo y en el Espíritu Santo. Antes de ir a la cama esta noche,
preguntaos vosotros, padres: ¿Enseño a mis hijos a hacer bien la señal
de la cruz? Piénsalo, es vuestra responsabilidad.
El amor de Cristo, que renueva todo, es lo que hace posible el
matrimonio y un amor conyugal caracterizado por la fidelidad, la
indisolubilidad, la unidad y la apertura a la vida. Esto es lo que
quería resaltar en el cuarto capítulo de Amoris laetitia.
Hemos visto este amor en Mary y Damián, y en su familia con diez hijos.
Os pregunto [a Mary y a Damián]: ¿Os hacen enojar los hijos? ¡Eh, la
vida es así! Pero es hermoso tener diez hijos. Gracias. ¡Gracias por
vuestras palabras y por vuestro testimonio de amor y de fe! Vosotros
habéis experimentado la capacidad del amor de Dios que ha transformado
completamente vuestra vida y que os bendice con la alegría de una
hermosa familia. Nos habéis indicado que la clave de vuestra vida
familiar es la sinceridad. Entendemos por vuestro testimonio lo
importante que es continuar yendo a esa fuente de la verdad y del amor
que puede transformar nuestra vida. ¿Quién es? Jesús, que inauguró su
ministerio público precisamente en una fiesta de bodas. Allí, en Caná,
cambió el agua en un buen vino nuevo y que permitió continuar
magníficamente con la alegre celebración. Pero, habéis pensado, ¿qué
hubiera pasado si Jesús no hubiera hecho eso? ¿Habéis pensado en lo feo
que es terminar una fiesta de bodas solo con agua? ¡Es feo! La Virgen
entendió, y le dijo al Hijo: “No tienen vino”. Y Jesús comprendió que la
fiesta terminaría mal solo con agua. Lo mismo sucede con el amor
conyugal. El vino nuevo comienza a fermentar durante el tiempo del
noviazgo, necesario aunque transitorio, y madura a lo largo de la vida
matrimonial en una entrega mutua, que hace a los esposos capaces de
convertirse, aun siendo dos, en «una sola carne». Y también, a su vez,
de abrir sus corazones al que necesita amor, especialmente al que está
solo, abandonado, débil y, en cuanto vulnerable, frecuentemente
marginado por la cultura del descarte. Esta cultura que vivimos hoy, que
descarta todo: descarta todo lo que no es necesario, descarta a los
niños porque molestan, descarta a los ancianos porque no sirven... Solo
el amor nos salva de esta cultura del descarte.
Las familias están llamadas a continuar creciendo y avanzando en
todos los sitios, aun en medio de dificultades y limitaciones, tal como
lo han hecho las generaciones pasadas. Todos formamos parte de una gran
cadena de familias, que viene desde el inicio de los tiempos. Nuestras
familias son tesoros vivos de memoria, con los hijos que a su vez se
convierten en padres y luego en abuelos. De ellos recibimos la
identidad, los valores y la fe. Lo hemos visto en Aldo y Marisa, casados
desde hace más de cincuenta años. Su matrimonio es un monumento al amor
y a la fidelidad. Sus nietos los mantienen jóvenes; su casa está llena
de alegría de felicidad y de bailes. ¡Fue bonito ver a la abuela que
enseñaba a bailar a sus nietas! Su amor recíproco es un don de Dios, un
regalo que están transmitiendo con alegría a sus hijos y nietos.
Una sociedad —escuchad bien esto—, una sociedad que no valora a los
abuelos es una sociedad
sin futuro. Una Iglesia que no se preocupa por
la alianza entre generaciones terminará careciendo de lo que realmente
importa, el amor. Nuestros abuelos nos enseñan el significado del amor
conyugal y parental. Ellos mismos crecieron en una familia y
experimentaron el afecto de hijos e hijas, de hermanos y hermanas. Por
eso son un tesoro de experiencia, un tesoro de sabiduría para las nuevas
generaciones. Es un gran error no preguntarles a los ancianos sobre sus
experiencias o pensar que hablar con ellos sea una pérdida de tiempo.
En este sentido, quisiera agradecerle a Missy su testimonio. Ella nos ha
dicho que la familia ha sido siempre una fuente de fuerza y de
solidaridad entre los nómadas. Su testimonio nos recuerda que, en la
casa de Dios, hay un lugar para todos. Nadie debe ser excluido; nuestro
amor y nuestra atención deben extenderse a todos.
Ya es tarde y estáis cansados. También yo. Pero permitidme que os
diga una última cosa. Vosotras, familias, sois la esperanza de la
Iglesia y del mundo. Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, crearon a la
humanidad a su imagen y semejanza para hacerla partícipe de Su amor,
para que fuera una familia de familias y gozara de esa paz que solo Él
puede dar. Con vuestro testimonio del Evangelio podéis ayudar a Dios a
realizar su sueño, podéis contribuir a acercar a todos los hijos de
Dios, para que crezcan en la unidad y aprendan qué significa para el
mundo entero vivir en paz como una gran familia. Por eso, he querido
daros a cada uno de vosotros una copia de Amoris laetitia,
preparada con ocasión de los dos Sínodos sobre la familia y escrita
para que fuera una especie de guía para vivir con alegría el evangelio
de la familia. Que nuestra Madre, Reina de la familia y de la paz, os
sostenga en el camino de la vida, del amor y de la felicidad.
Y ahora, al final de nuestra reunión, diremos la oración de este
Encuentro de las Familias. Recitemos juntos la oración oficial del
Encuentro de las Familias.
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