Alegraos y regocijaos (X)
Exhortación apostólica "Gaudete et exsultate" del Papa Francisco
CAPÍTULO QUINTO
COMBATE, VIGILANCIA Y DISCERNIMIENTO
COMBATE, VIGILANCIA Y DISCERNIMIENTO
158. La vida cristiana es un combate permanente. Se requieren fuerza y
valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el
Evangelio. Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez
que el Señor vence en nuestra vida.
El combate y la vigilancia
159. No se trata solo de un combate contra el mundo y la mentalidad
mundana, que nos engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres sin
compromiso y sin gozo. Tampoco se reduce a una lucha contra la propia
fragilidad y las propias inclinaciones (cada uno tiene la suya: la
pereza, la lujuria, la envidia, los celos, y demás). Es también una
lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal. Jesús
mismo festeja nuestras victorias. Se alegraba cuando sus discípulos
lograban avanzar en el anuncio del Evangelio, superando la oposición del
Maligno, y celebraba: «Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un
rayo» (Lc 10,18).
Algo más que un mito
160. No aceptaremos la existencia del diablo si nos empeñamos en
mirar la vida solo con criterios empíricos y sin sentido sobrenatural.
Precisamente, la convicción de que este poder maligno está entre
nosotros es lo que nos permite entender por qué a veces el mal tiene
tanta fuerza destructiva. Es verdad que los autores bíblicos tenían un
bagaje conceptual limitado para expresar algunas realidades y que en
tiempos de Jesús se podía confundir, por ejemplo, una epilepsia con la
posesión del demonio. Sin embargo, eso no debe llevarnos a simplificar
tanto la realidad diciendo que todos los casos narrados en los
evangelios eran enfermedades psíquicas y que en definitiva el demonio no
existe o no actúa. Su presencia está en la primera página de las
Escrituras, que acaban con la victoria de Dios sobre el demonio.
De hecho, cuando Jesús nos dejó el Padrenuestro quiso que termináramos
pidiendo al Padre que nos libere del Malo. La expresión utilizada allí
no se refiere al mal en abstracto y su traducción más precisa es «el
Malo». Indica un ser personal que nos acosa. Jesús nos enseñó a pedir
cotidianamente esa liberación para que su poder no nos domine.
161. Entonces, no pensemos que es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea.
Ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más
expuestos. Él no necesita poseernos. Nos envenena con el odio, con la
tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras nosotros
bajamos la guardia, él aprovecha para destruir nuestra vida, nuestras
familias y nuestras comunidades, porque «como león rugiente, ronda
buscando a quien devorar» (1 P 5,8).
Despiertos y confiados
162. La Palabra de Dios nos invita claramente a «afrontar las asechanzas del diablo» (Ef 6,11) y a detener «las flechas incendiarias del maligno» (Ef
6,16). No son palabras románticas, porque nuestro camino hacia la
santidad es también una lucha constante. Quien no quiera reconocerlo se
verá expuesto al fracaso o a la mediocridad. Para el combate tenemos las
armas poderosas que el Señor nos da: la fe que se expresa en la
oración, la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de la Misa,
la adoración eucarística, la reconciliación sacramental, las obras de
caridad, la vida comunitaria, el empeño misionero. Si nos descuidamos
nos seducirán fácilmente las falsas promesas del mal, porque, como decía
el santo cura Brochero, «¿qué importa que Lucifer os prometa liberar y
aun os arroje al seno de todos sus bienes, si son bienes engañosos, si
son bienes envenenados?».
163. En este camino, el desarrollo de lo bueno, la maduración
espiritual y el crecimiento del amor son el mejor contrapeso ante el
mal. Nadie resiste si opta por quedarse en un punto muerto, si se
conforma con poco, si deja de soñar con ofrecerle al Señor una entrega
más bella. Menos aún si cae en un espíritu de derrota, porque «el que
comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y
entierra sus talentos. […] El triunfo cristiano es siempre una cruz,
pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva
con una ternura combativa ante los embates del mal».
La corrupción espiritual
164. El camino de la santidad es una fuente de paz y de gozo que nos
regala el Espíritu, pero al mismo tiempo requiere que estemos «con las
lámparas encendidas» (Lc 12,35) y permanezcamos atentos: «Guardaos de toda clase de mal» (1 Ts 5,22). «Estad en vela» (Mt 24,42; cf. Mc 13,35). «No nos entreguemos al sueño» (1 Ts
5,6). Porque quienes sienten que no cometen faltas graves contra la Ley
de Dios, pueden descuidarse en una especie de atontamiento o
adormecimiento. Como no encuentran algo grave que reprocharse, no
advierten esa tibieza que poco a poco se va apoderando de su vida
espiritual y terminan desgastándose y corrompiéndose.
165. La corrupción espiritual es peor que la caída de un pecador,
porque se trata de una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo
termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas
formas sutiles de autorreferencialidad, ya que «el mismo Satanás se
disfraza de ángel de luz» (2 Co 11,14). Así acabó sus días
Salomón, mientras el gran pecador David supo remontar su miseria. En un
relato, Jesús nos advirtió acerca de esta tentación engañosa que nos va
deslizando hacia la corrupción: menciona una persona liberada del
demonio que, pensando que su vida ya estaba limpia, terminó poseída por
otros siete espíritus malignos (cf. Lc 11,24-26). Otro texto bíblico utiliza una imagen fuerte: «El perro vuelve a su propio vómito» (2 P 2,22; cf. Pr 26,11).
El discernimiento
166. ¿Cómo saber si algo viene del Espíritu Santo o si su origen está
en el espíritu del mundo o en el espíritu del diablo? La única forma es
el discernimiento, que no supone solamente una buena capacidad de
razonar o un sentido común, es también un don que hay que pedir. Si lo
pedimos confiadamente al Espíritu Santo, y al mismo tiempo nos
esforzamos por desarrollarlo con la oración, la reflexión, la lectura y
el buen consejo, seguramente podremos crecer en esta capacidad
espiritual.
Una necesidad imperiosa
167. Hoy día, el hábito del discernimiento se ha vuelto
particularmente necesario. Porque la vida actual ofrece enormes
posibilidades de acción y de distracción, y el mundo las presenta como
si fueran todas válidas y buenas. Todos, pero especialmente los jóvenes,
están expuestos a un zapping constante. Es posible navegar en
dos o tres pantallas simultáneamente e interactuar al mismo tiempo en
diferentes escenarios virtuales. Sin la sabiduría del discernimiento
podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias
del momento.
168. Esto resulta especialmente importante cuando aparece una novedad
en la propia vida, y entonces hay que discernir si es el vino nuevo que
viene de Dios o es una novedad engañosa del espíritu del mundo o del
espíritu del diablo. En otras ocasiones sucede lo contrario, porque las
fuerzas del mal nos inducen a no cambiar, a dejar las cosas como están, a
optar por el inmovilismo o la rigidez. Entonces impedimos que actúe el
soplo del Espíritu. Somos libres, con la libertad de Jesucristo, pero él
nos llama a examinar lo que hay dentro de nosotros ―deseos, angustias,
temores, búsquedas― y lo que sucede fuera de nosotros —los «signos de
los tiempos»— para reconocer los caminos de la libertad plena:
«Examinadlo todo; quedaos con lo bueno» (1 Ts 5,21).
Siempre a la luz del Señor
169. El discernimiento no solo es necesario en momentos
extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas graves, o cuando
hay que tomar una decisión crucial. Es un instrumento de lucha para
seguir mejor al Señor. Nos hace falta siempre, para estar dispuestos a
reconocer los tiempos de Dios y de su gracia, para no desperdiciar las
inspiraciones del Señor, para no dejar pasar su invitación a crecer.
Muchas veces esto se juega en lo pequeño, en lo que parece irrelevante,
porque la magnanimidad se muestra en lo simple y en lo cotidiano.
Se trata de no tener límites para lo grande, para lo mejor y más bello,
pero al mismo tiempo concentrados en lo pequeño, en la entrega de hoy.
Por tanto, pido a todos los cristianos que no dejen de hacer cada día,
en diálogo con el Señor que nos ama, un sincero «examen de conciencia».
Al mismo tiempo, el discernimiento nos lleva a reconocer los medios
concretos que el Señor predispone en su misterioso plan de amor, para
que no nos quedemos solo en las buenas intenciones.
Un don sobrenatural
170. Es verdad que el discernimiento espiritual no excluye los
aportes de sabidurías humanas, existenciales, psicológicas, sociológicas
o morales. Pero las trasciende. Ni siquiera le bastan las
sabias normas
de la Iglesia. Recordemos siempre que el discernimiento es una gracia.
Aunque incluya la razón y la prudencia, las supera, porque se trata de
entrever el misterio del proyecto único e irrepetible que Dios tiene
para cada uno y que se realiza en medio de los más variados contextos y
límites. No está en juego solo un bienestar temporal, ni la satisfacción
de hacer algo útil, ni siquiera el deseo de tener la conciencia
tranquila. Está en juego el sentido de mi vida ante el Padre que me
conoce y me ama, el verdadero para qué de mi existencia que nadie conoce
mejor que él. El discernimiento, en definitiva, conduce a la fuente
misma de la vida que no muere, es decir: conocer al Padre, el único Dios
verdadero, y al que ha enviado, Jesucristo(cf. Jn 17,3). No
requiere de capacidades especiales ni está reservado a los más
inteligentes o instruidos, y el Padre se manifiesta con gusto a los
humildes (cf. Mt 11,25).
171. Si bien el Señor nos habla de modos muy variados en medio de
nuestro trabajo, a través de los demás, y en todo momento, no es posible
prescindir del silencio de la oración detenida para percibir mejor ese
lenguaje, para interpretar el significado real de las inspiraciones que
creímos recibir, para calmar las ansiedades y recomponer el conjunto de
la propia existencia a la luz de Dios. Así podemos dejar nacer esa nueva
síntesis que brota de la vida iluminada por el Espíritu.
Habla, Señor
172. Sin embargo, podría ocurrir que en la misma oración evitemos
dejarnos confrontar por la libertad del Espíritu, que actúa como quiere.
Hay que recordar que el discernimiento orante requiere partir de una
disposición a escuchar: al Señor, a los demás, a la realidad misma que
siempre nos desafía de maneras nuevas. Solo quien está dispuesto a
escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista
parcial o insuficiente, a sus costumbres, a sus esquemas. Así está
realmente disponible para acoger un llamado que rompe sus seguridades
pero que lo lleva a una vida mejor, porque no basta que todo vaya bien,
que todo esté tranquilo. Dios puede estar ofreciendo algo más, y en
nuestra distracción cómoda no lo reconocemos.
173. Tal actitud de escucha implica, por cierto, obediencia al
Evangelio como último criterio, pero también al Magisterio que lo
custodia, intentando encontrar en el tesoro de la Iglesia lo que sea más
fecundo para el hoy de la salvación. No se trata de aplicar recetas o
de repetir el pasado, ya que las mismas soluciones no son válidas en
toda circunstancia y lo que era útil en un contexto puede no serlo en
otro. El discernimiento de espíritus nos libera de la rigidez, que no
tiene lugar ante el perenne hoy del Resucitado. Únicamente el Espíritu
sabe penetrar en los pliegues más oscuros de la realidad y tener en
cuenta todos sus matices, para que emerja con otra luz la novedad del
Evangelio.
La lógica del don y de la cruz
174. Una condición esencial para el progreso en el discernimiento es
educarse en la paciencia de Dios y en Sus tiempos, que nunca son los
nuestros. Él no hace caer fuego sobre los infieles (cf. Lc 9,54), ni permite a los celosos «arrancar la cizaña» que crece junto al trigo (cf. Mt 13,29). También se requiere generosidad, porque «hay más dicha en dar que en recibir» (Hch
20,35). No se discierne para descubrir qué más le podemos sacar a esta
vida, sino para reconocer cómo podemos cumplir mejor esa misión que se
nos ha confiado en el Bautismo, y eso implica estar dispuestos a
renuncias hasta darlo todo. Porque la felicidad es paradójica y nos
regala las mejores experiencias cuando aceptamos esa lógica misteriosa
que no es de este mundo, como decía san Buenaventura refiriéndose a la
cruz: «Esta es nuestra lógica». Si uno asume esta dinámica, entonces no deja anestesiar su conciencia y se abre generosamente al discernimiento.
175. Cuando escrutamos ante Dios los caminos de la vida, no hay
espacios que queden excluidos. En todos los aspectos de la existencia
podemos seguir creciendo y entregarle algo más a Dios, aun en aquellos
donde experimentamos las dificultades más fuertes. Pero hace falta
pedirle al Espíritu Santo que nos libere y que expulse ese miedo que nos
lleva a vedarle Su entrada en algunos aspectos de la propia vida. El
que lo pide todo también lo da todo, y no quiere entrar en nosotros para
mutilar o debilitar sino para plenificar. Esto nos hace ver que el
discernimiento no es un autoanálisis ensimismado, una introspección
egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio
de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para
el bien de los hermanos.
***
176. Quiero que María corone estas reflexiones, porque ella vivió
como nadie las bienaventuranzas de Jesús. Ella es la que se estremecía
de gozo en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y
se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más
bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella
no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin
juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica.
La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos
esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y
otra vez: «Dios te salve, María…».
177. Espero que estas páginas sean útiles para que toda la Iglesia se
dedique a promover el deseo de la santidad. Pidamos que el Espíritu
Santo infunda en nosotros un intenso anhelo de ser santos para la mayor
gloria de Dios y alentémonos unos a otros en este intento. Así
compartiremos una felicidad que el mundo no nos podrá quitar.
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