Cómo acusar y criticar: lecciones chilenas

"Nos volvemos humanos a la vista de muchas lanzas". Una imagen terrible puesta en palabras por Richard Wrangham, profesor de antropología biológica, que describe la justicia despiadada que las comunidades infligen en aquellos que amenazan la seguridad del grupo.

Él dijo, en una reciente entrevista sobre la cultura de denuncias públicas en el programa "Invisibilia", que nos gusta creer que nos convertimos en mejores personas por medio de la reflexión y el aprendizaje, pero que en realidad sucede principalmente por medio del miedo al castigo de la comunidad.

Esta entrevista tomó un especial dramatismo mientras se desarrollaban las relevantes noticias recientes en torno al papa Francisco, el cardenal Sean O`Malley y el escándalo de abusos sexuales en Chile. Más al respecto en un momento.

Esta cultura de la acusación pública está ya bien establecida -tanto que estamos viendo más y más llamadas a poner el freno a su impulso y a convertir nuestras denuncias en productivas en vez de en, simplemente, reactivas-.

Como cristianos, tenemos una especial responsabilidad en examinar cómo empuñamos nuestras lanzas. No solo debemos considerar la seguridad de la comunidad sino también las almas de las personas concernidas, incluida la propia.

Miremos lo que esta cultura de la denuncia provoca cuando estas lanzas son empuñadas sin respeto por las almas individuales. La entrevista de "Invisibilia" se centraba en Emily, una rockera de hardcore punk, que se labró un nombre como una feminista vigilante y sin miedo, señalando y acusando a abusadores y misóginos en el mundo del punk rock. Una noche, incluso dió un puñetazo en la cara a un tipo por cantar con ella canciones rechazando la misoginia. "Sí, se sentía bien".

Y entonces su pasado la pilló. Alguien con una amistad común del instituto lanzó el rumor, revelando que, antes de que Emily fuese famosa, actuó infamemente atormentando y haciendo bullying a otras mujeres, compartiendo online fotos desnudas de ellas, deleitándose en su sufrimiento, hiriéndolas cruelmente durante años.

Lo había hecho cuando era una adolescente. Ya no era así. Pero todavía le parecía justo que recibiese el castigo por lo que había hecho.

Y lo recibió. Poco después, su carrera musical estaba terminada, su identidad destruida e incluso le daba miedo abandonar su casa. Renuente a hablar de sí misma, se identificaba como inhumana, como un monstruo.

El hombre que lanzó la información dijo que no tenía ninguna piedad por la enormidad del castigo. Fue su propia reacción al episodio la que le causó un problema de conciencia. Compara la sensación de infligir justicia con la de tener un orgasmo y dice que estaba quedando "sobrepasado" por la adulación que recibió después.

El entrevistador advirtió que muchos rockeros punk que hicieron cosas peores que Emily no fueron señalados y que la mayor parte de las víctimas de Emily nunca consiguieron una petición de perdón. La denuncia fue inútil, como incendiar una casa para acabar con una plaga de insectos.

Volvamos ahora al cardenal O`Malley, que en enero rechazó el escandaloso desprecio público del papa Francisco a las víctimas chilenas de abusos sexuales.

El cardenal O`Malley fue designado presidente de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores después de años de trabajar estrechamente con el papa Francisco. Se conocen y, aunque sus estilos sean muy diferentes, ambos se han construido una reputación como deseosos de levantarse contra los poderosos establishments en defensa de los vulnerables.

Y así, quedé impresionada cuando el papa, que se presenta a sí mismo desde el día uno como la voz de los sin voz, repudió tan duramente a estas víctimas, diciendo que sus acusaciones contra el obispo Juan Barros eran "calumnias".

Y me encantó más allá de toda medida cuando el cardenal O`Malley exigió cuentas al papa Francisco. "Es comprensible que las afirmaciones del papa Francisco ayer en Santiago, Chile, fueron una fuente de gran dolor para los supervivientes de abusos sexuales del clero o de cualquier otro perpetrador", afirmó el cardenal en un comunicado de prensa.

La denuncia del cardenal O`Malley y la presión respetuosa y persistente de las víctimas mismas parece que han conseguido hacer avanzar las ruedas de la justicia. El papa ha reconocido su error, tanto públicamente como personalmente a las víctimas y parece comprometido a tomar medidas concretas para que tales hechos no vuelvan a suceder en el futuro. Treinta y cuatro obispos chilenos han ofrecido su renuncia y muchos creen que el papa aceptará al menos algunas de ellas. Este doloroso episodio en el escándalo de abusos sexuales católicos no está concluido, pero si orientado en la buena dirección.

Contrastemos esta saga de continuas denuncias con lo que le sucedió a Emily, la desgraciada rockera punk. ¿Qué convirtió en eficaz la denuncia del cardenal O`Malley?

No vino de un extraño que aparecía por alguna red informática sino de alguien de dentro. Un reproche de alguien que te conoce, que simpatiza con tus objetivos y que comprende tu mundo es mucho más difícil de minusvalorar que una reprimenda de alguien que ya se percibe como el enemigo. La corrección fraterna comienza en casa y nuestro primer objetivo debería ser siempre expulsar la injusticia de nuestras propias comunidades -de nuestro propio yo- antes de que podamos esperar corregir los errores de personas que no comprendemos ni conocemos.

Está más preocupada de la defensa de las víctimas que de triturar a los agresores. El cardenal
O`Malley no buscaba dañar ni humillar al papa. El cardenal es un hombre verdaderamente humilde que sin duda se ha mordido la lengua muchas veces en el pasado, reservando su poderosa desaprobación para una verdadera emergencia, en la que las vidas y las almas estuviesen en juego. Habló específicamente y ante todo en defensa de las víctimas, sabiendo cómo las palabras sin ningún tacto de Francisco se añadían a su sufrimiento. Estoy bastante segura de que no se "sintió bien" al escribir su comunicado de advertencia.

Permitía el arrepentimiento y la conversión de aquel que había obrado mal. El arrepentimiento y la conversión están en el corazón de nuestra fe y cualquier denuncia que no busque o pretenda la conversión de los pecadores no trata verdaderamente de la justicia, sino de la venganza. La venganza destruye no solo a quien la recibe sino también a quien la practica.

Así es como procedió el cardenal O`Malley. Hubo una plaga, pero la casa sigue en pie.

Este es nuestro modelo. Estos deberían ser nuestros estándares cuando sentimos la necesidad de denunciar o señalar a alguien. Para corregir una injusticia, los católicos pueden hacer algo mejor que empuñar lanzas. La corrección fraterna debe a veces ser pública y dolorosa, pero la publicidad y el dolor nunca deben ser el objetivo.

Las denuncias efectivas y justas deberían seguir el ejemplo del cardenal O`Malley: deberían venir de alguien que conozca el asunto y la situación, centrarse primordialmente en la verdadera preocupación por las víctimas y dejar espacio para la conversión.

Por Simcha Fisher. Traducido de America Magazine

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