La sabiduría del Señor
Queridos hermanos y hermanas:
Desde antes de venir a este país, he
estado esperando que llegara este momento. Muchos de vosotros habéis
venido de lejanas y remotas tierras montañosas, algunos incluso a pie.
Vengo como peregrino para escuchar y aprender de vosotros, y para
ofreceros algunas palabras de esperanza y consuelo.
La primera lectura de hoy, tomada del libro de Daniel, nos ayuda a
ver lo limitada que era la sabiduría del rey Baltasar y sus videntes.
Ellos sabían cómo alabar «a sus dioses de oro y plata, de bronce y de
hierro, de madera y de piedra» (Dn 5,4), pero no poseían la sabiduría
para alabar a Dios, en cuyas manos está nuestra vida y nuestro aliento.
Daniel, sin embargo, tenía la sabiduría del Señor y fue capaz de
interpretar sus grandes misterios. El intérprete definitivo de los
misterios de Dios es Jesús. Él es la sabiduría de Dios en persona (cf.1
Co 1,24).
Jesús no nos enseñó su sabiduría con largos discursos o grandes
demostraciones de poder político o terreno, sino entregando Su vida en
la cruz. A veces podemos caer en la trampa de confiar en nuestra propia
sabiduría, pero la verdad es que podemos fácilmente desorientarnos.
En esos momentos, debemos recordar que tenemos ante nosotros una
brújula segura: el Señor crucificado. En la cruz, encontramos la
sabiduría que puede guiar nuestras vidas con la luz que proviene de
Dios. Desde la cruz también nos llega la curación. Allí, Jesús ofreció
sus heridas al Padre por nosotros, las heridas que nos han curado (cf. 1
Pe 2,4). Que siempre tengamos la sabiduría de encontrar en las heridas
de Cristo la fuente de toda curación. Sé que muchos en Myanmar llevan
las heridas de la violencia, heridas visibles e invisibles. Existe la
tentación de responder a estas heridas con una sabiduría mundana que,
como la del rey en la primera lectura, está profundamente equivocada.
Pensamos que la curación pueda venir de la ira y de la venganza. Sin
embargo, el camino de la venganza no es el camino de Jesús.
El camino de Jesús es radicalmente diferente. Cuando el odio y el
rechazo lo condujeron a la
pasión y a la muerte, él respondió con perdón
y compasión. En el Evangelio de hoy, el Señor nos dice que, al igual
que él, también nosotros podemos encontrar rechazo y obstáculos, sin
embargo él nos dará una sabiduría a la que nadie puede resistir (cf. Lc
21,15).
Está hablando del Espíritu Santo, gracias al cual el amor de Dios
ha sido derramado en nuestros corazones (Rm 5, 5). Con el don de su
Espíritu, Jesús nos hace capaces de ser signos de Su sabiduría, que
vence a la sabiduría de este mundo, y de Su misericordia, que alivia
incluso las heridas más dolorosas.
En la víspera de su pasión, Jesús se entregó a sus apóstoles bajo
los signos del pan y del vino. En el don de la Eucaristía, no sólo
reconocemos, con los ojos de la fe, el don de su cuerpo y de su sangre,
sino que también aprendemos cómo encontrar descanso en sus heridas, y a
ser purificados allí de todos nuestros pecados y de nuestros caminos
errados.
Queridos hermanos y hermanas, que encontrando refugio en las
heridas de Cristo, puedan saborear el bálsamo saludable de la
misericordia del Padre y encontrar la fuerza para llevarlo a los demás,
para ungir cada herida y recuerdo doloroso.
De esta manera, serán testigos fieles de la reconciliación y la
paz, que Dios quiere que reine en todos los corazones de los hombres y
en todas las comunidades.
Sé que la Iglesia en Myanmar ya está haciendo mucho para llevar a
otros el bálsamo saludable de la misericordia de Dios, especialmente a
los más necesitados. Hay muestras claras de que, incluso con medios muy
limitados, muchas comunidades anuncian el Evangelio a otras minorías
tribales, sin forzar ni coaccionar, sino siempre invitando y acogiendo.
En medio de tanta pobreza y dificultades, muchos de vosotros
ofrecen ayuda práctica y solidaridad a los pobres y a los que sufren.
Con el servicio diario de vuestros obispos, sacerdotes, religiosos
y catequistas, y en particular a través de la encomiable labor de la
Catholic Karuna Myanmar y de la generosa asistencia proporcionada por
las Obras Misionales Pontificias, la Iglesia en este país está ayudando a
un gran número de hombres, mujeres y niños, sin distinción de religión u
origen étnico.
Soy testigo de que la Iglesia aquí está viva, que Cristo está vivo
y está aquí con vosotros y con vuestros hermanos y hermanas de otras
comunidades cristianas. Los animo a seguir compartiendo con los demás la
valiosa sabiduría que han recibido, el amor de Dios que brota del
corazón de Jesús.
Jesús quiere dar esta sabiduría en abundancia. Él recompensará
ciertamente vuestra labor de sembrar semillas de curación y
reconciliación en vuestras familias, comunidades y en toda la sociedad
de esta nación.
¿No nos dijo él que nadie se puede resistir a su sabiduría (cf. Lc
21,15)? Su mensaje de perdón y misericordia se sirve de una lógica que
no todos querrán comprender y que encontrará obstáculos.
Sin embargo, Su amor revelado en la cruz, en definitiva, nadie lo
puede detener. Es como un GPS espiritual que nos guía de manera
inexorable hacia la vida íntima de Dios y el corazón de nuestro prójimo.
La Santísima Virgen María siguió a su Hijo hasta la oscura montaña
del Calvario y nos acompaña en cada paso de nuestro viaje terrenal. Que
ella nos obtenga la gracia de ser mensajeros de la verdadera sabiduría,
profundamente misericordiosos con los necesitados, con la alegría que
proviene de encontrar descanso en las heridas de Jesús, que nos amó
hasta el final.
Que Dios los bendiga a todos. Que Dios bendiga a la Iglesia en
Myanmar. Que Él bendiga a esta tierra con su paz. Que Dios bendiga a
Myanmar.
Homilía del Papa Francisco en Myanmar
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