Discípulos y misioneros

Cuando los obispos de América Latina y del Caribe se reunieron en 2007 en Aparecida, Brasil, proclamaron: "La Iglesia está llamada a una profunda reconsideración de su misión ... confirmando, renovando y revitalizando la novedad del Evangelio enraizado en nuestra historia". Esta afirmación procede del documento publicado como las conclusiones alcanzadas en el encuentro. El primer párrafo de aquel documento dice que la Iglesia está llamada a convertir a todos sus miembros en discípulos y misioneros, sugiriendo que no se puede ser una cosa sin la otra. La versión final del documento fue escrita por un comité de obispos liderado por el cardenal Jorge Bergoglio, el ahora papa Francisco.

Aunque la fiesta de hoy suena como si nos convocase a las más elevadas alturas del discurso teológico, las lecturas nos invitan a una reflexión decididamente práctica, a ras de suelo, sobre Dios y sobre quienes somos como discípulos suyos.

Moisés es la primera persona en dirigirse a nosotros en la Liturgia de la Palabra de hoy. Escuchamos una homilía que predicó para inspirar a su pueblo a que fortaleciese su compromiso. Si escuchamos como herederos de su tradición, le oíremos llamarnos a recordar nuestras propias experiencias de Dios. Llevó a su pueblo por medio de las memorias del Éxodo y de la escucha de la palabra de Dios. Sugiere que nosotros también recordemos cómo y cuándo hemos adquirido conciencia de la presencia de Dios, del amor de Dios, de la grandeza de Dios. Nos recomienda que nos permitamos este Sabbath reservar algún tiempo para que podamos recordar y apreciar las formas en las que hemos llegado a conocer a Dios en nuestra vida individual y comunitaria. Cuando lo hagamos, estaremos preparados para cantar: "Bendito el Pueblo que Dios ha escogido".

La Carta de San Pablo a los Romanos avanza en el mensaje de Moisés apuntando cómo el propio Espíritu de Dios está activo en nosotros. El poema de Francis Thompson, "The Hound of Heaven" ("El sabueso de Dios") nos ofrece una imagen meditativa de lo que Pablo está sugiriendo. Thompson retrata a Dios como el sabueso celestial que nunca cesa de atraernos hacia nuestro destino divino. Pablo nos cuenta que conocemos el Espíritu de Dios como aquel que nos conduce a buscar al Abba, al Dios que conocemos como un Padre amoroso.

El Evangelio de hoy nos retrata al grupo post- Resurrección de discípulos como una comunidad rota que oscila entre el culto y la duda, una descripción que también describe a muchos en nuestros días. Los discípulos habían seguido las instrucciones de sus compañeros, las mujeres a las que se les había dicho tanto por el ángel en la tumba como por Jesús dónde el Señor quería encontrarlos. Cuando encontraron a Cristo Resucitado, les explicó lo que Su Resurrección significaba diciendo que Suyo era todo poder en el cielo y en la tierra. Él había vencido y si creían en Él y en Su promesa de permanecer con ellos, creerían que ningún mal podría vencerle -vencerles-.

¡Poco extraña que los discípulos al mismo tiempo rezasen y dudasen! Creer en Cristo implica que también deben creer en sí mismos como Sus discípulos. El Cristo Resucitado cree en Sus discípulos lo suficiente como para confiarles Su misión, diciéndoles que contagien Su fe, que lancen la buena noticia no como un dogma, sino en la forma de un amor y de una esperanza vibrante y atractiva -los únicos poderes capaces de transformar a personas ordinarias en otros Cristos-.

Los discípulos reunidos en aquella montaña fueron a predicar y eso hizo posible que su fe superara a sus dudas. Tenían que inventarse la manera de difundir el mensaje de Jesús cuando Él ya no estaba con ellos como un profeta vivo, un fiel hijo de Israel. Solo por medio de este proceso pudieron ellos descubrir que Él estaba con ellos de otras maneras más universales.

Los primeros discípulos tuvieron que hacer en su día lo que los obispos de Aparecida llaman a la Iglesia a hacer en nuestros días. Como ellos, debemos repensar nuestra misión. Como herederos de Moisés, estamos llamados a confirmar y renovar la fe que hemos recibido. Sabiendo que el Espíritu estará siempre con nosotros, hemos de tomar el tiempo necesario para escuchar las llamadas del Espíritu, para permitirnos seguir el camino hacia el Dios que nos creó y que nos llama a un futuro incierto pero maravilloso.

Como pueblo elegido y amado por Dios, estamos llamados a cumplir nuestra vocación como discípulos y misioneros, seguidores de Cristo que lanza Su Mensaje y Su Amor. Como los primeros discípulos, hemos de estar deseosos de repensar nuestra misión y revitalizar el mensaje del Evangelio. Moisés nos dice que debemos comenzar por el recuerdo agradecido de las obras de creación y de liberación de Dios. Pablo nos asegura que el Espíritu nos urge hacia la meta. Sobre todo, Cristo Resucitado nos promete que permanece con nosotros. Aunque tal vez no lo expliquemos como tal, el proceso de ser discípulos y misioneros es lo que permite al Dios Uno y Trino vivir en nosotros y trabajar por medio de nosotros.

Por Mary Mc Glone. Traducido del National Catholic Reporter

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