El don de la incertidumbre

Saber lo que pasará es un don de la gracia que desearía tener. Conocer mis luchas con antelación para poder prepararlas bien. Adivinar las alegrías con las que poder consolar mis preocupaciones. Saber el futuro, dónde estaré y qué cosas hare -¡que alivio sería!.

No es mi don, sin embargo, ni el de ninguno de nosotros. Cada día, nos levantamos sin saber con certeza qué vendrá. La única certeza es que el sol se elevará en el cielo y luego se pondrá otra vez. Todo lo que ocurra entre medias es lo que sucede cuando uno pone un pie detrás del otro. 

Esa es la gran aventura de la vida, el no saber lo que nos deparará -las subidas y bajadas, las durezas y alegrías entre el despertarse y el acostarse-. Es el tiempo entre-medias del que hablaba la poeta Mary Oliver cuando preguntó: "¿Qué planeas hacer con tu vida salvaje y preciosa?".

Saber lo que sucederá es tener la decisión tomada por ti- una verdad incómoda que encuentro difícil aceptar-. La vida no es sencilla y pueden ocurrir muchas cosas que uno nunca esperaría. A menudo esas pruebas mezclan elementos que podemos controlar con otros que escapan a nuestra capacidad, lo que convierte a la solución en difícil de aprehender. Las expectativas elevadas seguidas por el sufrimiento inesperado nos hunden, dejándonos pocos lugares a los que volvernos. Si supiésemos lo que iba a venir, tales realidades podrían evitarse.

Pero no podemos evitarlas, lo que significa que debemos prepararnos para ellas. La Cuaresma es un tiempo precisamente para ello.

La pasión de Cristo nos enseña muchas cosas, pero la lección más poderosa para mí es que Aquel que sabía exactamente lo que iba a suceder afrontó el sufrimiento de todas formas. ¿Podría haberlo evitado? Por supuesto. Pero Su plan para Su vida salvaje y preciosa era nuestra redención y nada iba a interponerse en Su camino, ni siquiera Sus propias dudas.

Esta resolución fue alimentada durante cuarenta días en el desierto. Allí, Jesús luchó contra la tentación para que cuando la última tentación llegase -que pase de mí este cáliz- no se apartase. La Cuaresma es lo mismo para nosotros, un tiempo para fortalecer nuestra resolución para que cuando lleguen los tiempos duros, Dios sea el primero hacia el que nos volvemos, no del que nos alejamos.

¡Qué fácil es decirlo y qué difícil es hacerlo! Es un gran riesgo creer en algo que no puedes ver y, además, creer que te ayudará en tu sufrimiento. Por supuesto, la Iglesia nos da herramientas con las que afrontar este riesgo. Cultivar las prácticas de la oración, el ayuno y la limosna nos ayudan a superar la incertidumbre. También fortalecen nuestra resolución frente a la tentación.

Pero todavía es un riesgo y yo soy una persona calculadora a la hora de asumir riesgos. Me gusta conocer los resultados, los números y los "planes b". Sé que fracasaría miserablemente en Wall Street porque no tengo estómago para tomar grandes decisiones rapidamente. La única cosa de la que no dudo es  de que soy exactamente como el dubitativo Tomás. Si Jesús se apareciese delante mía en carne y hueso, tendría que tocar los agujeros de Sus manos. No podría arriesgarme a no saber.

Pero Jesús le dijo a Tomás: "¿Porque has visto has creído? Bienaventurados aquellos que crean sin haber visto" (Juan 20:29).

Jesús nos pide que asumamos un riesgo con Él, incluso aunque no sepamos con certeza lo que sucederá a continuación. Afortunadamente, Dios no está sentado en un trono dorado en unos cielos lejanos. Se ha hecho uno de nosotros en todo excepto en el pecado -ha sufrido como nosotros, ha llorado como nosotros, ha tratado con sus propias dudas como nosotros-.

Dios nos ama de cerca, al lado, como uno de nosotros.

¡Qué alivio! Si no podemos saber lo que vendrá, al menos sabemos que Quien nos ayudará en todo lo que ocurra está cerca de nosotros. Las prácticas de la oración, el ayuno y la limosna nos ayudan a verlo más claramente, alimentando nuestra resolución y fortaleciendo nuestra fe. También nos ayudan a aprender más profundamente el significado del amor de Dios.

Porque en la oración crecemos en la relación con Aquel que nos amó en el Ser, en el ayuno aprendemos que es Dios el que nos sostiene y en el dar descubrimos los regalos que Dios nos ofrece. Esta práctica nos revela la primacía de Su Amor, por el que existimos y al que apunta cualquier bien que podamos hacer.

¿Y qué es el amor? El amor es un riesgo precioso, salvaje y maravilloso que merece la pena asumir. El amor es darlo todo sin saber lo que vendrá detrás.

El amor es lo que todos estamos buscando, especialmente en nuestros sufrimientos. Cuando queremos saber que es lo que va a suceder a continuación, cuando estamos frustrados por las incertidumbres de la vida y hundidos por los sufrimientos de la vida, es el Amor de Dios el que nos recatará.

No saber lo que vendrá -eso también es un don que merece agradecimiento, incluso aunque sea duro de aceptar-.  Nos permite formularnos la pregunta más bella: "¿Qué planeas hacer con tu vida salvaje y preciosa?".

Amar sin límites, confiar en la mano salvadora de Dios y tener fe en la gloriosa Resurrección que espera.

Así sea.  

Por Christian Mocek

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