Perdamos todo el miedo a decir que somos creyentes
Pepe Rodríguez, reconocido chef con una estrella Michelín, nos abre
las puertas de su restaurante, El Bohío, un día después de la final de MasterChef,
programa estrella de TVE en el que él es jurado. Asiduo al santuario de
la Virgen de la Caridad, una costumbre que mantiene desde niño, habla
sin tapujos para Alfa y Omega de la fama, de su familia y de la fe.
¿Quién es Pepe Rodríguez?
¿Y quién es para usted la Virgen de la Caridad? Es habitual verle en su santuario.
Para mí ella es muy importante. Llevo a la Virgen de la Caridad en el
corazón. Justo ahora vengo de hacerle una visita y estaba pensando que,
lamentablemente, no se la pudo ver en la final de MasterChef.
También me acordaba de la suerte que he tenido de disfrutar del
santuario y de su presencia. Recordé cada mes de mayo, cuando nos
sacaban del colegio y las hermanas mercedarias nos traían a cantar a la
Virgen y a rezarle. Aquellos momentos eran tan bonitos, todos reunidos
en torno a la Madre. Recuerdo cómo nos teníamos que inventar la frase
que decíamos a la Virgen, frases que todavía llevo hoy en mi corazón.
¿Cómo vive su fe en medio del mundo de la televisión y la fama?
Pues con normalidad. La fe no está reñida ni con la televisión ni con
la fama; tampoco está reñida con ser arquitecto o médico. La fe se
tiene o no se tiene, se vive o no se vive, se lleva o no se lleva. No sé
si soy un hombre capacitado para dar ninguna norma, pero a mí no me
estorba para nada en mi trabajo. Intento que la gente que está a mi
alrededor entienda que soy un hombre de fe, pero tampoco lo voy
pregonando ni creo que sea necesario. Cuando toca y surge lo digo con
naturalidad para que todo se normalice y no parezca algo extraordinario.
¿Qué es para usted la parroquia?
Soy un hombre que vive en la parroquia, que va a la iglesia de su
pueblo y participa en ella. No sé si participo todo lo que debería, pero
sí intento que mi familia, mis hijos y mi mujer la vivamos desde
dentro. Pero no es nada fácil enseñar a los hijos que vayan a la
iglesia. En mi casa mi madre sí iba a Misa, mi padre no. Y quiero que
mis hijos vean que yo voy a Misa, aunque ellos son a veces los que no
quieren, por la edad y por diversos motivos. El mejor ejemplo que les
puedo dar es que vean que yo voy con normalidad y naturalidad.
¿Qué ingredientes debe tener la relación de una persona con Dios?
La mía es muy profunda, pero hacer de eso una receta… ya es difícil.
Yo me pregunto: ¿por qué he tenido la suerte de conocer a Dios? ¿Por qué
he tenido la suerte de sentirlo cerca y otros no lo sienten? No
dependerá de mí; ha sido algo que me ha venido dado. ¿Cómo dar los
ingredientes? Primero, es importante haber conocido a Dios. Y luego,
darte cuenta de que tienes que cultivar esa relación día a día y que te
debe exigir más. Como soy una persona que fallo tanto, no soy ningún
ejemplo que seguir para nadie, pero sí sé que, aunque caiga, me puedo
levantar y que Dios siempre me perdona.
Ha hecho los Cursillos de Cristiandad. ¿Fue algo determinante?
Sí, hubo un antes y un después del cursillo. Desde niño había ido a
Misa porque mi madre me obligaba. Iba y seguro que iba feliz. Aparecí en
un cursillo y no sabía muy bien para qué. De hecho, me llevé un balón
de baloncesto, pensando que iba a ser algo así como un campamento de
verano. Y me encontré con Dios. Tres días sin parar de rezar y sin parar
de hablar con Dios, de preguntarle qué quiere de mí. Aquello me cambió,
me ayudó a sentirme más cerca de Él. Dios me dijo: «Quiero que te
enteres».
¿Se acuerda de sus catequistas?
Sí. Quiero resaltar la labor de un catequista que deja su domingo,
que da su tiempo libre, que quita tiempo a su familia por dar la
catequesis a los niños. Esto sí me parece algo único. Estamos ahora
resaltando un programa de televisión, pero eso no tiene ningún valor
comparado con lo que hace un catequista.
¿Qué es para usted la familia?
Es un pilar fundamental. Los que no han encontrado una familia seguro
que viven también felices, pero yo tengo tres hijos y no encuentro nada
tan grande como ellos. Nada hay más grande que mi familia.
¿Cómo conjuga la vida familiar con la televisión y el restaurante?
Seguramente lo conjugo mal, pero no sé hacerlo de otra manera. Aunque
gano otras cosas, me pierdo mucho de vivencias muy importantes de mi
familia y de mis hijos. Eso sí, el momento en que estoy con mi familia
es único y lo vivo con mucha intensidad. No sé si lo adecuado es pasar
un día entero con la familia, si basta solo con las tardes, si hay que
ponerse unos horarios para estar con ellos… Yo sobre todo intento que
ese tiempo con ellos sea de calidad.
¿Qué valores inculca a sus hijos?
Los que yo tengo, que no sé si son los mejores. A mi hija mayor le
insisto para que vaya a Misa los domingos, pero ella no quiere. Me dice:
«Papá, que estoy muy liada; papá, que no tengo tiempo, tengo que
estudiar…, ¿y cómo voy a perder una hora?». Pues yo voy y doy ejemplo.
Y, a veces, cuando me pregunta, le respondo: «¿No te das cuenta de que
yo trabajo todos los días de la semana pero encuentro ese momento para
ir; lo busco porque lo quiero, porque lo necesito?». Quiero que se dé
cuenta de que ir a Misa es lo mejor que va a hacer en su vida. Si saca
un siete o un nueve es secundario, pero entiendo que mi ejemplo le puede
llegar. Soy lo que soy porque he visto muchos ejemplos en mis padres. A
lo mejor quiere volver a ir mañana o dentro de 18 domingos, pero
llevarla obligada no es la mejor fórmula.
Si se pregunta a vecinos de Illescas, muchos se acuerdan de cuando ayudaba usted a los toxicómanos.
Fue un momento muy bonito, justo después de hacer cursillos. Todos
los cursillistas que conocía hacían algo en aquel momento, y yo nada. Me
sentía acomplejado. Me llamaba la atención cuando por la noche tomaba
algo con los amigos y veía a un señor en Illescas que se acercaba a los
drogadictos y tomaba algo con ellos. Íbamos diciendo: «Mira este, que me
robó el radiocasete ayer; mira aquel…». Me di cuenta de lo fácil que es
criticarlos y de lo difícil que es hacer como aquel hombre que los
ayudaba, don José Soriano. Me estaba dando un ejemplo. Un día por la
calle me lo crucé de frente –yo nunca había hablado con él– y le ofrecí
mi ayuda.
¿Y qué le contestó?
«Mañana nos vemos, te espero en casa. Empezamos una labor de entrega
por los demás…». La cuestión es ayudar al que nos necesita, ya sea da
porque no tiene que comer, porque ha venido en una patera… En este caso,
se trataba de ayudar al prójimo en una época difícil en la que la droga
no se entendía. Esa labor de cuerpo a cuerpo, de buscar recursos, de
llevarlos a casa, 24 horas al día… Fue la época más emocionante de mi
vida. Estar con los más necesitados te aterriza. Necesitamos contacto
con la realidad porque si no perdemos la esencia del ser humano.
Cualquiera puede acabar en la droga. Es una pandemia que está ahí, y si
no somos sensibles y no lo hacemos algo por los demás, es que no hemos
entendido nada de la vida.
Es usted empresario. ¿Cuál es su compromiso en la empresa como cristiano?
Intento ser el mejor empresario posible, pero también es difícil ser
el mejor cocinero posible, el mejor maestro posible… Intento llevar a la
empresa lo que tengo en el corazón, lo que se me ha dado. Con mis
defectos, pero intento tratar a la gente que trabaja conmigo como me
gustaría que me tratasen a mí si la empresa fuera de ellos. Al final,
soy el administrador y ya está. Lo reflexiono muchas veces, porque es
muy difícil mandar con criterio, con sentido, con pulso, con talante,
sin superioridad… Mando porque tengo esa responsabilidad no porque lleve
una insignia de jefe. Intento aplicar el Evangelio a la empresa y en el
trato con la gente que trabaja para mí. Intento también dar ejemplo,
llegar el primero, con el compañerismo…
¿Y su colaboración con Cáritas?
La labor de Cáritas es impagable, extraordinaria, solo puedo hablar
bien. Me siento parte de Cáritas.
Sobre la colaboración, ¡cómo no vas a
ayudar a quien te pide ayuda! Si me piden ayuda ahí estoy. Ahora que uno
es muy reconocido te llaman de mil asociaciones para que seas su
imagen. Bueno, está bien ayudar de esa forma, pero esa disponibilidad
hay que tenerla siempre y con todo el mundo. No ahora porque soy
reconocido. Tampoco me parece bien que, porque seas famoso, se
presuponga que lo que tú digas es lo mejor. No me parece esa la mejor
manera de predicar. No me gusta que se me invite ahora que soy
reconocido cuando se podría haber hecho antes y lo necesitaba tanto o
más. La relación que yo tengo con Dios está por encima de la tele
o de la cocina. La ayuda la necesito y la puedo prestar siempre. ¿Solo
por mi imagen? No valoro más el testimonio de un famoso creyente que el
de un fontanero, un taxista… A mí me interesa el pueblo llano. La gente
sencilla y normal.
A los cristianos de a pie nos da miedo decir «yo soy creyente».
A mí también me da miedo. Lo he dicho en ámbitos, más pequeños… Para
mí es igual de importante lo que tú me estás contando como lo que yo
cuento, para mí tiene el mismo valor; No necesito que seas famosa para
que me des ejemplo, ya me lo has dado. Necesitamos sensibilizar a la
sociedad. Perdamos todos el miedo a decir que somos creyentes.
¿Cómo ve hoy la labor de la Iglesia?
Como todo, ha evolucionado. La cocina se está actualizando porque es
un lenguaje vivo que se transforma. La Iglesia se tiene que renovar, se
está renovando continuamente; lleva 2.000 años en constante renovación. Y
se tendrá que renovar aún más, y lo que antes eran extraordinario se
normalizará. No hay que tenerle miedo al futuro. Antes había un
cristianismo con muchas obligaciones. Y ojalá la Iglesia fuese más pobre
todavía; la Iglesia nació pobre, deberíamos ser más pobres para
quererla más. Las palabras de don José Rivera [conocido sacerdote de
Toledo] no se me olvidarán en la vida, cuando decía: «Ojalá la Iglesia
se hubiera dedicado a hacer iglesias más pequeñas y más feas; hoy las
tendríamos más feas, pero más llenas». En esas tenemos que seguir.
Por Mónica Moreno. Publicado el Alfa y Omega
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