Silencio, por favor
El reloj marcaba las cinco y media de la madrugada. Asomada a la
ventada de la cocina con un vaso de agua en la mano, contemplé la luna
llena en todo su esplendor, al tiempo que escuchaba el sonido del
silencio en la gran ciudad.
De vuelta a la cama pensé: “¡Qué bien vendría un gran espacio de
silencio para serenar los ánimos y que pudieran abrirse cauces de
diálogo, de palabra serena!
Necesitamos silencio. Digerir lo que se nos vino encima. Un silencio
reparador del que no pueden estar exentos ni los políticos ni los medios
de comunicación.
No pude volver a dormir… así que me puse a escribir. En mi ayuda vino William Shakespeare: “Aprender a descifrar lo que escribe el silencio, escuchar con los ojos, es la inteligencia del corazón”. Necesitamos este silencio que dices, William, pero no sabemos lo que es.
“Deja hablar a tu corazón, interroga los rostros, no escuches las lenguas…”,
ahora era Umberto Eco el que intentaba espabilar mi ánimo. Pero
resonaban dentro de mí palabras, gritos, discursos, proclamas, abucheos,
sirenas, desprecios, amenazas… Gracias, Umberto, por tu consejo.
Mi corazón dijo: ¡Silencio, por favor! Imaginé plazas y calles
llenas de gentes en silencio, atentos a la escucha sanadora de las no-palabras, no-gritos, no-discursos, no-proclamas, no-abucheos, no-sirenas, no-desprecios, no amenazas…
El silencio mantenido durante un corto espacio de tiempo me provocó un hondo e intenso bostezo reparador.
“Mantener el silencio, ¡qué extraña palabra! Es el silencio el que nos mantiene”, susurró Georges Bernanos cuando pasé al lado de un libro y ojeé al azar unas páginas.
Diste en la clave, Bernanos: es el silencio el que nos mantenía desde
el origen de la humanidad, dando vigor y permanencia, conservando
nuestro ser esencial. El silencio ha desaparecido de nuestras vidas y
andamos encorvados y cayendo en los precipicios que vamos creando.
“Nada ha cambiado tanto la naturaleza del hombre como la pérdida del silencio”, aportó Max Picard a esta extraña conversación.
“Sólo el silencio hace posible la escucha, es decir, la recepción en sí no sólo de la Palabra sino también de Aquel que habla” nos
vino a compartir Enzo Bianchi. Traducido para todos, creyentes y no
creyentes, nos dice que sólo el silencio hace posible la escucha, es
decir, recibir y acoger, dentro de uno mismo, la palabra y a quien la
está emitiendo; esperando que el que habló, escuche después la que
recibirá de quien le ha escuchado.
Recuperemos el silencio en este tiempo convulso, que sea el primer
movimiento que lleve a recuperar el diálogo desde una base sana y
pacificadora.
¡Tomen asiento, mírense a la cara y resuelvan la maraña que envuelve a los de siempre: la gente, todos!
Por Mari Paz López Santos. Publicado en Fe Adulta
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