El amor a Dios y al prójimo son uno
Resulta irónico y cínico que los saduceos, que no creen en la
resurrección, hagan preguntas a Jesús sobre ella y que un doctor de la
Ley le pregunte por el principal mandamiento de ella. Las respuestas que
da Jesús van más allá de las preguntas. De hecho no responde a ellas.
Son preguntas-trampa que Jesús utiliza, con maestría, para exponer su
visión nueva sobre las preocupaciones profundas que las preguntas
encierran. A la pregunta “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de
la Ley? Jesús responde uniendo indisolublemente lo que la Ley dice por
separado en el Deuteronomio y en el Levítico: “Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” y “Amarás a tu
prójimo como a ti mismo”. En esto resume la Ley y los profetas queriendo
decir que esta unión es lo fundamental en la vida.
En esta ocasión, Jesús utiliza la pregunta del doctor de la Ley para
enseñar aspectos fundamentales de su mensaje, de su proyecto de Reino de
Dios. Desde ahí se entiende mejor la respuesta de Jesús. Jesús responde
desde la otra orilla, más allá de la Ley, desde la vida. Más allá del
Deuteronomio y el Levítico. Desde “lo nuevo” de Jesús. Según Jesús lo
principal es: Amar a Dios con todo tu ser y amar al prójimo como a ti
mismo. (Deja para otro momento el decirnos cómo tiene que ser ese amor:
amar como yo os he amado). La Ley y los Profetas se resumen en amar a
Dios y al prójimo. El cómo, el por qué y hasta dónde tengo que amarlos
lo marca Jesús: Como yo os he amado. Y nos lo explica mejor con un caso
práctico: Parábola del samaritano. Ese es el modelo. Hasta ahí el
recorrido del amar según Jesús.
En cristiano, el amor a Dios y al prójimo no son dos mandamientos, no
son dos amores distintos. Los dos son “homoios”. ¡Cuidado con la
traducción! Los dos amores son del mismo rango, de la misma importancia.
Están al mismo nivel. Son idénticos, gemelos, siameses. Son uno,
no-dos. De tal manera que no puedes amar a Dios y no amar al prójimo. O
al prójimo y no a Dios. Que te equivocas si los separas. Que amas a Dios
amando al hermano. Que el “a mí me lo hicisteis” nos lo dice, nos lo
explica. Así nos resulta evidente que quien dice que ama a Dios y no ama
a su hermano es un mentiroso. Al separar lo divino de lo humano hemos
vivido mucho tiempo con una religión cristiana que centraba nuestra
espiritualidad en lo divino. Todo por Dios. Todo en nombre de Dios. La
Encarnación la creíamos pero no sacábamos las consecuencias para nuestro
cotidiano vivir. La conocíamos de memoria pero no la practicábamos. Era
cosa del credo. Era un dogma que creer. No sabíamos cómo aplicar a
nuestra vida esa creencia. Poco a poco vamos intentando ver que la
Encarnación, es decir la humanización de Dios, es otra cosa y que tiene
unas consecuencias “pragmáticas” de amplios vuelos en nuestro ser
cristianos. Entre otras: Porque Dios se encarna en el hombre, en todo
hombre y mujer, el amor de Dios y el amor al prójimo es el mismo. Tú
puedes evaluar claramente tu amor a Dios si lo mides por el respeto,
tolerancia, aceptación, que tienes hacia tu prójimo. Así el amor al
hermano es el termómetro del amor a Dios. A lo invisible por lo visible.
No te despistes. A lo transcendente por lo inmanente.
Además de la Encarnación Jesús nos ha dicho que Dios es amor y que
nosotros somos amor. Porque estamos hechos a imagen y semejanza de Dios.
Y esto sí que cambia todo. Esto sí que es “nuevo”, original, distintivo
de Jesús. Personalmente considero que esta nueva imagen de Dios es la
“revolución copernicana” de la nueva espiritualidad cristiana. El Dios
de Jesús es otro Dios y la antropología cristiana es otra antropología.
Nuestro ser verdadero y profundo es divino, es amor. Ahora entendemos
claramente que el mandamiento principal es amar y amar como Él nos amó.
No somos cualquier amor. Nuestro amor es gratuito, de entrega,
servicial, para el bien, útil, eficiente. Como es el amor de Dios. Como
seres evolutivos que somos, este amor es un proceso humano que se
desarrolla en el tiempo. Nuestra plenitud humana la vamos consiguiendo
en el grado que vamos desarrollando nuestras posibilidades amorosas, de
entrega y servicio a los demás. Por eso el amar a Dios y al prójimo no
es un mandamiento externo, que alguien te obliga a cumplir. Es mucho más
que eso. Es una actitud humana fundamental, es tu “fondo”, tu identidad
verdadera, tu ser más auténtico. Es el sentido de tu vida, la razón de
tu felicidad, es tu plenitud. Por si tienes la tentación de pensar que
esta es sólo una “bella teoría” te propongo que la sometas a
verificación. Ensaya, varias veces, un amor gratuito y servicial a los
que te rodean y luego evalúa los resultados. Enfocada nuestra existencia
desde el “principio amor”, nuestra vida cobra todo su sentido. Nos da
razones para levantarnos cada día con un objetivo a perseguir, con una
meta que alcanzar.
Resumiendo: Iniciamos la reflexión con la premisa: Lo principal en la
vida es amar. Hemos buscado alguna razón que fundamente la premisa y
nos henos detenido en la humanización de Dios y en la revelación de
Jesús sobre la imagen de Dios-Amor. Ahora podemos entender mejor que “Al
atardecer de la vida me examinarán del amor”. Este será el “temario”
del examen final. Tenemos la suerte de que sabemos las preguntas.
Podemos obtener Matrícula de Honor. ¿Cómo? Aprobando cada día la prueba
de oro contestando a la pregunta ¿Cuánto he servido hoy? Te deseo que
seas un alumno aplicado. Tendrá cada día su afán y su alegría.
África de la Cruz. Publicado en Fe Adulta
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