El poder de un cumplido
Tomás de Aquino sugirió una vez que es un pecado no dar un cumplido a
alguien cuando se lo merece porque al retener nuestros elogios estamos
privando a esa persona de la comida que necesita para vivir. Tiene
razón. Tal vez no sea un pecado retener un cumplido, pero es un triste
empobrecimiento, tanto para la persona que lo merece como para la que lo
retiene.
Pero felicitar a los demás no solo es importante para la persona que
recibe el cumplido, sino también para la persona que lo hace. Alabando a
alguien le damos a él o a ella un alimento necesario para su alma;
pero, al hacer esto, también alimentamos nuestra propia alma. Hay una
verdad sobre la filantropía que también es cierta para el alma:
necesitamos dar a otros no solo porque lo necesitan, sino porque no
podemos vivir sanamente a menos que nos entreguemos a nosotros mismos.
La admiración sana es filantropía del alma.
Además, admirar y alabar a los demás es un acto religioso. Benoit
Standaert afirma que "la alabanza nace de las raíces de nuestra
existencia". ¿Qué quiere decir con esto?
Al cumplimentar y alabar a los demás, estamos aprovechando lo más
profundo de nuestra interioridad, es decir, la imagen y semejanza de
Dios. Cuando alabamos a alguien más, entonces, como Dios cuando crea,
estamos insuflando vida en una persona, insuflando espíritu en ella. La
gente necesita ser elogiada. No vivimos sólo de pan, ni tampoco vivimos
sólo de oxígeno.
La imagen y semejanza de Dios en nuestro interior no es un icono, sino
una energía, la energía más real dentro de nosotros. Más allá de nuestro
ego, heridas, orgullo, pecado, y la mezquindad de nuestros corazones y
mentes en cualquier día, lo que es más real en nuestro interior es una
magnanimidad y gracia que, como Dios, mira al mundo y quiere decir: "¡Es
bueno! ¡Es muy bueno!" Cuando estamos en nuestro mejor momento, el más
verdadero, hablando y actuando al margen de nuestra madurez, podemos
admirar. De hecho, nuestra voluntad de alabar a los demás es un signo de
madurez, y viceversa. Llegamos a ser más maduros siendo generosos en
nuestra alabanza.
Pero la alabanza no es algo que demos fácilmente. La mayoría de las
veces estamos tan bloqueados por las desilusiones y frustraciones dentro
de nuestras vidas que cedemos al cinismo y a los celos y actuamos
motivados por ellos en lugar de hacerlo por nuestras virtudes.
Racionalizamos esto, por supuesto, de diferentes maneras, ya sea
afirmando que lo que se supone que debemos admirar es novel (y que somos
demasiado brillantes y sofisticados para sentirnos impresionados) o que
dicho acto admirable fue hecho para vanagloria de alguien y no vamos a
alimentar el ego de otra persona. Sin embargo, la mayoría de las veces,
nuestra verdadera razón para ocultar elogios es que nosotros mismos no
nos hemos sentido suficientemente elogiados y, por ello, albergamos
celos y carecemos de la fuerza para elogiar a los demás. Lo digo con
simpatía, todos estamos heridos.
Entonces también algunos de nosotros vacilamos para alabar a otros
porque creemos que la alabanza puede estropear a la persona e inflar su
ego. ¡Perdona la vara y malcría al niño! Si regalamos una alabanza, se
le subirá a la cabeza a esa persona. De nuevo, la mayoría de las veces,
esto es una racionalización. Los elogios legítimos nunca estropean a
una persona. Aquella alabanza que es honesta y apropiada funciona más
para humillar a su receptor que para malcriarlo. No podemos sentirnos
amados en demasía, sólo más bien poco amados.
Pero, tu podrías preguntarte, ¿qué pasa con los niños que terminan
siendo egocéntricos porque únicamente fueron elogiados y nunca se les
disciplinó? El amor real y la madurez real distinguen entre alabar
aquellas áreas de la vida del otro que son dignas de alabanza y desafiar
aquellas áreas de la vida de otro que necesitan corrección. La alabanza
nunca debe ser un halago inmerecido, pero el desafío y la corrección
solo son efectivos si el receptor primero sabe que es amado y reconocido
apropiadamente.
Los elogios genuinos nunca se equivocan. Simplemente reconocen la verdad
que está ahí. Es un imperativo moral. El amor lo requiere. Negarse a
admirar cuando alguien o algo merece alabanza es, como afirma Tomás de
Aquino, una negligencia, una falta, un egoísmo, una mezquindad y una
falta de madurez. Por el contrario, hacer un cumplido cuando se debe es
una virtud y un signo de madurez.
La generosidad consiste tanto en dar elogios como en dar dinero. Puede
que no seamos tacaños en nuestra alabanza. El místico flamenco del siglo
XIV, Juan de Ruusbroec, enseñó que "los que no alaben aquí en la tierra
serán mudos para toda la eternidad".
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