¿A quién iremos?
Se hacía difícil para los judíos escuchar a Jesús. La oferta era
ciertamente atractiva, pero les sacaba totalmente de los caminos
trillados a que se habían acostumbrado. Frente a Jesús ya no eran los
que conocían la ley. Tampoco podían presentar mérito ninguno.
Simplemente tenían que aceptar lo que Jesús decía. Seguir a Jesús de
verdad exige siempre dejarlo todo y ponerse en sus manos. Hay que
abrirse a la acción de Dios que nos guía por caminos insospechados.
A lo largo de su vida pública Jesús se encontraría más de una vez
con el rechazo de parte de los que le escuchaban. No sólo eso. Más de
una vez también, aquellos que Él había elegido para seguirle, se
separarían del grupo para volver atrás, a su mundo, a sus ocupaciones
habituales. Se les hacía difícil caminar con Jesús, seguir Su ritmo.
Ciertamente, Su palabra y Su estilo de vida, Su predicación, era
atrayente, pero era también muy exigente. Y detrás habían dejado la
pequeña seguridad de sus casas y sus trabajos, de sus familias y sus
gentes, su mundo, su hogar.
El Evangelio de hoy nos pone delante una de estas situaciones de
crisis en el mismo grupo de Jesús. Dice expresamente que “muchos
discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él”. Pero
también nos ofrece la respuesta valiente de algunos otros. Ciertamente
ni unos ni otros sabían con seguridad cuál sería el final del camino.
Pero los que decidieron quedarse estaban seguros de que Jesús tenía
palabras de vida eterna. Su novedad les había deslumbrado de tal manera
que valía la pena dejar cualquier cosa por seguirle. Fue Pedro, como
otras veces, el encargado de responder en nombre del grupo. “Señor, ¿a
quién vamos a acudir?” Sus palabras fueron solemnes, pero detrás de
ellas se esconde un largo proceso de dudas y vacilaciones, pasos
adelante y pasos atrás. Recordemos que éste es el mismo Pedro que
negaría a Jesús tres veces durante la Pasión. Y que, mientras tanto, los
demás discípulos habían huido.
Para nosotros, es importante recordar estas palabras de Pedro. En
los momentos de dificultad y vacilación, cuando sentimos la tentación de
abandonar a Jesús, de dejar la comunidad, de entregarnos a una vida
cómoda y descomprometida, cuando todo se nos hace cuesta arriba, estas
palabras se pueden convertir en nuestra oración: “Señor, ¿a quién
iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” Seguro que en ellas y en la
gracia de Dios encontramos la fuerza para volver a empezar.
Por Fernando Torres, CMF. Publicado en Ciudad Redonda
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