Algo mágico está sucediendo

Hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para cosechar lo que se ha plantado (Eclesiastés 3:2).

"Vale, chicos, es la hora de ayudar a la abuela a hacer barro".

Estaba en la sala de estar con mis nietos Paden y Landon, de dos y cuatro años. Recogieron las sillitas que el abuelo había hecho para la mesa de los niños y yo saqué las cajas luminosas con los bulbos del musgo y cogí un matraz de medida y un tenedor de la cocina. Entonces, derramamos el agua sobre el disco de barro encerrado en la maceta. En segundos, comenzó a expandirse mientras ellos empujaban con el tenedor para ahuecar. Landy salpicó agua por toda la mesa, que yo limpié mientras él ponía su siniestra sonrisa malvada. Él es, después de todo, nuestro pequeño hacedor de desastres descalzo, y se piensa que ese es su trabajo.

A continuación, los niños pusieron los bulbos aparentemente muertos- primero en la maceta. Para entonces, Landy estaba aburrido y corrió a molestar al gato. Padey, nuestro pequeño ayudante que nunca para de canturrear, me ayudó a terminar y alisamos el barro con nuestros tenedores. La plantación tradicional de musgo de acción de gracias estaba ahora cumplida otro año más.

Estaba oscuro fuera y con las luces exteriores podías ver gigantescos copos de nieve cayendo. Padey exclamó: "¿No es hermoso?".

Le dije: "Sí, es mágico".

Preguntó: "¿Qué significa mágico?".

Le dije que significa algo que es brillante, maravilloso y secreto. Se quedó con eso y saltó arriba y abajo en el sofá como una rana, repitiendo su nueva palabra: "mágico, mágico", una y otra vez.

Entonces, coloreamos dibujos navideños de Epi y Blas de Barrio Sésamo para enviárselos a su primo Duncan, de seis años, que estaba en casa con gripe y al que echamos mucho de menos.

Más tarde aquella noche, cuando estos encantos y su hermana bebé Emma se habían ido a su casa a la cama y mi marido Jerry y yo nos sentamos junto a los árboles de las luces de Navidad, le dije: "Simplemente piensa, algo mágico está sucediendo en este mismo momento, justo aquí y no somos capaces de verlo". Me estaba refiriendo al musgo, por supuesto, y al hecho de que ahora estaba misteriosamente brotando con nueva vida por medio de haber sido plantado e hidratado con amor. Todavía más emocionante, su trayectoria culminará en sobresalientes flores rojas para Navidad.

Siempre es una maravilla mirarlo transformarse en Adviento -un símbolo sagrado de los pequeños sueños y oraciones que emergen como la vara de Jesse, con un crecimiento tan real que puedes medirlo con una regla, cosa que siempre hago.

Ha habido unos pocos años en los que las flores olvidaban florecer y lo único que consiguiamos era un tallo tambaleante. Eso está bien, sin embargo, porque filosóficamente, lo importante es seguir plantando, seguir haciendo memoria y no abandonar. Eso no siempre es fácil de hacer, en un mundo lleno de estrés, agitaciones y tragedia cuando la vida trae a la muerte, el vacío y lo que puede sentirse como el marchitarse del alma.

Cuando las magníficas flores comienzan a desvanecerse alrededor de Año Nuevo, me siento triste por ver su declive, así que tomo un cuchillo y las corto. Un año, sin embargo, mi amigo Adolfo me sugirió que observase el completo ciclo de crecimiento hasta el final permitiendo a la planta marchitarse naturalmente. El tallo se dobló, se puso verde y los pétalos muertos cayeron con profusión. La planta estaba volviendo a su esencia hasta que finalmente no quedó nada sino el bulbo sin vida. ¿Volvía a la nada de nuevo? La dejé en el oscuro garaje, en una estantería donde la olvidé.

Este verano, junto con mi lirio de Pascua que también había muerto de regreso a sus orígenes, los
planté de nuevo en el jardín donde recibieron luz, calor y agua. Y de repente, germinaron, crecieron y florecieron, una resurrección fuera de estación.

Este ciclo de crecimiento me habla claramente de lo que significa observar los tiempos del corazón a través de los ojos del alma. La hibernación, la espera, la floración, el marchitarse, morir y resucitar es el camino del Dios que renace en la cuna de nuestros corazones a lo largo de toda nuestra vida.

El continuo crecimiento de algo milagroso desde la nada es el perpetuo don del Espíritu en nosotros. Algunos lo llaman fe, valentía o resilencia, pero cuando observo a mis queridos pequeños nietos mirando en éxtasis, sé que es la alegría del Adviento, y una pizca de un milagro de amor para este mundo lleno de problemas.

Por Joni Woelfel. Traducido del National Catholic Reporter

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