Hurgar con Dios cada día

Nuestra hija mayor, que cumplió los tres años esta semana, ha estado desarrollando una nueva forma favorita de oración a la hora de acostarse que mi mujer comenzó con ella. La niña lo llama "Querido Dios" y así se dirige a Él la mayor parte de las noches. "Querido Dios" es una recapitulación de los acontecimientos del día, subrayando los momentos por los que estamos agradecidos. Comienza con el desayuno y cubre todas las personas con las que se ha encontrado y las cosas que ha hecho. El día de su cumpleaños, la lista incluyó una tarta con forma de pez, una figura de caballito de mar que hizo con algunas amigas y un viaje al acuario. (Es una gran fan de la vida marina).

"Querido Dios" es un desarrollo reciente, pero nuestra hija ha estado recapitulando su día a día por medio de la oración durante bastante tiempo. Solía hacerlo integrando inconscientemente los acontecimientos reseñables y los objetos en la lista de peticiones de la oración.

Durante una semana el verano pasado, por ejemplo, rezó en alto por sus abuelos y primos y entonces añadió a los peces que había alimentado en el estanque de una amiga y a la sandía con la que los había alimentado. Es el mismo tiempo el de oración y el de proceso mental y parece relajarla. Sé que revivir un día en mi propia cabeza es una manera de combatir el ocasional insomnio.

Los practicantes de la espiritualidad ignaciana tal vez perciban en "Querido Dios" una huella del examen diario, una oración de "examen de conciencia" que San Ignacio de Loyola describe en su manual de ejercicios espirituales, que supone una revisión meditada y agradecida del día.

El padre jesuita Denis Hamm describe el examen como un "hurgar con Dios" en el contexto del día que acaba de pasar. Escribe que es parecido a "ir a un cajón lleno de cosas, palparlo, buscar algo que estás seguro que debe de estar ahí, en algún lado". Ignacio creía tanto en el poder y la gracia del examen -era un regalo directo de Dios, creía él- que era una de las pocas prácticas espirituales que exigía a sus compañeros jesuitas practicar cada día.

Lo de "cada día" parece ser importante para que el examen funcione bien. En mi trabajo anterior, facilité programas tipo campamento de una semana de servicio comunitario y justicia social para adolescentes católicos. Una tradición de estos programas es cerrar la jornada con una versión modificada -tipo "Querido Dios"- del examen que llamamos "dones y dificultades", durante el cuál los estudiantes debían compartir en voz alta un don y una dificultad que habían encontrado aquel día.

Pedimos mucho de los adolescentes en aquellas semanas, poniéndoles en servicio que suponía un reto físico o emocional durante cinco o seis horas al día, más unas cuantas horas más de educación sobre la justicia y de reflexión teológica. Lo mejor de los dones y dificultades era observar el progreso de los niños a lo largo de la semana, profundizando cada vez más en sus reflexiones sobre servir comidas en comedores de caridad o jugar a juegos de mesa con adultos con discapacidades psíquicas.

Para el jueves o el viernes, no era infrecuente que en alguno de nuestros servicios se escuchase a un participante percibir y "grabar" mentalmente un momento de don o de dificultad para compartirlo por la tarde, habiendo desarrollado un hábito de percibir a Dios trabajando en sus experiencias.

Y eso es algo grande que espero para mis dos hijas según vayan creciendo, que las ayudemos a madurar en la práctica de percibir a Dios alrededor de ellas todo el tiempo. El examen será un gran don en medio de lo que se convertirán en vidas ocupadas, llenas de distracciones.

Ignacio no tenía internet, ni bebés, pero escucho su voz hablándonos directamente a través de los siglos: "Mirad, sé que tenéis mucho hecho. No os pido que lo tiréis todo. Pero intenta esta simple oración de percepción y gratitud, hazla cada día y mira lo que ocurre".

Los tiempos más ricos espiritualmente en mi vida han sido aquellos en los que he practicado el examen diario y no creo que sea una coincidencia. A veces, especialmente en momentos después de que ambas niñas hayan estado llorando al mismo tiempo, siento que necesito invitar a Dios a las partes estresantes de mi vida. El mensaje del examen, creo, es que Dios ha estado ahí todo el tiempo y que a menudo me lo he perdido. Tal vez esta nueva tradición del "Querido Dios" nos ayude a prestar más atención. 

Por Mike Jordan Laskey. Traducido del National Catholic Reporter

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