Necesitamos profetas
Simplemente la fecha escogida para celebrar el nacimiento de Juan
Bautista es toda una manifestación de grandeza. Para Jesús se eligió el
solsticio de invierno el 25 de Diciembre, (“conviene que él crezca...”)
Para Juan el solsticio de verano el 24 de Junio (“...Y que yo
disminuya”). Son las dos fechas más significativas del año astronómico.
Con ello se garantiza la importancia de ambas figuras. En ambos casos,
se pretendió sustituir fiestas paganas por cristianas. En las iglesias
de toda España podremos comprobar que la figura de Juan es la más
repetida, después de la de Jesús y María.
No es fácil hacerse una idea de lo que pudo significar la figura de
Juan para Jesús, y tampoco tenemos elementos suficientes para valorar lo
que significó para las primeras comunidades cristianas. Todo es confuso
en lo referente a este personaje, porque a la vez que se hacen elogios
increíbles, se pone mucho cuidado en no ponerlo por delante de Jesús.
Naturalmente no podemos considerar históricos los relatos del nacimiento
que nos proponen los evangelios. De todas formas, son muy interesantes
las diferencias con los relatos sobre Jesús. Ahí podemos descubrir que
se trata de relatos teológicos.

La importancia de Juan no disminuye por el hecho de que el mensaje de
Jesús se aparta en gran medida del suyo. Juan predica un bautismo de
conversión, de metanoya, de penitencia. Habla del juicio inminente de
Dios, y de la única manera de escapar de ese juicio: su bautismo. No
predica un evangelio -buena noticia- sino la ira de Dios, de la que hay
que escapar. No es probable que tuviera conciencia de ser el precursor,
tal como lo entendieron los cristianos. Habla de "el que ha de venir",
pero, con toda seguridad, se refiere al juez escatológico, en la línea
de los antiguos profetas.
Jesús por el contrario, predica una “buena noticia”. Dios es Abba, es
decir Padre-Madre, que ni amenaza ni condena ni castiga, simplemente
hace una oferta de salvación total. Nada negativo debemos temer de Dios.
Todo lo que nos viene de Él es positivo. No es el temor, sino el amor,
lo que tiene que llevarnos hacia Él. Muchas veces me he preguntado, y me
sigo preguntando, por qué, después de veinte siglos, nos encontramos
más a gusto con la predicación de Juan que con la de Jesús. ¿Será que
el Dios de Jesús no lo podemos utilizar para meter miedo y tener así a
la gente sometida?
Hay un aspecto de sus doctrinas en la que sí coinciden. Ambos
critican duramente una esperanza basada en la pertenencia a un pueblo o
en las promesas hechas a Abrahán sin compromiso personal alguno. Es
curioso que los cristianos hayamos mantenido esa manera de pensar,
después de las críticas de Juan y de Jesús. Tanto Juan como Jesús dejan
muy claro que el comportamiento personal es el único medio para
alcanzar la verdadera salvación. Por eso coinciden también los dos en la
crítica del ritualismo cultual.
Juan era hijo de sacerdote, pero no se presentó como tal ante el
pueblo. Por el contrario se alejó del ámbito del templo y bautizaba
lejos de la influencia de las instituciones religiosas de su tiempo.
Arremetió contra todo lo que oliera a privilegios de castas o poderes
establecidos y predicó y vivió la libertad de ser él mismo. Jesús pudo
aprender de él que lo que se cocía en el templo no podía estar de
acuerdo con la voluntad de Dios, por más que se cumpliera la Ley
meticulosamente.
La figura del profeta fue clave en el AT. De hecho a los escritos
bíblicos se les llamó “la Ley y los profetas”. Claro que el concepto de
profeta del AT, nada tiene que ver con lo que entendemos hoy por
profeta, aunque se está recuperando su verdadera imagen. Su primera
tarea era de denuncia. Y no de falta de piedad o religiosidad, sino de
falta de justicia. Esto es muy importante porque sin esta perspectiva la
figura del profeta queda descafeinada. Pero resulta que la injusticia,
la opresión, el sometimiento del otro, vienen siempre de parte de los
poderosos, que tienen también capacidad para tomar represalias contra el
que les incomoda.
Para mí, la principal característica de la figura del profeta, de
antes y de ahora, es que no actúa en nombre propio. Tiene la conciencia
clara de ser un enviado, que tiene la obligación de ser fiel a quien le
envía. Es el caso de Juan, enviado y precursor al mismo tiempo. Esto le
coloca en un plano inmejorable para hablar con humildad pero también con
total libertad ante cualquier clase de coacción. En última instancia,
esa valentía a la hora de denunciar la injusticia le costó la vida, como
a todos los verdaderos profetas.
Hoy más que nunca, necesitamos profetas que sean capaces de criticar
los abusos de los poderosos de todo pelaje, y nos aclaren el camino por
el que tenemos que transitar para alcanzar plenitud humana. Al ser
humano se le ofrecen hoy infinidad de caminos por los que puede
desarrollar su existencia. ¿Cuál será el que le lleve a la verdadera
salvación? Precisamente porque las ofertas engañosas son más variadas y
mucho más atrayentes que nunca, es más difícil acertar con el camino
adecuado. La orientación de una persona libre e independiente de
intereses bastardos es más necesaria que nunca. Todos tenemos la
obligación de ser un poco profetas, sobre todo viviendo.
Ni hoy ni nunca, puede el ser humano planificar, de una vez por
todas, su salvación trazando un camino claro y directo que le lleve a su
plenitud. Su capacidad de conocer es limitada, por eso solo tanteando
puede descubrir lo que es bueno para él. También en el orden espiritual
tenemos que aumentar el conocimiento. La idea de que la revelación está
ya terminada, va en contra de la misma naturaleza del ser humano. Jesús
dijo: “hay muchas cosas que no podéis cargar con ellas por ahora, el
Espíritu os irá llevando hasta la plenitud de la verdad”. Nadie puede
dispensarse de la obligación de seguir buscando.
Más que nunca, nos hace falta una crítica sincera de la escala de
valores en la que desarrollamos nuestra vida. Digo sincera, porque no
sirve de nada afirmar teóricamente una determinada escala de valores y
después desplegar en nuestra vida la opuesta. Tal vez sea esto el mal de
nuestra religión, que se queda en la pura teoría. Hace ya algún tiempo,
un ministro del gobierno, hablando de los problemas del norte de
África, decía muy serio: Es que para los musulmanes, la religión es una
forma de vida. Qué pena que se dé por supuesto que para los cristianos
no es así.
Por Fray Marcos. Publicado en Fe Adulta
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