Dios es nuestro refugio y fortaleza frente al estrés
La sociedad contemporánea
tiene un ritmo de vida que no posee antecedentes, de tal manera que el
estar estresado se ha convertido en la enfermedad de la época. Es la
sensación de que no se llega
a todo, que se rebasan los tiempos y el
cansancio psicofísico ahoga al sujeto. Esta situación o atmosfera
sociocultural se agudiza en las grandes urbes con sus elementos
estimulantes y perturbadores, que van desde la congestión del tráfico,
protestas callejeras, inseguridad ciudadana, recorrer grandes distancias
para el trabajo, altos índices de contaminación etc.
Pero estamos en eso que se denomina “Aldea global” y no
hay sitio recóndito donde no pueda llegar el estrés. Las nuevas
tecnologías y las redes cautivan a niños, jóvenes y adultos y más allá
de sus innegables ventajas, sirven también para acelerar la forma de
vida más rural que uno se pueda imaginar. Estos nuevos instrumentos de
comunicación han modificado notablemente las conductas y dando origen
también a nuevas adicciones.
La tensión, el agobio, la angustia, el nerviosismo son fenómenos tan
antiguos como el propio hombre. Sin embargo, la gran novedad del estrés
del siglo XXI se encuentra en el vacío de Dios, la ausencia de valores
esenciales que fundamente la existencia. La persona no encuentra algo
merecedor de confianza, por eso mismo, se lanza en brazos del
materialismo y del activismo de la cultura dominante.
Desde los años 30 del siglo pasado se ha avanzado mucho en las
investigaciones y estudios sobre los trastornos del funcionamiento
biopsicológico del hombre moderno, que se traduce en cuadros de:
nerviosismo, hipertensión, ansiedad, depresión, olvidos, fobias,
obsesiones compulsivas, insomnios, ulcerás, enfermedades cardíacas
etc…Esta simple enumeración de las consecuencias para la salud que trae
el estrés, nos debería de llevar a: tomarnos las cosas de otra manera,
no ser ambiciosos en las metas personales, estar más ligeros de
dependencias artificiales, buscar alternativas desintoxicantes del
espíritu. En fin, del estrés se puede salir si comenzamos a utilizar el
sentido común que aconseja equilibrar las prisas con las pausas para
reencontrarse con el mundo interior que necesita sanación.
La Sagrada Escritura recoge todas estas situaciones del estrés de
todos los tiempos: “La ansiedad deprime el corazón, una buena palabra lo
alegra” (Prov 12,25), “aunque camine por cañadas“Echa tu carga sobre el Señor, y Él te sustentará; no
permitirá jamás que el justo caiga” (Sal 55,22), ”cuando se multiplican
mis preocupaciones, Tus consuelos son mis delicias” (Sal 94,19). Los
mismos profetas del Antiguo Testamento dan testimonio de esa situación
estresante en su relación con Dios y con el pueblo de Israel, así Isaías
dirá: “no temas, porque Yo estoy contigo; no te angusties, porque soy
Dios. Te fortalezco, te auxilio” ( 41,10).
oscuras, nada
temo…”(Sal 23,4),
Jesús conoce el espíritu del hombre y sus ansias de plenitud. Sabe de
las continuas angustias por alcanzar el sustento diario y del miedo al
futuro. El mismo Señor, se presenta como la respuesta a tantos agobios
que encierra la vida humana: “venid a mi todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28); “Por eso os digo, no estéis
amargados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro
cuerpo pensando con qué os vais a vestir…. No os agobiéis por el mañana,
porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su
preocupación” (Mt 6,25-34). Por tanto: todo el Nuevo Testamento como el
Viejo, recoge la gran verdad que sustenta la vida cristiana: “¡Dios es
nuestro refugio y fortaleza, nuestro baluarte donde nos ponemos a
salvos!” (Sal 46); (cf. Filp 4,6-7; 2Cor 9,8; 1Ped 5,7; Ap 21,3-4).
Juan del Río Martín. Arzobispo Castrense de España.
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