Religiones y espiritualidad en la ciudad multicultural (I)

El retorno de lo sagrado en la sociedad postsecular, en la tardomodernidad o en la sociedad posmoderna es un hecho atestiguado por la mayoría de los estudios sociológicos, filosóficos,
psicológicos y teológicos actuales. Las relaciones entre la modernidad, la postmodernidad y las religiones son mucho más complejas de lo que habían profetizado ciertos teóricos de la secularización que vaticinaban el progresivo declive y desaparición de las religiones en la ciudad secular. El mismo Max Weber cuando visitó Bilbao en 1897 se sorprendió de la fuerte pervivencia de los valores religiosos en una sociedad para entonces ya industrializada. Según Peter Berger las relaciones entre modernidad y religión no han originado un proceso de secularización que lleve a la desaparición progresiva de la religión. Lo que ha acontecido es un incremento del pluralismo religioso y secular y una ruptura de los monopolios de las religiones tradicionales y las ideologías secularista. Por ello, las sociedades multiculturales actuales no pueden ser religiosizadas imperativamente, ni deben ser secularizadas por decreto.
Nos encontramos hoy con una diversidad de corrientes, movimientos y tendencias sincretistas, además de diversas propuestas terapéutico-espirituales, métodos de autoconocimiento y transformación personal, corrientes ecologistas de carácter espiritual que presentan, entre otros rasgos, los siguientes: una desinstitucionalización de la creencia religiosa, donde se da el fenómeno de un creer sin pertenecer y de un pertenecer sin creer así como una itinerancia cosmovisional. Se trata de una religiosidad variopinta y ecléctica como la que discurre por las avenidas de nuestras ciudades. Por ello no es extraño que el Camino de Santiago, la Javierada o santuarios como los de Loyola o Arantzazu, entre otros, reúnan de nuevo a caminantes y peregrinos, de diversas creencias y culturas. Frente a la frialdad de los datos científicos que despojan de halo y encanto el universo, al presentarlo como una fría oquedad medida en millones de galaxias y de espacios interestelares transitados por la desmesura de los años luz, se levantan las voces reencantadoras del universo, que resuenan en gran parte de la literatura ecologista y artística actual. También retornan los fundamentalismos religiosos, caracterizados por un exclusivismo con respecto a las pretensiones de verdad y salvación de la propia tradición; un literalismo en la interpretación de los textos sagrados y una configuración de comunidades de carácter sectario.
Por ello, la situación postsecular y multicultural reclama justamente que el cristianismo y las demás religiones sean respetuosas con la autonomía de las diversas esferas sociales, se acerquen a ellas, las valoren críticamente y les ofrezcan una propuesta razonable de un sentido y un estilo de vida humanizador.

1.- Nuevas formas de religiosidad en la ciudad secular

La secularización de la sociedad y de la cultura actual ha eliminado determinadas formas de presencia de las religiones en la ciudad multicultural. El desencantamiento del mundo, el declive de las experiencias religiosas tradicionales y la pérdida de su relevancia social son hechos innegables, como muy bien ha analizado Charles Taylor en su influyente obra La era secular.

En Euskadi ha descendido la importancia que los vascos conceden a la religión en sus vidas. Según los datos del Sociómetro vasco número 60 de marzo de 2016, un 45% la consideraban muy o bastante importante hace 20 años; actualmente lo hacen un 27%; el 55% de los vascos que se consideran católicos, es 1/3 menos que hace 20 años (era entonces el 82%), aunque también hay cada vez más católicos que creen sin pertenecer y más católicos que pertenecen sin creer. Asimismo, en estos últimos 20 años, han aumentado las personas que se declaran no religiosas o ateas (de un 8% a un 24%) y las indiferentes o agnósticas (de un 7% a un 10%), así como los creyentes de otras religiones (de un 1% a un 6%) y quienes dicen creer en Dios, pero no en las religiones (de un 2% a un 4%).

A pesar de ello, sin embargo, en Euskadi la religión católica sigue siendo con gran diferencia la mayoritaria, con mayoría absoluta (un 55% de la población), en relación con todas las demás religiones, que en su conjunto, suman solo un 6%, como lo evidencia el Sociómetro vasco citado. Además, se observa una cada vez más creciente demanda de espiritualidad. Así se explican, entre otros fenómenos, la fascinación por la meditación oriental, los fenómenos de encuentros masivos con el papa Francisco, el aumento de los nuevos movimientos religiosos y la vuelta a la religiosidad popular. Así se explica también, en una sociedad estresante la demanda de profundidad, de serenidad, de paz y bienestar interior, sea a través de prácticas religiosas o a través de técnicas de relajación o de autoconocimiento, o de fines de semana dedicados al crecimiento personal. Las librerías ofrecen secciones especializadas en libros de autoayuda y literatura espiritual. La mayoría de los best seller tratan temáticas o relatos de carácter religioso, misterioso o sobrenatural. Volviendo a Euskadi, el descenso de la práctica religiosa va unido, sin embargo, a un aumento en el reconocimiento social de instituciones o colectivos católicos como son, entre otros, Cáritas, los centros educativos de Kristau Eskola, Euskalherriko Eskautak o nuestra Universidad de Deusto.

Por ello, diversos autores, como Greeley, Gellner, R. Stark y W.B. Bainbridge, entre otros, hablan de experiencias religiosas de carácter inmanente. O en términos de Luckmann y Bellah asistimos a un desplazamiento de lo sagrado, en forma de “religión invisible” o “implícita”. En cambio, a B. Wilson y S. Bruce no les convence mucho el argumento de las nuevas formas de cultos, ya que para ellos son intentos desesperados de adaptación a un ambiente social cada vez más hostil para la religión. Albert Piette señala la reubicación de las experiencias religiosas de carácter sobrenatural en actividades como la científica, artística o deportiva. Según este autor la sacralidad de actividades como la medicina, la informática, la ecología, el arte, el cine o el deporte se manifiesta, por ejemplo, en una situación de efervescencia colectiva o social (como sucede en los partidos de fútbol o en conciertos multitudinarios). 

Ya decía Pierre de Coubertin, en su redescubrimiento de los juegos olímpicos, que las prácticas deportivas podían ser concebidas como rituales religiosos secularizados, basados en el principio del respeto mutuo. Según este autor, en el deporte se despliega un espíritu de adhesión grupal y comunitaria a un ideal de vida superior, una aspiración a la perfección y a la superación con ascesis, mortificaciones y sacrificios. Asceta y atleta tienen la misma raíz etimológica. En nuestros días la sacralidad no religiosa resulta de un proceso dinámico, en el que intervienen diferentes factores: conjunto sistémico de valores compartidos, proyecto mitológico fundacional, representación de un personaje extraordinario, carga emocional, discurso escatológico, afirmaciones utópicas, valorización de personajes carismáticos, veneración de reliquias o de fetiches, construcción del elemento trascendente a través de diversos mecanismos (rituales de religiones tradicionales, prácticas religiosas alternativas, como espiritismo o teorías como la de la reencarnación). 

Se trata de una religiosidad experiencial, individualista, estético-simbólica, ecléctica, una especie
de ecumenismo envolvente; una religiosidad difusa y fluida; poco estructurada, que pivota en torno a grupos místicos; de reencantamiento holista de la naturaleza y el cosmos, donde se revitalizan actitudes neoesotéricas, alternativas a la cultura predominante funcionalista y desencantada. El sociólogo Raymond Aron hablaba de “religiones seculares”. Este autor propuso esta denominación para referirse a las doctrinas que ocupan el lugar de la fe desvanecida y sitúan, bajo la forma de un orden social que hay que crear, la salvación de la humanidad. Según él no solo habría religión cuando se adora a una divinidad, sino también cuando se ponen todas las fuerzas de la persona al servicio de una causa o de un ser constituido como el fin de los sentimientos y de las acciones. Desde esta perspectiva no pocos de nuestros contemporáneos afirman en sus creencias lo paracientífico, lo desconfesionalizado, lo anárquico, lo no sometido a la dogmatización doctrinal.

En efecto, en la ciudad multicultural hay indiferentes y creyentes; críticos refinados y supersticiosos; fundamentalistas fanáticos y no religiosos. Tenemos una ciencia y técnica con unas capacidades que jamás habíamos soñado, pero sabemos que ahí mismo se esconde el peligro. U. Beck la ha bautizado como la sociedad del riesgo. Este clima de riesgo y de crisis propicia que se acuda a los aledaños del destino y del misterio, de la fortuna y de los poderes ocultos. Corren tiempos de superstición y de magia, de vuelta hacia protecciones celestiales cuando fallan las terrenas. No parece, por tanto, que pueda hablarse de ocaso de la religión en Occidente, pero sí cuando menos de eclipse de lo sagrado, ya que las tradiciones religiosas siguen perdiendo centralidad y relevancia en el conjunto del entramado social. Y en este contexto emergen nuevas formas de religión, así como significativas demandas de espiritualidad. Y ello es así, porque, como dice Salvador Giner, en su reciente obra El porvenir de la religión:
“El hombre cree. Cree en su fe el creyente, en la suya el infiel, en su agnosticismo quien nada dice saber, en su ciencia el científico, en el vacío y ausencia divina el ateo. Hasta el escéptico cree y confía en la bondad del escepticismo".

Por Vicente Vide Rodríguez, catedrático de teología. Lección inaugural del curso de la Universidad de Deusto

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