El destino final es la gloria
El domingo 1º de Cuaresma se dedica siempre a las tentaciones de
Jesús, y el 2º a la transfiguración. El motivo es fácil de entender: la
Cuaresma es etapa de preparación a la Pascua; no sólo a la Semana Santa,
entendida como recuerdo de la muerte de Jesús, sino también a Su
resurrección. Este episodio, que anticipa su triunfo final nos ayuda a
enfocar adecuadamente estas semanas.
El contexto
Jesús ha anunciado que debe padecer mucho, ser rechazado, morir y
resucitar. Pedro, que no quiere oír hablar de sufrimiento y muerte, lo
lleva aparte y lo reprende, provocando la respuesta airada de Jesús:
«Retírate, Satanás». Luego llama a toda la gente junto con los
discípulos, y les dice algo más duro todavía: no sólo él sufrirá y
morirá; los que quieran seguirle también tendrán que negarse a sí mismos
y cargar con la cruz. Pero tendrán su recompensa cuando Él vuelva
triunfante. Y añade:
«Algunos de los aquí presentes no morirán antes de
ver llegar el reinado de Dios con poder». ¿Se cumplirá esa extraña
promesa? ¿Hay que hacerle caso a uno que pone condiciones tan duras para
seguirle?
El cumplimiento: la transfiguración
Seis después tiene lugar este extraño episodio. El relato podemos
dividirlo en tres partes: la subida a la montaña, la visión, la bajada.
Desde el punto de vista literario es una teofanía, una manifestación de
Dios, y Marcos utiliza los mismos elementos que empleaban los autores
del Antiguo Testamento para describirlas.
La subida a la montaña (v.1).
Es significativo el hecho de que Jesús sólo elige a tres discípulos,
Pedro, Santiago y Juan. No se trata solo de un privilegio; la idea
principal es que va a ocurrir algo tan importante que no puede ser
presenciado por todos. Por otra parte, se dice que subieron «a una
montaña alta». Marcos usa el frecuente simbolismo de la montaña como morada o
lugar de revelación de Dios. Entre los antiguos cananeos, el monte
Safón era la morada del panteón divino. Para los griegos se trataba del
Olimpo. Para los israelitas, el monte sagrado era el Sinaí. También el
Carmelo tuvo un prestigio especial entre ellos, igual que el monte Sión
en Jerusalén.
La visión
En la visión hay cuatro elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud.
1) La transformación de las vestiduras de Jesús, que se vuelven «de
un blanco deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún batanero
del mundo». Marcos parece sugerir que del interior de Jesús brota una luz
deslumbradora que transforma sus vestidos. Esa luz simboliza la gloria
de Jesús, que los discípulos no habían percibido hasta ahora de forma
tan sorprendente.
2) Elías y Moisés. Curiosamente, el primer plano lo ocupa Elías,
considerado en el judaísmo el precursor del Mesías (Eclesiástico 48,10);
el puesto secundario que ocupa Moisés resulta difícil de explicar.
Moisés es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que
Dios hablaba cara a cara. Sin Moisés, humanamente hablando, no habría
existido el pueblo de Israel ni su religión. Elías es el profeta que
salva a esa religión en su mayor momento de crisis, hacia el siglo IX
a.C., cuando está a punto de sucumbir por el influjo de la religión
cananea. Sin él, habría caído por tierra toda la obra de Moisés. Por eso
los judíos concedían especial importancia a estos dos personajes. El
hecho de que se aparezcan ahora a los discípulos (no a Jesús), es una
manera de confirmarles la importancia del personaje al que están
siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está destruyendo la labor
religiosa de los siglos pasados, se encuentra en la línea de los
antiguos profetas, llevando su obra a plenitud.
3) En este contexto, las palabras de Pedro proponiendo hacer tres
tiendas suenan a simple despropósito. Marcos lo justifica aduciendo que
estaban espantados y no sabía lo que decía.
Generalmente nos fijamos en
las tres tiendas. Pero esto es simple consecuencia de lo anterior: «qué
bien se está aquí». Pedro no quiere que Jesús sufra. Mejor quedarse en lo alto del monte con Jesús, Moisés y Elías que tener que seguirle con
la cruz.
4) La nube y la voz. Como en el Sinaí, Dios se manifiesta en la nube y
habla desde ella. Sus primeras palabras repiten exactamente las que se
escucharon en el momento del bautismo de Jesús, cuando Dios presentaba a
Jesús como su siervo. Pero aquí se añade un imperativo: «¡Escuchadlo!».
La orden se relaciona con las anteriores palabras de Jesús, que han
provocado tanto escándalo en Pedro, y con la dura alternativa entre
vida y muerte que ha planteado a sus discípulos. Ese mensaje no puede
ser eludido ni trivializado. «¡Escuchadlo!»
Este episodio está contado como experiencia positiva para los
apóstoles y para todos nosotros. Después de haber escuchado a Jesús
hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que impone a sus
seguidores, tienen tres experiencias complementarias: 1) ven a Jesús
transfigurado de forma gloriosa; 2) se les aparecen Moisés y Elías; 3)
escuchan la voz del cielo.
Lo cual supone una enseñanza creciente: 1) al ver transformados sus
vestidos tienen la experiencia de que su destino final no es el
fracaso, sino la gloria; 2) al aparecérseles Moisés y Elías se confirman
en que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel y de la
revelación de Dios; 3) al escuchar la voz del cielo saben que seguir a
Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios.
El descenso de la montaña (vv.9-13).
La orden de Jesús de que no hablen de la visión hasta que él resucite
(v.9) se inserta en la misma línea
de la prohibición de decir que él es
el Mesías (16,20). No es momento ahora de hablar del poder y la gloria,
suscitando falsas ideas y esperanzas. Después de la resurrección,
cuando para creer en Cristo sea preciso aceptar el escándalo de su
pasión y cruz, se podrá hablar con toda libertad también de su gloria.
Dos padres, dos hijos, y un tribunal
El relato del Génesis sobre el sacrificio de Isaac y el pasaje de la
carta a los romanos de Pablo ofrecen un interesante contraste. Abrahán
está dispuesto a sacrificar a su propio hijo, pero Dios no lo acepta y
termina bendiciéndolo. En cambio, Dios Padre entrega a su propio Hijo a
la muerte por nosotros. Esto, que puede parecer el mayor fracaso y la
mayor crueldad, se convierte para nosotros en fuente de bendición.
Pablo imagina un tribunal en el que se decide nuestro destino. Pero
el fiscal, Dios Padre, está de nuestra parte, nos entregó a su Hijo. El
juez, Jesús, en vez de condenarnos, dio su vida e intercede por
nosotros. Imposible imaginar un tribunal más partidista. La mejor forma
de ser agradecidos con este fiscal y este juez es vivir de acuerdo con
sus palabras en el evangelio: “Este es mi Hijo amado, escuchadlo”.
Por José Luis Sicré. Publicado en Fe Adulta
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