Estar cercano, como la Palabra hecha carne se hizo cercana

Mi adviento ha sido desafortunado. En la misa del primer domingo de Adviento, el himno de clausura era uno de mis favoritos, "Oh Come Divine Messiah". Pero los editores del himnario habían ido a toda prisa, así que en vez de subir una octava durante las palabras "when hope", simplemente nos saltamos esa frase y la vivacidad del himno se perdió.

Esta notación musical reducida resultó ser una metáfora de un tiempo que parece fuera de lugar en mi vida en estos momentos. Normalmente, no suelo cruzar el umbral de un centro comercial o de una gran tienda durante este tiempo, pero este año, como me he mudado de casa, todavía hay cosas que necesito comprar y que no había adquirido antes. La semana pasada, fueron un par de luces para cuando perdamos la conexión eléctrica. Otro día fue un limpiaparabrisas para el coche. No hay nada más angustioso para el alma de un cristiano durante este tiempo del año que encontrarte la locura comercial que ha tomado esta fiesta, una fiesta que comienza el 25 de diciembre.

Por eso, he estado buscando esa conexión espiritual que me ayude a prepararme para la gran fiesta.

Al rescate ha venido el papa Francisco. Civiltá Cattolica acaba de publicar los diálogos que tuvo el papa con los jesuitas en Myanmar y Bangladesh. Dos preguntas y respuestas del encuentro en Myanmar me han ayudado a mí, y pueden ayudarnos a todos creo, a prepararnos para una verdadera navidad.

Aquí esta el primer intercambio, que transcribo en su integridad por su gran riqueza:

Pregunta: Gracias, Santo Padre, por estar con nosotros. Todos vivimos en Myanmar y tú comprendes la situación en nuestro país. Compartimos la misma espiritualidad, la de los Ejercicios Espirituales. Nuestra Espiritualidad contempla la Encarnación que nos mueve hacia delante, nos mueve a la misión. Estamos aquí, estamos en una misión. Contemplando la actual situación en Myanmar, ¿qué esperas de nosotros?

Papa Francisco: 

Creo que no podemos pensar en ninguna misión -digo esto no solo como jesuita, sino como cristiano- sin el misterio de la Encarnación. El misterio de la Encarnación ilumina completamente nuestra aproximación a la realidad y al mundo, toda nuestra proximidad al pueblo, a su cultura. La cercanía cristiana siempre es encarnada. Es una cercanía como aquella de la Palabra, que viene para estar con nosotros. Os recuerdo la synkatabasis, el estar con... El jesuita es alguien que siempre debe estar cercano, como la Palabra hecha carne se hizo cercana. Mirar, escuchar, no desde el prejuicio, sino místicamente. Mirar sin miedo y mirar místicamente: esto es fundamental para la forma en la que miramos la realidad.

La inculturación comienza desde esta forma de mirar. La inculturación no es una moda, no. Es la esencia misma de la Palabra que se ha hecho carne, que ha tomado nuestra cultura, nuestro lenguaje, nuestra carne, nuestra vida y nuestra muerte. La inculturación es tomar la cultura de las personas a las que soy enviado.

Y por eso la oración jesuita -me refiero principalmente en relación a la inculturación- es la oración de intercesión. Es necesario rezar al Señor precisamente por aquellas realidades en las que estoy inmerso.

Ha habido muchos fallos en la vida de oración de la Compañía. Al principio algunos jesuitas dieron a San Ignacio más de un dolor de cabeza porque pretendían que los jesuitas permaneciesen apartados y dedicasen dos o tres horas diarias a la oración. Y san Ignacio dijo: "No, contemplad en la acción". En 1974, tuve mi ocasión de experimentar esto. Hubo -como sabréis- un movimiento de los así llamados "jesuitas descalzos", que pretendían una observancia rígida, casi enclaustrada de las normas. Una reforma a la contra, contra el espíritu de san Ignacio. La verdadera oración y la verdadera observancia jesuita no sigue esa ruta. No es una observancia restauracionista. Nuestra observancia es siempre mirar hacia delante, desde la inspiración del pasado, pero siempre hacia delante. Los retos no están detrás, nos esperan delante.

En esto, el beato papa Pablo VI ayudo enormemente a la Compañía y el tres de diciembre de 1974 nos dirigió un discurso que sigue siendo íntegramente relevante.  Os recomiendo su lectura. Dijo, por ejemplo, una frase: En cualquier lugar, en los cruces de la historia, hay jesuitas. ¡Pablo VI lo dijo! No dijo: "Encerraos en un convento", sino que dijo "Id a los cruces de los caminos". Y para ir a los cruces de los caminos de la historia, mis queridos amigos, debemos rezar. ¡Debemos ser hombres de oración viva en los cruces de caminos de la historia!

La relación de la Encarnación con nuestra misión eclesial y la inculturación misionera está en el mismo corazón de la navidad, ¿no? La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. La Palabra todavía pretende hacerse carne. Somos nosotros, el Cuerpo de Cristo, los que debemos llevar a efecto esta encarnación. Y, aunque nosotros los laicos no tenemos exactamente los mismos deberes y obligaciones que un jesuita, esta llamada a enraizar nuestras vidas en la Encarnación y por lo tanto a ir a los cruces de caminos de la historia nos corresponde a nosotros también. También estamos llamados a sumergirnos en nuestra cultura para poder discernir en ella la presencia de Cristo. Eso es Navidad: la incursión de lo divino en la historia y en la cultura humana, y que esa Encarnación se convierta en las mismas lentes desde las que miramos el mundo.
He aquí el segundo intercambio, de nuevo en su integridad:

Pregunta: Soy jesuita de formación y soy profesor y trabajo en un slum. La gente aquí es muy pobre, pero quiere ayudarse unos a otros. Una niña me preguntó: "¿Cómo puedo ayudar a aquellos en necesidad si yo misma necesito ayuda? He intentado darla una respuesta intelectual, pero no me convenció. Entonces alguien me recomendó que trasladase al Santo Padre la pregunta.

Papa Francisco: Las respuestas intelectuales no ayudan. No soy antiintelectual, que quede claro. Necesitamos estudiar mucho, pero la respuesta intelectual y abstracta en este caso no ayuda. Para una madre que ha perdido a su hijo, para un hombre que ha perdido a su mujer, un niño, un hombre enfermo, ¿de qué sirven las palabras? Simplemente una mirada, una sonrisa, un dar la mano, un abrazo, una caricia... y tal vez en ese momento el Señor inspirará una Palabra en nosotros. Pero no des explicaciones. Y la pregunta que la niña formuló es una cuestión existencial: "¿Cómo puedo yo, que no tengo nada, ayudar a los demás?" ¡Ve más cerca! Y piensa sobre cómo esa persona puede ayudarte. Ve más cerca. Acompaña. Permanece al lado. Y el Espíritu Santo -no olvidemos que tenemos al Espíritu en nosotros- te inspirará lo que debes hacer, lo que debes decir. Porque hablar es lo último. Primero, haz. Estáte en silencio, acompaña, permanece al lado. Proximidad, cercanía. Es el misterio de la Palabra hecha carne. Proximidad. Tal vez puedes decirle a esa niña: "Estate más cerca!" Necesita cercanía. Y tú necesitas cercanía también. Y deja a Dios hacer el resto.

La primera cosa que me llama la atención es esa frase: "Pero no des explicaciones". Trae a mi mente una gran escena del libro Brideshead Revisited de Evelyn Waugh, en la que Charles y Sebastian están teniendo una de sus primeras conversaciones sobre religión. Sebastian acaba de llegar de misa y les cuenta a su amigo que ser católico puede ser muy difícil. Charles corre a afirmar que cosas como la historia del nacimiento de Cristo deben ser comprendidas como tonterías. He aquí el diálogo:
Charles: Quiero decir, sobre la Navidad, y la estrella y los tres reyes, y la mula y el buey. 
Sebastian: Sí, creo en ello. Es una historia maravillosa.
Charles: Pero tú no puedes creer en algo simplemente porque es magnífico.
Sebastian: Pero lo hago. Así es como creo.

Charles, el hombre moderno, no puede ver lo que la fe puede ver, que el amor, como la belleza, como la misericordia, son reales, tan reales como las estadísticas o las explicaciones. ¿Con qué frecuencia nosotros -y por nosotros me refiero a aquellos que escribimos y que leemos periódicos como el NCR- dejamos que nuestro entrenamiento intelectual se interponga en el camino de un encuentro humano? ¿Con qué frecuencia utilizamos nuestro aprendizaje no como una herramienta con la que ser solidarios sino como una forma de sentirnos importantes? ¿Con qué frecuencia nosotros, como Charles, exigimos alguna terrible señal moderna del Señor? ¿Con qué frecuencia pensamos que la sofisticación se merece nuestro esfuerzo, pero una fe simple no?
La segunda cosa que viene a mi cabeza de la respuesta del papa Francisco es el repetido énfasis en la Dios ha elegido estar próximo a nosotros, ser cercano a nosotros, incluso tomar nuestra carne humana para entrar en solidaridad con nosotros y, finalmente, para redimirnos. Esto no es una abstracción: Él llego, como lo hicimos todos, por el canal del parto de una mujer. Llegó en la pobreza de la carne como lo hacen los niños nacidos en los slums donde sirven estos jesuitas.
proximidad y la cercanía. Esta es, también, una de las claves de la fe cristiana: por increible que parezca,

Jesús nació en la pobreza pero también nació en la riqueza de las promesas hechas a Israel. Nuestras lecturas de las Escrituras hebreas este adviento nos hablan de anhelos, de verguenza (eso que el papa Francisco continuamente explica que es una gracia), de falta de plenitud, de preparación. La promesa de un salvador, de alguien que complete los anhelos del Pueblo de Dios, eso es lo que cultivamos en nosotros mismos este Adviento.

Este año, a pesar de todas las distracciones, los animados diálogos del Santo Padre con los jesuitas en Myanmar son un buen punto de arranque para comenzar a preparar nuestros corazones para dar la bienvenida a la Palabra hecha carne.

Por Michael Sean Winters. Traducido del National Catholic Reporter

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