Verdaderos hermanos
Querido hermano Moderador,
queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Los recibo con alegría y agradezco al Moderador por su
significativa intervención y también nuestro encuentro. Vuestra
presencia me ofrece la ocasión de transmitir mis afectuosos saludos a
todos los miembros de la Iglesia de Escocia.
Este encuentro tiene lugar en proximidad del quinto centenario de
la Reforma, a cuya conmemoración me uní un año atrás en Lund.
Agradezcamos al Señor por el gran don de haber podido vivir este año
como verdaderos hermanos, no más como rivales, después de demasiados
siglos de ajenidad y conflicto. Esto ha sido posible, por gracia de
Dios, por el camino ecuménico, que permitió la intensificación de la
comprensión, de la confianza y de la colaboración concreta entre
nosotros. La reciproca purificación de la memoria es uno de los frutos
más significativos de este camino que nos acomuna. Si es verdad que el
pasado en sí es inalterable, es también verdad que hoy nos comprendemos
finalmente a partir de la mirada de Dios sobre nosotros: somos en primer
lugar sus hijos, renacidos en Cristo en el mismo Bautismo, y por eso
hermanos. Por tanto tiempo nos hemos observado a distancia con una
mirada "demasiado humana", alimentando sospechas con la perspectiva
dirigida a las diferencias y a las equivocaciones y el corazón
predispuesto a recriminar acerca de los agravios sufridos.
En el espíritu del Evangelio, continuamos ahora por el camino de
la caridad humilde que lleva a la superación de las divisiones y a la
curación de las heridas. Hemos entrado en un diálogo de comunión, un
diálogo que abraza el lenguaje proprio de quien pertenece a Dios y que
es la condición irrenunciable para la evangelización: ¿cómo podemos
anunciar a Dios amor (cfr. 1 Jn 4,8) si no nos amamos entre nosotros?
Precisamente en Escocia, en Edimburgo, más de cien años atrás, unos
misioneros cristianos tuvieron el coraje de volver a proponer con
renovado impulso la sentida voluntad de Jesús de que "somos una sola
cosa para que el mundo crea" (Jn 17,21). Habían comprendido que el
anuncio y la misión no son plenamente creíbles si no están acompañados
por la unidad. Esto es siempre verdadero, ahora como entonces.
He sabido que en el emblema de la Iglesia de Escocia está
representada la zarza ardiente, ante la cual Moisés tuvo la experiencia
de Dios viviente. Me impresiona el hecho que en este fundamental texto
bíblico el Señor se define, con un nombre que durará en los siglos,
"Dios de sus antepasados" (Ex 3, 15). De tal manera, Él nos llama
también a nosotros a entrar, como hijos y hermanos, en una historia de
relaciones que nos precede, a recibir la vida de fe no de modo aislado y
abstracto, sino en el ámbito de una comunidad concreta, de un
"nosotros", porque nadie se vuelve cristiano por sí mismo y nadie puede
vivir como cristiano sin los demás. Pertenecemos a la familia de los
creyentes, de tantos hermanos y hermanas que han comenzado a caminar en
una vida nueva en el Bautismo (cfr. Ro 6,4) y nos acompañan en el mismo
camino.
Pienso en particular en los cristianos que hoy enfrentan grandes
pruebas, porque sufren y son perseguidos por el nombre de Jesús.
Confiesan la fe, llegan al martirio, son tantos los que llevan una cruz
pesada. Su testimonio nos impone que vayamos adelante, con amor y
coraje, hasta el final. Nuestro diálogo tendiente a la plena unidad,
nuestro testimonio y nuestro servicio común, nuestro compromiso en rezar
los unos por los otros y a superar las heridas del pasado son
respuestas debidas también a ellos, dentro de este grande "nosotros" de
la fe.
Rezo y espero que el camino hacia la unidad visible continúe cada
día y traiga ricos frutos en el futuro, como sucedió en el pasado
reciente. La Iglesia Católica, que en particular a través del Pontificio
Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, lleva
adelante desde hace decenios una fecunda colaboración con la Iglesia de
Escocia y con la Comunión Mundial de las Iglesias Reformadas, desea
continuar a avanzar juntos.
Con gratitud por vuestra presencia aquí y en el camino ecuménico,
pido al Espíritu Santo que refuerce nuestra comunión en Jesucristo, para
la gloria de Dios Padre. Y a Él podemos dirigirnos juntos en la oración
los unos por los otros, Padre Nuestro...
Discurso del Papa en su audiencia a la Iglesia de Escocia
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