San Esteban, el primer testigo de Cristo

Tras celebrar el Nacimiento, las Iglesias de Oriente y Occidente (católica, ortodoxa, anglicana…) celebran la fiesta de Esteban, testigo y mártir del nacimiento de Jesús, primer “cristiano” universal al que mataron (como a Jesús) por oponerse al sistema religioso del templo y por entender la “religión” como ayuda a los necesitados y mesa compartida. 

En el camino que lleva a Jesús hemos ido recordando a los santos de Adviento (Juan Bautista, María de Nazaret, con José. En el camino que nace de Jesús, su primer testigo ha sido Esteban, en griego Stephanos, el Coronado, que está en la base de la Iglesia, antes que Pedro y Pablo, antes que los demás misioneros y obispos, el proto-mártir (primer-testigo) del evangelio. Tres son sus rasgos principales, sus aportaciones permanentes a la vida de la iglesia:

1. Esteban supo que los primeros en la iglesia (antes que sus otros dogmas o grandezas) son los huérfanos y viudas, con las “mesas”, esto es, los abandonados y expulsados de la sociedad establecida, que pueden y deben recibir un lugar en la casa y mesa de la comunidad. 

2. Esteban fue el primero que rechazó con Jesús el culto establecido del templo, que se sigue utilizando una excusa para alcanzar el poder y mantener sometidos a los otros. Por rechazar el templo y centrarse en el hombre como signo y presencia de Dios le mataron los representantes del sistema político y sagrado.
3. Esteban fue el primero que vió la necesidad de una “salida”, de una gran ruptura eclesial con las tradiciones establecidas para responder al evangelio de Jesús. Por eso le mataron por “linchamiento democrático”, porque hay un tipo de “democracia popular” que utiliza la ley para destruir a los hombres. 

Los cristianos antiguos tuvieron en gran estima a Esteban, al situar hoy su fiesta (26 del 12), tras la de Jesús en Navidad. Así le entendieron como un “doble” de Jesús, de manera que su figura y nombre (San Esteban y Sanestevo de Ribas do sil, Donesteve Baigorri, Étienne, Stephano…) llena nuestros pueblos y lugares.
 
Teniendo eso en cuenta he querido presentar una visión de la figura y obra de Esteban, recreada de un modo ejemplar (y simbólico) en l libro de los Hechos 6-7, para presentarle como el primer Santo de la Navidad. Mi reflexión se divido en dos partes: (a) Los helenistas de Esteban, primeros cristianos verdaderos. (b) Esteban, mártir de la navidad cristiana.

1. PROBLEMA DE FONDO. ESTEBAN Y LOS HELENISTAS DE JERUSALÉN
Hechos 6-7 sitúa el surgimiento de la Iglesia cristiana en el contexto de una disputa entre los Doce hebreos (representantes de un cristianismo sacral, centrado en Jerusalén, donde Jesús ha de venir muy pronto a imponer su Reino) y los Siete helenistas (liderados por Esteban) que descubren que Jesús ha venido a superar el sistema sagrado del templo y del poder religioso. 

Los Doce quieren recrear un Cristianismo de Poder sagrado, en Jerusalén. Por el contrario, los Siete helenistas que hay que superar todo poder eclesial, centrado en Jerusalén o Roma, para iniciar un camino de nueva humanidad, universal, abierta por Jesús a los más pobres, como dice el libro de los Hechos:

En aquellos días, como crecía el número de los discípulos, se suscitó una murmuración de parte de los helenistas (hellenoi o hellenistai… distinguir) contra los hebreos, de que sus viudas eran desatendidas en la distribución diaria. Así que, los doce convocaron a la multitud de los discípulos y dijeron: «No conviene que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir a las mesas». Escoged, pues, hermanos, de entre vosotros a siete hombres que sean de buen testimonio, llenos del Espíritu y de sabiduría, a quienes pondremos sobre esta tarea. Y nosotros continuaremos en la oración y en el ministerio de la palabra.
Esta propuesta agradó a toda la multitud; y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, un prosélito de Antioquía. Presentaron a éstos delante de los apóstoles; y después de orar, les impusieron las manos. Y la palabra de Dios crecía, y el número de los discípulos se multiplicaba en gran manera en Jerusalén; inclusive un gran número de sacerdotes obedecía a la fe (Hch 6, 1-6)
Hubo un conflicto, se resolvió tratando el tema y cambiando la “constitución” de la Iglesia, abriendo un espacio para Esteban y los Siete, los hombres del servicio social y del universalismo, en contra (=al lado) del gran “aparato” de los Doce. Quizá no conocieron a Jesús «según la carne», es decir, históricamente (cf. 2 Cor 5, 16), pero aceptaron su mensaje y compartieron su experiencia mesiánica, interpretando su muerte como nuevo Nacimiento universal de Vida.

En un sentido, podemos afirmar que la Iglesia posterior, hasta hoy depende (aunque con muchos cambios) de aquella nueva comunidad que fundaron estos helenistas carismáticos y universales, tras la muerte de Jesús, cuando independizaron el evangelio de las prácticas legales y religiosas del judaísmo nacional, para centrarlo en la memoria de Jesús crucificado y en la experiencia de una gracia abierta a los pobres y a todos los hombres a partir del Nacimiento.

− Jesús para todos. Estos helenistas pusieron de relieve un elemento nuevo del mensaje y figura de Jesús, que les enfrentó con un tipo de judaísmo nacional. Mientras siguieran manteniendo la autoridad del templo y cumplieran las normas básicas de la ley judía, los del grupo de los Doce no habían tenido problemas con las autoridades. Pero en el momento en que los helenistas, apelando a Jesús, criticaron el orden del Templo, poniendo en su lugar a Jesús Crucificado (y a los pobres), surgió el conflicto. 

También los Doce (= hebreos) amaban a los pobres, pero parecían destacar más la oración y el ministerio de la palabra (Hch 6, 4), en un contexto de esperanza intra-israelita del Cristo, que vendría como Rey/Mesías sobre las Doce Tribus. Según ellos, Jesús debía manifestarse primero en Israel (Jerusalén), como Mesías victorioso, y sólo después podría abrir su salvación a los gentiles. Los helenistas, en cambio, destacaron la experiencia pascual de Jesús (un crucificado es el Mesías), vinculándola al servicio de mesas y viudas (Hch 6, 1-2), superando de esa forma una visión nacional del mesianismo, en una línea que culminará en Mt 25, 31-46, donde el Mesías dice a todos los pueblos: «tuve hambre, estaba desnudo...».

Teología y compromiso social, en contra de templo sagrado, pues el templo de Dios son los hombres (las viudas, la mesa compartida, la acogida a los extranjeros...). Esteban y los helenistas quisieron mantenerse fieles a la tradición, pero universalizando la experiencia israelita desde el fuerte impacto pascual de Jesús, rechazando para ello el templo y sus instituciones (cf. Hch 6, 13-14; 7,1-53). Eran críticos con el templo, pero, al mismo tiempo, habían venido a Jerusalén porque esperan su transformación escatológica. No quisieron tomar el poder (en contra de los macabeos antiguos o de muchos cristianos y judíos posteriores), sino la mutación de Israel, asumiendo el camino de Jesús y su rechazo del templo, como dice Esteban (Hch 7, 1-53):

[David] halló gracia delante de Dios… Pero Salomón le edificó una Casa. Pues bien, el Altísimo no habita en casas hechas por mano humana, como dice el profeta: «El cielo es mi trono, y la tierra es el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? …» [Is 66, 1-2]. ¡Duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo. Como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que de antemano anunciaron la venida del Justo, a quien ahora vosotros traicionado y asesinado, vosotros que habéis recibido la Ley por el ministerio de los ángeles y no la habéis cumplido (Hch 7, 46-53).

Con esta acusación, Esteban no quiere destruir la Ley tal, sino cumplirla, de un modo radical, oponiéndose al Sanedrín y a los sacerdotes, que, a su juicio, no la cumplen. 

Jesús había sido un laico galileo y sus Doce seguidores le interpretaron en una línea de mesianismo popular, pronto cayeron en el riesgo de querer sacralizar el movimiento de Jesús, en Jerusalén, creando allí un tipo nueva iglesia… pero muy parecida a la antigua, con sus instituciones religiosas y su templo. 

− En contra de ese intento de “sacralizar” nuevo un tipo de religión de templo, los helenistas de Estban ponen de relieve el hecho de que a Jesús le han matado precisamente los sacerdotes del templo y lo defensores del poder establecido (de Roma).
Misión universal. Sólo desde ese fondo se puede hablar de una misión universal del mensaje de Jesús, de la confesión de su nacimiento, de su entrega hasta la muerte.

Fondo social, servicio de las mesas. De manera muy significativa, el libro de los Hechos relaciona la nueva visión de los helenistas con el servicio de las mesas y viudas… De esa manera, la iniciativa de la iglesia ha pasado a manos de los Siete o sus representantes más significativos, como Esteban, crítico del templo, ajusticiado como Jesús por un tribunal de Sacerdotes, y como Felipe, misionero entre samaritanos y prosélitos (Hch 7-8). Ellos han desatado el evangelio de la atadura intra-judía y de la autoridad sacral del templo, colocando a Jesús en el lugar del templo y extendiendo el mensaje desde la costa palestina hasta Damasco, pasando por Samaria, empezando a cumplir lo anunciado en Hch 1, 8 .
2. LA FIGURA Y MARTIRIO DE ESTEBAN SEGÚN HECH 6-7
La visión social y la obra misionera de los helenistas con Esteban (recreada por el libro de los Hechos) suscitó un fuerte rechazo, de forma que un tipo de “representantes de la religión templo”, defensores de de su diferencia «religiosa» se sienten amenazados y reaccionan persiguiendo y matando a Esteban, representante de los Siete. 

«Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y señales en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban, pero no logrando hacer frente al espíritu con que hablaba, sobornaron a algunos para que dijeran: «Le hemos oído pronunciar blasfemias contra Moisés y contra Dios». Alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas, agarraron a Esteban por sorpresa y lo condujeron al Consejo, presentando testigos falsos que decían: «Este individuo no cesa de hablar contra es Lugar santo y contra la Ley. Le hemos oído decir que ese Jesús el Nazareno destruirá este lugar y cambiará las tradiciones que recibimos de Moisés» (Hech 6, 8-14).

(1) La provocación de Esteban.
Aunque el texto diga que los testigos eran falsos, sus acusaciones eran probablemente ciertas. Parece que Esteban se había mostrado crítico ante el templo y ante un tipo de interpretación particular de la ley israelita. Todo nos hace suponer que, partiendo quizá de tradiciones judías anteriores, radicalizadas por Jesús, había llegado a la conclusión de que el templo no formaba parte de la esencia de Israel: era preciso abandonarlo, superando un culto que encerraba al pueblo en un círculo sagrado de observancias religiosas. En este contexto podemos afirmar que «iba en contra la Ley» y que su rechazo del templo estaba vinculado a su gesto de servicio de las mesas y las viudas.
La verdadera presencia de Dios, lo que vincula a los creyentes y les abre de un modo católico a todos los hombres, no es un edificio y un sistema religioso de poder,
regulado por leyes de separación sagrada, sino la solidaridad con los excluidos. Esto que separa a Esteban de otros judíos es algo absolutamente revolucionario, pero al mismo tiempo tradicional, pues se entronca con la mejor experiencia israelita. Muchos judíos se centraban en templo y en la ley para salvaguardar su identidad social y religiosa; eran elegidos de Dios y debían esforzarse por destacar esa elección y esa exigencia, a través de distinciones y ceremonias religiosas. 

Esteban no rechaza la historia santa de Israel ni el contenido de sus tradiciones; pero añade que esa historia y tradiciones han de abrirse a todos los hombres, en la línea de los huérfanos y viudas (de los extranjeros y exilados), como sabía la más antigua ley de Israel (cf. Ex 20, 20-22; Dt 10, 18; 14, 29; 16, 11-14). Por eso considera negativo y superado todo aquello que separa, que limita a Israel frente a otros pueblos: un tipo de templo y de leyes nacionales. Por eso tienen razón los testigos cuando dicen que blasfema contra el templo y contra las tradiciones de Moisés. Lógicamente, los representantes del Templo oficial (particular) se sienten amenazados, como si perdieran sus cimientos. 

No es de extrañar que reaccionen de un modo explosivo. Esteban les ha combatido con la palabra y la denuncia mesiánica, porque quiere abrir caminos y ofrecer espacios de comunicación, con un tipo de violencia profética (verbal), que se funda en el mensaje central de Jesús y de Israel. Los sacerdotes responderán con la violencia sacrificial o de sangre, que es la única que ellos controlan. En ese fondo evocamos el discurso de Esteban (Hech 7, 2-53), con sus dos grandes acusaciones. 

(2) Acusación de Esteban: rebeldías de Israel.
Tras un prólogo donde cita en forma positiva la llamada de Abrahán y su promesa (Hech 7, 2-8), Esteban condensa la historia de Israel en dos ciclos o episodios de rechazo, en contra de Dios y sus enviados, en la línea deuteronomista. 

Un primer ciclo de rechazo se expresa en la historia de José (Hech 7, 9-16). Los patriarcas de
Israel se alzaron en contra de su hermano y le vendieron a extraños (como los nuevos jefes de Israel han vendido a Jesús a Pilatos). Pero Dios estaba con José, le sacó de la cárcel y le engrandeció y le convirtió en el salvador de sus hermanos que tuvieron que acogerse a su protección. 

Un segundo ciclo, más extenso y completo, ha recogido el rechazo de Moisés (Hech 7, 17-43), que empezó a ofrecer su ayuda a los hebreos oprimidos (matando al opresor egipcio), pero estos, sus hermanos, aplastados y humillados en la cárcel de Egipto, bajo el peso de trabajos forzados, no le reconocen ni le aceptan (Hech 7, 23-29). Pues bien, ese rechazo culmina y se ratifica a lo largo de Éxodo: con la ayuda de Dios y con prodigios portentosos Moisés libera al pueblo, para que sea fiel a la alianza de Dios y a la vida fraterna (en libertad, sin opresión egipcia), pero el pueblo en su conjunto le rechazó, entregándose al culto de los ídolos (Hech 7, 35-40). 

El tercer ciclo de rechazo se expresa en el templo como idolatría. Esteban asume una tradición profética de Israel, que ha criticado un tipo de culto (e incluso todo culto del templo) como contrario a la justicia social y a la fraternidad. Pues bien, el último de los grandes críticos del templo (rechazado igual que José y Moisés) ha sido Jesús, cuyo mensaje asume aquí Esteban. Lógicamente le acusan de atentar contra el templo y sus leyes (privilegios). 

Él responde destacando el carácter perverso del templo que ha servido para legitimar un tipo de esclavitud y división humana, como sabía ya el profeta: Mi trono es el cielo, la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué templo podréis construirme –dice el Señor- o qué lugar para que descanse? ¿No ha hecho mi mano todo esto? (Is 66, 1-2: cita en Hech 7, 49-50). El templo es según eso un edificio simplemente humano, alzado en contra de la voluntad de Dios y de su palabra. No es obra de Dios, sino de manos humanas (kheiropoiêtos, lo mismo que los ídolos: Hech 7, 48). 

Aunque no lo diga de manera expresa, Esteban vincula la edificación del templo de Jerusalén con la fabricación del becerro en el desierto (Hech 7, 41-43.44-50). No se podía haber dicho una palabra más dura dentro de un entorno sacerdotal. Al condenar el templo de Dios como lugar de idolatría y principio de opresión, Esteban está rechazando todo el sistema religioso israelita. Así culmina el mensaje de Esteban. 

En contra del templo, que él interpreta y entiende como estructura opresora, ha elevado Esteban la religión verdadera, que se centra en la acogida a los encarcelados y expulsados de la sociedad. Pues bien, después de haber expuesto el ciclo de pecados-rechazos de Israel (contra José, Moisés y Jesús), que culminan en la idolatría del templo (entendido como becerro), Esteban cierra su discurso con una acusación impresionante: 

«¡Rebeldes, infieles de corazón y reacios de oído! Siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del Justo y a él lo habéis traicionado y asesinado vosotros ahora; vosotros que recibís la Ley por mediación de ángeles y no la habéis observado» (Hech 7, 51-53). 

Esta es la voz de un profeta como Isaías o Jeremías, no la de un escriba o místico intimista. Es la más dura, más hiriente, que ha podido escucharse en el ámbito del templo. Pero es sólo una voz y quiere conversión: un cambio social y personal. Estaban quiere que los magistrados de Israel puedan superar su sacralidad violenta y renuncien a sus privilegios, para iniciar el verdadero camino mesiánico, desde los pobres y las viudas. Así les acusa porque no han cambiado: no han borrado sus errores, no han superado sus culpas, sino todo lo contrario: han ratificado su maldad rechazando a Jesús, que ahora aparece como verdadero representante de una Ley más alta que los judíos defensores del templo (sus acusadores) no han cumplido. 

(3) Desenlace y muerte de Esteban.
De esa forma se repite el tema del juicio de Jesús al que acusaron de atentar contra el templo, mientras él respondía apelando al Hijo del Hombre, es decir, a la humanidad reconciliada (cf. Lc 22, 66-71; Mc 14, 55-64). 

Los representantes del sistema sacral de Israel «se recomían y rechinaban con los dientes», expresando de forma violenta su ira contra Esteban, porque destruía los cimientos de su religión particular y les ha dejado sin apoyo egoísta y exclusivo sobre el mundo. Por el contrario, Esteban, que resplandecía como un ángel (cf. Hech 6, 15), eleva su voz y proclama ante todos que «está viendo la gloria de Dios y a Jesús alzado su derecha: ¡Veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre en pie a la derecha de Dios!» (Hech 7, 54-57). Esta es su verdad, la religión universal del Cristo, que ya no habita en el templo, sino en los hombres necesitados, de manera que está en pie, ante Dios, asumiendo la suerte de todos los hambrientos y expulsados, enfermos y encarcelados de la historia (como aparece en Mt 25, 31-46). 

Lógicamente, los acontecimientos se precipitan. Como los antiguos profetas de Israel, Esteban ha condenado la religión violenta de los magistrados de su pueblo, defendiendo así, desde la tradición de Israel, la causa de los hambrientos, huérfanos y viudas. Los magistrados del templo podrían haber reaccionado con indiferencia, despreocupándose de Esteban y sus acusaciones, dejándole hablar como quisiera, pues no era más que un loco, como Jesús, hijo de Anano, en la guerra del 67-70 (cf. Flavio Josefo: Guerra VII, 12 ). También habrían podido convertirse, aceptando el mensaje de Esteban (de Jesús), como hicieron los ninivitas, según el libro de Jonás, para iniciar un movimiento de conversión universal. Pero, conforme a la lógica del sistema, ellos se han sentido impotentes y han respondido con violencia, matando al profeta de Jesús. 

Por Xavier Pikaza. Publicado en Religión Digital

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