Sobre las finanzas y los mercados (IV)
Documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe y el Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral
26. Algunos productos financieros, incluidos los llamados “derivados”, se
crearon para garantizar un seguro contra riesgos inherentes a determinadas
operaciones, incluyendo a menudo una apuesta hecha sobre la base del valor
presuntamente atribuido a dichos riesgos. Subyacentes a estos instrumentos
financieros están los contratos en los que las partes todavía pueden evaluar
razonablemente el riesgo fundamental contra los cuales se pretende asegurarse.
Sin embargo, para algunos tipos de derivados (en particular, las llamadas
titulizaciones o securitizations), se ha observado que a partir de las
estructuras originarias y vinculadas a inversiones financiarías individuales se
construían estructuras cada vez más complejas (titulizaciones de
titulizaciones), en las cuales es cada vez más difícil –en realidad,
prácticamente imposible después de varias de estas transacciones– establecer en
modo razonable y ecuo su valor fundamental. Esto significa que cada paso en la
compraventa de estos títulos, más allá de la voluntad de las partes, opera de
hecho una distorsión del valor efectivo del riesgo que el instrumento debería
proteger. Todo ello ha favorecido el surgimiento de burbujas especulativas, que
han sido importantes concausas de la reciente crisis financiera.
Es evidente que la improvisa aleatoriedad de estos productos –el
desvanecimiento creciente de la transparencia de lo que aseguran– que, en la
operación original no es percibida, los hace cada vez menos aceptables desde el
punto de vista de una ética respetuosa de la verdad y del bien común, ya que los
transforma en una especie de bombas de relojería, listas para explotar antes o
después, esparciendo su falta de fiabilidad económica e intoxicando los
mercados. Hay aquí una carencia ética, que se vuelve más grave a medida que
estos productos se negocian en los llamados mercados extrabursátiles (over
the counter) –expuestos al azar, cuando no al fraude, más que los mercados
regulados– y sustraen linfa vital e inversiones a la economía real.
Una valoración ética semejante se puede hacer también con respecto a los usos de
los credit default swap (CDS: permuta de incumplimiento crediticio;
esto es, contratos particulares aseguradores del riesgo de quiebra), que
permiten apostar sobre el riesgo de quiebra de un tercero, también a aquellos
que no han asumido en precedencia un riesgo de crédito, e incluso repetir tales
transacciones en el mismo evento, lo cual no es de ninguna manera permitido por
las normales pólizas de seguros.
El mercado de CDS, en vísperas de la crisis económica de 2007, era tan imponente
que representaba aproximadamente el equivalente del PIB mundial. El
difundirse sin límites adecuados de este tipo de contratos ha favorecido el
crecimiento de una finanza de riesgo y de apuestas sobre la quiebra de terceros,
lo que resulta inaceptable desde el punto de visto ético.
De hecho, la operatividad de compra de esos instrumentos por parte de aquellos
que no han asumido aún riesgo alguno de crédito es un caso singular en el que
individuos comienzan a interesarse por la quiebra de otras entidades económicas
e incluso pueden verse tentados a operar en este sentido.
Es evidente que esta posibilidad, mientras, por una parte, constituye un hecho
particularmente reprobable desde el punto de vista moral, ya que quien así actúa
lo hace en pos de una especie de “canibalismo” económico, por otra parte, socava
la necesaria confianza básica, sin la cual el circuito económico terminaría
bloqueando. También en este caso, podemos notar cómo un evento negativo desde el
punto de vista ético, se convierte en perjudicial para la sana funcionalidad de
sistema económico.
Cabe señalar, finalmente, que cuando de semejantes apuestas pueden derivar
grandes daños a países enteros y a millones de familias, nos enfrentamos a
acciones sumamente inmorales, y resulta por ello conveniente ampliar las
prohibiciones, ya existentes en algunos países, para este tipo de operaciones,
castigando con la máxima severidad tales infracciones.
27. En un punto neurálgico del dinamismo de los mercados financieros se
encuentran tanto la fijación (fixing) de la tasa de interés relativa a
los préstamos interbancarios (LIBOR), cuya cuantificación sirve como tasa-guía
de interés del mercado monetario, como las tasas de cambio oficiales de las
distintas divisas, aplicadas por los bancos.
Estos son parámetros importantes, que tienen un impacto significativo en todo el
sistema económico-financiero, ya que afectan a las grandes transferencias
diarias de efectivo entre las partes que suscriben contratos basados
precisamente en la cuantificación de dichas tasas. La manipulación de esta
constituye por lo tanto un caso de grave violación ética, con consecuencias de
amplio alcance.
El hecho de que esto haya podido suceder impunemente durante muchos años
demuestra lo frágil y expuesto al fraude que es un sistema financiero que no
esté suficientemente controlado por normas y se halle desprovisto de sanciones
proporcionadas a las violaciones en las que incurren sus actores. En este
contexto, la creación de verdaderos “carteles” de connivencia entre los sujetos
responsables de la correcta fijación del nivel de esas tasas constituye un caso
de asociación para delinquir particularmente perjudicial para el bien común, que
inflige una peligrosa herida a la salud del sistema económico y que hay que
sancionar con penas adecuadas que disuadan de su reiteración.
28. Hoy en día, los principales actores del mundo financiero, y en
especial los bancos, deben contar con órganos internos que garanticen el
adecuado control de conformidad (compliance), o autocontrol de la
legitimidad de los principales pasos del proceso de decisión y de los productos
más importantes ofrecidos por la empresa. Sin embargo, cabe señalar que, al
menos hasta un pasado muy reciente, la práctica del sistema
económico-financiero se basa en gran parte en un juicio puramente negativo del
control de conformidad, es decir, sobre un respeto meramente formal de los
límites establecidos por las leyes vigentes. Desafortunadamente, de esto también
deriva la frecuencia de una praxis de hecho elusiva de los controles normativos,
es decir, de acciones destinadas a zafarse de los principios normativos
vigentes, cuidándose bien, empero, de no contradecir explícitamente las normas
que los expresan, para evitar sanciones.
Para evitar todo ello, es necesario que el control de conformidad entre en lo
específico de las diferentes transacciones también en positivo, verificando su
cumplimiento efectivo de los principios que informan la normativa vigente. La
práctica de esta modalidad de control quedaría facilitada, según el parecer de
muchos, si se establecieran Comités éticos, que funcionasen junto a los Consejos
de Administración y constituyeran el interlocutor natural de quienes deben
garantizar, en el correcto operar de los bancos, la conformidad entre los
comportamientos y las razones de las normas vigentes.
A tal fin, dentro de las empresas habría que disponer líneas guía, que permitan
facilitar este juicio de conformidad, de modo que sea posible discernir cuáles
de las transacciones técnicamente viables en el aspecto jurídico, son de hecho,
legítimas y viables desde el punto de vista ético (cuestión muy relevante, por
ejemplo, para las prácticas de elusión fiscal). El objetivo es pasar de un
respeto formal a un respeto sustancial de las reglas.
Además, es deseable que también en el sistema normativo que regula el mundo
financiero haya una cláusula general que declare ilegítimos, con la consiguiente
responsabilidad patrimonial de todos los sujetos imputables, aquellos actos cuyo
propósito sea principalmente la elusión de la normativa vigente.
29. Ya no es posible ignorar fenómenos como la expansión en el mundo de
los sistemas bancarios paralelos (shadow banking system), los cuales, si
bien incluyen dentro de sí también tipologías de intermediarios cuya
operatividad no parece crítica a primera vista, han determinado de hecho una
pérdida de control sobre el sistema por parte de diversas autoridades de
vigilancia nacionales, favoreciendo de forma imprudente el uso de la llamada
financiación creativa, en la cual la principal razón para invertir recursos
financieros es predominantemente especulativa, cuando no depredadora, y no un
servicio a la economía real. Por ejemplo, muchos coinciden en afirmar que la
existencia de estos sistemas “sombra” es una de las principales concausas que
han llevado al desarrollo y la difusión global de la reciente crisis
económico-financiera que comenzó en los EE.UU. con la de las hipotecas
subprime en el verano de 2007.
30. De esta intención especulativa se nutre además el mundo de las finanzas
offshore, que, aunque también ofrece otros servicios legales, a
través de los ampliamente difusos canales de elusión fiscal –la evasión y el
lavado de dinero sucio– constituye otra razón de empobrecimiento del sistema
normal de producción y distribución de bienes y servicios. Es difícil discernir
si muchas de estas situaciones dan lugar a casos de inmoralidad próxima o
inmediata: es ciertamente evidente que tales realidades, donde substraen
injustamente linfa vital a la economía real, difícilmente pueden encontrar una
justificación, ya sea desde el punto de vista ético, ya sea en términos de la
eficiencia global del mismo sistema económico.
Más aún, cada vez resulta más claro que existe un grado de correlación
apreciable entre el comportamiento no ético de los operadores y la quiebra del
sistema en su conjunto: es ya innegable que las deficiencias éticas exacerban
las imperfecciones de los mecanismos del mercado.
En la segunda mitad del siglo pasado, nació el mercado offshore de
los euro-dólares, lugar financiero de intercambio fuera de cualquier marco
normativo oficial. Mercado que desde un importante país europeo se ha extendido
a otros países alrededor del mundo, creando una verdadera red financiera,
alternativa al sistema financiero oficial, jurisdicciones que la protegían.
A este respecto, cabe señalar que, si bien la razón formal para legitimar la
presencia de sedes offshore es la de evitar que los inversores
institucionales sufran una doble tasación, primero en su país de residencia y
luego en el país en el que están domiciliados los fondos, de hecho, estos
lugares se han convertido hoy en día, en ocasión de operaciones financieras a
menudo al límite de la legalidad, cuando no se “pasan de la raya”, tanto desde
el punto de vista de su legalidad normativa, como desde el punto de vista ético,
es decir, de una cultura económica sana y libre del mero propósito de elusión
fiscal.
En la actualidad, más de la mitad del comercio mundial es llevada a cabo por
grandes sujetos, que reducen drásticamente su carga fiscal transfiriendo los
ingresos de un lugar a otro, dependiendo de lo que les convenga, transfiriendo
los beneficios a los paraísos fiscales y los costos a los países con altos
impuestos. Está claro que esto ha restado recursos decisivos a la economía real,
y ha contribuido a la creación de sistemas económicos basados en la desigualdad.
Por otra parte, no es posible ignorar que esas sedes offshore se han
convertido en lugares de lavado de dinero “sucio”, es decir, fruto de ganancias
ilícitas (robo, fraude, corrupción, asociación criminal, mafia, botín de
guerra...).
Así, al disimular el hecho de que las operaciones offshore no se llevaban
a cabo en sus plazas financieras oficiales, algunos Estados han permitido que se
sacara provecho incluso de delitos, sintiéndose no responsables porque no se
realizaban formalmente bajo su jurisdicción. Esto representa, desde un punto de
vista moral, una forma obvia de hipocresía.
En poco tiempo, este mercado se ha convertido en el lugar de mayor tránsito de
capitales, ya que su configuración representa una manera fácil de realizar
diferentes e importantes formas de elusión fiscal. Se entiende entonces que la
domiciliación offshore de muchas empresas importantes que participan en
el mercado sea muy deseada y practicada.
31. Ciertamente, el sistema fiscal de los Estados no siempre parece justo; a
este respecto, cabe señalar que tal injusticia a menudo es en perjuicio de los
sectores económicos más débiles y en ventaja de los más equipados y capaces de
influir incluso en los sistemas normativos que regulan los mismos tributos. De
hecho, la imposición tributaria, cuando es justa, desempeña una fundamental
función equitativa y redistributiva de la riqueza, no sólo en favor de quienes
necesitan subsidios apropiados, sino también en el apoyo a la inversión y el
crecimiento de la economía real.
En cualquier caso, es precisamente la elusión fiscal de los principales actores
que se mueven en los mercados, especialmente los grandes intermediarios
financieros, lo que representa una abominable sustracción de recursos a la
economía real y un daño para toda la sociedad civil. Dada la falta de
transparencia de esos sistemas es difícil determinar con precisión la cantidad
de capital que pasa a través de ellos; sin embargo, se ha calculado que bastaría
un impuesto mínimo sobre las transacciones offshore para resolver gran
parte del problema del hambre en el mundo: ¿por qué no hacerlo con valentía?
Además, se ha demostrado que la existencia de sedes offshore favorece
asimismo enormes salidas de capital de muchos países de bajos ingresos,
generando numerosas crisis políticas y económicas e impidiendo a los mismos
embarcarse finalmente en el camino del crecimiento y del desarrollo saludable.
A este propósito, hay que señalar que diversas instituciones internacionales han
denunciado reiteradamente todo esto, y no pocos gobiernos nacionales han tratado
justamente de limitar el alcance de las plazas financieras offshore. Ha
habido muchos esfuerzos positivos en este sentido, especialmente en los últimos
diez años. Sin embargo, todavía no ha sido posible imponer acuerdos y normativas
adecuadamente eficaces en tal sentido; los esquemas normativos propuestos en
esta área también por prestigiosas organizaciones internacionales han quedado
frecuentemente sin aplicación o han resultado ineficaces, debido a la poderosa
influencia que estas plazas pueden ejercer, a causa del gran capital del que
disponen frente a tantos poderes políticos.
Todo lo cual, al mismo tiempo que constituye un grave perjuicio al buen
funcionamiento de la economía real, representa una estructura que, tal como está
configurada actualmente, resulta totalmente inaceptable desde el punto de vista
ético. Es, por lo tanto, necesario y urgente que, a nivel internacional, se
apliquen los remedios apropiados a estos sistemas inicuos; en primer lugar,
practicando a todos los niveles la transparencia financiera (por ejemplo, con la
obligación de rendición de cuentas, para las empresas multinacionales, de sus
respectivas actividades e impuestos pagados en cada país donde operan a través
de sus filiales); y también con sanciones incisivas impuestas a los países que
reiteren las prácticas deshonestas (evasión y elusión de impuestos, lavado de
dinero sucio) mencionadas anteriormente.
32. Especialmente en los países con economías menos
desarrolladas, el sistema offshore ha empeorado la deuda pública. Se ha
observado, en efecto, que la riqueza privada acumulada en los paraísos fiscales
por algunas élites ha casi igualado la deuda pública de sus respectivos países.
Esto evidencia asimismo que, de hecho, en el origen de esa deuda a menudo están
los pasivos económicos generados por privados y luego descargados sobre los
hombros del sistema público. Entre otras cosas, es bien sabido que importantes
sujetos económicos tienden a buscar la socialización de las pérdidas,
frecuentemente, con la connivencia de los políticos.
Sin embargo, es oportuno señalar que la deuda pública se genera, a menudo,
también por una gestión imprudente – cuando no dolosa – del sistema de
administración pública. Esta deuda, es decir, el conjunto de pasivos financieros
que pesan sobre los Estados, representa hoy uno de los mayores obstáculos para
el buen funcionamiento y crecimiento de las distintas economías nacionales.
Numerosas economías nacionales se ven de hecho agobiadas por el pago de los
intereses que provienen de esa deuda y, por lo tanto, se ven en la necesidad de
hacer ajustes estructurales con ese fin.
Ante esto, por un lado, los Estados están llamados a revertir la situación con
una adecuada gestión del sistema público, mediante sabias reformas
estructurales, una sensata repartición de los gastos e inversiones prudentes;
por otro lado, a nivel internacional, aún poniendo a cada país frente a sus
ineludibles responsabilidades, es necesario igualmente permitir y alentar
razonables vías de salida de la espiral de la deuda, no poniendo sobre los
hombros de los Estados –y por tanto sobre los de sus conciudadanos, es decir,
de millones de familias– cargas que de hecho son insostenibles.
Todo ello asimismo a través de políticas de reducción razonable y acordada de
la deuda pública, especialmente cuando los acreedores son sujetos de tal
consistencia económica que les permite ofrecerla.
Estas soluciones se requieren tanto para la salud del sistema económico
internacional, con el fin de evitar el contagio de crisis potencialmente
sistémicas, cuanto para la búsqueda del bien común de los pueblos en su
conjunto.
33. Todo lo dicho hasta ahora no afecta solo a entidades fuera
de nuestro control, sino que cae también dentro de la esfera de nuestra
responsabilidad. Esto significa que tenemos a nuestra disposición herramientas
importantes para contribuir a resolver muchos problemas. Por ejemplo, los
mercados viven gracias a la demanda y a la oferta de bienes; en este sentido,
cada uno de nosotros puede influir en modo decisivo, al menos, en la
configuración de esa demanda.
Por lo tanto, es importante un ejercicio crítico y responsable del consumo y del
ahorro. Hacer la compra, acción cotidiana con la que nos dotamos de lo necesario
para vivir, implica también una selección entre los diversos productos que
ofrece el mercado. Es una opción que a menudo realizamos de manera inconsciente,
comprando bienes cuya producción se realiza, por ejemplo, a través de cadenas
productivas donde es normal la violación de los más elementales derechos humanos
o gracias a empresas cuya ética, de hecho, no conoce otros intereses sino los de
la ganancia de sus accionistas a cualquier costo.
Es necesario seleccionar aquellos bienes de consumo detrás de los cuales hay
un proceso éticamente digno, ya que incluso a través del gesto, aparentemente
banal, del consumo expresamos con los hechos una ética, y estamos llamados a
tomar partido ante lo que beneficia o daña al hombre concreto. Alguien ha
hablado, en este sentido, de “votar con la cartera”: se trata, en efecto, de
votar diariamente en el mercado a favor de lo que ayuda al verdadero bienestar
de todos nosotros y rechazar lo que lo perjudica.
Las mismas reflexiones deben hacerse en relación a la gestión de los propios
ahorros, dirigiéndolos, por ejemplo, hacia aquellas empresas que operan con
criterios claros, inspirados en una ética respetuosa del hombre entero y de
todos los hombres y en un horizonte de responsabilidad social.
Y, más en general, cada uno está llamado a cultivar prácticas de producción de
riqueza que sean congruentes con nuestra índole relacional y tendentes al
desarrollo integral de la persona
IV. Conclusión
34. Frente a la inmensidad y omnipresencia de los actuales
sistemas económico-financieros, nos podemos sentir tentados a resignarnos al
cinismo y a pensar que, con nuestras pobres fuerzas, no podemos hacer mucho. En
realidad, cada uno de nosotros puede hacer mucho, especialmente si no se queda
solo.
Muchas asociaciones con origen en de la sociedad civil son, en este sentido, una
reserva de conciencia y responsabilidad social, de la que no podemos prescindir.
Hoy más que nunca, todos estamos llamados a vigilar como centinelas de la vida
buena y a hacernos intérpretes de un nuevo protagonismo social, basando nuestra
acción en la búsqueda del bien común y fundándola sobre sólidos principios de
solidaridad y subsidiariedad.
Cada gesto de nuestra libertad, aunque pueda parecer frágil e insignificante, si
orienta realmente al auténtico bien, se apoya en Aquel que es Señor bueno de la
historia, y se convierte en parte de una positividad, que va más allá de
nuestras pobres fuerzas, uniendo indisolublemente todos los actos de buena
voluntad en una red que une el cielo con la tierra, verdadero instrumento de
humanización del hombre y del mundo. Esto es lo que necesitamos para vivir bien
y nutrir una esperanza que esté a la altura de nuestra dignidad de personas
humanas.
La Iglesia, Madre y Maestra, consciente de haber recibido en don un inmerecido
depósito, ofrece a los hombres y las mujeres de todos los tiempos los recursos
para una esperanza fiable. María, Madre del Dios hecho hombre por nosotros, tome
de la mano nuestros corazones y los guíe en la sabia construcción de aquel bien
que su Hijo Jesús, a través de su humanidad hecha nueva por el Espíritu Santo,
ha venido a inaugurar para la salvación del mundo.
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