¿Quién eres?

"¿Quién eres?" Esta pregunta puede estar pidiendo la información más básica posible o puede exigir una respuesta mucho más profunda que solo puede ser mostrada con la entera vida.

Mucho depende del contexto. La pregunta es diferente si se formula en un evento social o en la consulta del médico. Cuando apareces en el colegio para recoger a un niño, hay una razón protectora, legal, para formularla. Si te encuentran caminando por las salas de la Casa Blanca sin una tarjeta identificativa, bloqueando el tráfico al sostener una señal en una intersección con densa circulación o dirigiéndote sin invitación hacia el púlpito de la catedral durante la misa dominical, tiene otras implicaciones. En los últimos casos, la pregunta bien podría formularse como: "¿Quién te has creído que eres?". El tono de esta última pregunta es muy probablemente el que los sacerdotes y los levitas dirigieron a Juan.

El Evangelio de hoy nos cuenta que los líderes religiosos de Jerusalén (pensemos en la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano) fueron a encontrar a Juan el Bautista y le preguntaron: "¿Quién eres?".

¿Qué haría a Juan comenzar su diálogo diciendo: "No soy el Mesías"? Parece que Juan solo tenía una cosa en la cabeza. Estaba tan centrado en la llegada del Mesías que la primera cosa que le vino a la mente no fue "Soy el hijo de Zacarías" o "Soy un predicador" o "Soy un tipo con una dieta rara y unos gustos extraños para la ropa". No, Juan simplemente dijo: "No soy el Mesías".

El interrogatorio subsiguiente suena como si los oficiales pensasen que estaban hablando a un idiota sin remedio. Imaginémoslos mirándose unos a otros, señalando sutilmente quien formulará la siguiente pregunta. Uno levanta el entrecejo y dispara: "Entonces, ¿eres Elías?" Ya sabes, el profeta que se elevó del mundo en un carro de fuego".

Cuando Juan contesta: "No, no lo soy", el siguiente interrogador, intentando de todas las maneras parecer que se toma la cuestión seriamente, dice: "¿Eres Moisés, el Profeta?".

El rápido "No" de Juan parece intentar decirles que paren de una vez su juego. Así que, se ponen serios: "Gente importante en Jerusalén nos han enviado para preguntar esto. ¿Qué les diremos?"

Casi nos podemos imaginar a Juan pensando: "Bueno, esta es mi oportunidad. Les diré algo que tengan que meditar y tal vez así dejará un poso en ellos". Así que, cita a Isaías: "Yo soy la voz que clama en el desierto: Preparad el camino al Señor."

Los interrogadores de Juan se negaron a picar en el anzuelo. Juan estaba listo para implicarlos en un diálogo sobre lo que Dios estaba haciendo en medio de ellos. En cambio, ellos volvieron la conversación para atrás a la cuestión de la identidad y capacidad de una persona que predicaba esperanza y cambio. "Si no eres el Mesías ni Elías ni Moisés, ¿por qué estás alborotando a la gente?"

Juan se puso a su nivel. Si no iban a dejar que su curiosidad espiritual se picase más allá de las sospechas sobre él, todo lo que podía decir es: ¡Todavía no habéis visto nada!

Esta interacción supone que Juan no tenía nada que decir sobre sí mismo que no se relacionase con el Mesías que venía. Por lo que escuchamos en el resto de los Evangelios, es un retrato bastante fiel de este profeta de Adviento. Sabía que era alguien permeado por la gracia, movido por el Espíritu de Dios.

Este tercer domingo de adviento nos presenta multitud de aspectos para nuestra ponderación. Por un lado, podemos escuchar estas lecturas como una llamada a nuestra introspección. Nos invitan a tomarnos un tiempo para preguntarnos cuándo y cómo el Espíritu de Dios se ha posado sobre nosotros, confirmando nuestra fe y moviéndonos a decir sí a Dios, el futuro y la vocación que hemos recibido como cristianos.

Permanecer en contacto con nuestra propia llamada es una importante forma de oración porque nos recuerda pasados momentos de gracia al mismo tiempo que nos prepara para aquellos que vendrán.

Las lecturas de hoy también nos ofrecen criterios de discernimiento sobre los mensajes que escuchamos hoy en nuestro mundo. Juan levantó algo en su pueblo y los líderes religiosos estaban preocupados por ello. Estamos rodeados por llamadas que pretenden captar nuestra atención para que pensemos, creamos, hagamos o compremos diferentes mensajes. ¿Cómo discernimos?

Las lecturas de hoy nos ofrecen al menos tres criterios para saber lo que viene de Dios -en nosotros mismos y en los demás-. Isaías nos dice que el Espíritu de Dios nos mueve constantemente hacia la gente que se queda atrás, los pobres, los rotos y los desvalidos. Pablo nos dice que una marca esencial de los verdaderos creyentes es la alegría de saber cuán bueno es el Señor. El testimonio de Juan nos dice que los movidos por Dios siempre apuntan más allá de sí mismos.

La pregunta que nos queda tras las lecturas de hoy es: "¿Cómo tu preocupación por los demás, tu alegría y tu consciencia de Dios les dice a los demás quién eres?".

Por Mary Mc Glone. Traducido del National Catholic Reporter

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