Educar al humanismo solidario (II)
11. La vocación a la solidaridad llama a las personas del siglo XXI a afrontar
los desafíos de la convivencia multicultural. En las sociedades globales
conviven cotidianamente ciudadanos de tradiciones, culturas, religiones y
visiones del mundo diferentes, y a menudo se producen incomprensiones y
conflictos. En tales circunstancias, las religiones frecuentemente son
consideradas como estructuras de principios y de valores monolíticos,
inflexibles, incapaces de conducir la humanidad hacia la sociedad global. La
Iglesia Católica, al contrario, «no rechaza nada que sea verdadero y santo en
estas religiones» y es su deber «anunciar la cruz de Cristo como signo del amor
universal de Dios y como fuente de toda gracia».
Está también convencida que, en realidad, las dificultades son a menudo el
resultado de una falta de educación al humanismo solidario, basada en la
formación a la cultura del diálogo.
12. La cultura del diálogo no recomienda el simple hablar para conocerse, con el
fin de amortiguar el efecto rechazante del encuentro entre ciudadanos de
diferentes culturas. El diálogo auténtico se lleva a cabo en un marco ético de
requisitos y actitudes formativas como así también de objetivos sociales. Los
requisitos éticos para dialogar son la libertad y la igualdad: los participantes
al diálogo deben ser libres de sus intereses contingentes y deben ser
disponibles a reconocer la dignidad de todos los interlocutores. Estas actitudes
se sostienen por la coherencia con el propio específico universo de valores.
Esto se traduce en la intención general de hacer coincidir acción y declaración,
en otras palabras, de relacionar los principios éticos anunciados (por ejemplo,
paz, equidad, respeto, democracia...) con las elecciones sociales y civiles
realizadas. Se trata de una «gramática del diálogo», como lo indica el Papa
Francisco, que logra «construir puentes [...] y encontrar respuestas a los
desafíos de nuestro tiempo».
13. En el pluralismo ético y religioso, por lo tanto, las religiones pueden
estar al servicio de la convivencia pública, y no obstaculizarla. A partir de
sus valores positivos de amor, esperanza y salvación, en un contexto de
relaciones performativas y coherentes, las religiones pueden contribuir
significativamente a alcanzar objetivos sociales de paz y de justicia. En dicha
perspectiva, la cultura del diálogo afirma una concepción propositiva de las
relaciones civiles. En lugar de reducir la religiosidad a la esfera individual,
privada y reservada, y obligar a los ciudadanos a vivir en el espacio público
únicamente las normas éticas y jurídicas del estado, invierte los términos de la
relación e invita a las creencias religiosas a profesar en público sus valores
éticos positivos.
14. La educación al humanismo solidario tiene la grandísima responsabilidad de
proveer a la formación de ciudadanos que tengan una adecuada cultura del
diálogo. Por otra parte, la dimensión intercultural frecuentemente se
experimenta en las aulas escolares de todos los niveles, como también en las
instituciones universitarias; por lo tanto es desde allí que se tiene que
proceder para difundir la cultura del diálogo. El marco de valores en el cual
vive, piensa y actúa el ciudadano que tiene una formación al diálogo está
sostenido por principios relacionales (gratuidad, libertad, igualdad,
coherencia, paz y bien común) que entran de modo positivo y categórico en los
programas didácticos y formativos de las instituciones y agencias que trabajan
por el humanismo solidario.
15. Es propio de la naturaleza de la educación la capacidad de construir las
bases para un diálogo pacífico y permitir el encuentro entre las diferencias,
con el objetivo principal de edificar un mundo mejor. Se trata, en primer lugar,
de un proceso educativo donde la búsqueda de una convivencia pacífica y
enriquecedora se ancla en un concepto más amplio de ser humano — en su
caracterización psicológica, cultural y espiritual — más allá de cualquier forma
de egocentrismo y de etnocentrismo, de acuerdo con una concepción de desarrollo
integral y trascendente de la persona y de la sociedad.
16. «El desarrollo es el nuevo nombre de la paz», concluía la
Populorum progressio.
Dicha afirmación encontró apoyo y confirmación en las décadas sucesivas,
y se
clarificaron las direcciones del desarrollo sostenible desde el punto de
vista
económico, social y del medioambiente. Desarrollo y progreso, sin
embargo,
siguen siendo descripciones de procesos, no dicen mucho sobre los fines
últimos
del devenir histórico-social. Lejos de exaltar el mito del progreso
inmanente de
la razón y la libertad, la Iglesia Católica relaciona el desarrollo con
el
anuncio de la redención cristiana, que no es una indefinida ni futurible
utopía,
sino que es ya «sustancia de la realidad», en el sentido que por ella
«ya están presentes en nosotros las realidades que se esperan: el todo,
la vida
verdadera».
17. Es necesario, por lo tanto, a través de la esperanza en la salvación, ser
desde ya signos vivos de ella. ¿En el mundo globalizado, cómo puede difundirse
el mensaje de salvación en Jesucristo? «No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor».
La caridad cristiana propone gramáticas sociales universalizantes e inclusivas.
Tal caridad informa las ciencias que, impregnadas con ella, acompañarán al
hombre que busca sentido y verdad en la creación. La educación al humanismo
solidario, por lo tanto, debe partir de la certeza del mensaje de esperanza
contenido en la verdad de Jesucristo. Compete a ella, irradiar dicha esperanza,
como mensaje transmitido por la razón y la vida activa, entre los pueblos de
todo el mundo.
18. Globalizar la esperanza es la misión específica de la educación al humanismo
solidario. Una misión que se cumple a través de la construcción de relaciones
educativas y pedagógicas que enseñen el amor cristiano, que generen grupos
basados en la solidaridad, donde el bien común está conectado virtuosamente al bien de
cada uno de sus componentes, que transforme el contenido de las ciencias de
acuerdo con la plena realización de la persona y de su pertenencia a la
humanidad. Justamente la educación cristiana puede realizar esta tarea primaria,
porque ella «es hacer nacer, es hacer crecer, se ubica en la dinámica de dar la
vida. Y la vida que nace es la fuente desde donde brota más esperanza».
19. Globalizar la esperanza también significa sostener las esperanzas de la
globalización. Por una parte, en efecto, la globalización ha multiplicado las
oportunidades de crecimiento y abrió las relaciones sociales a nuevas e inéditas
posibilidades. Por otro lado, además de algunos beneficios, ella causó
desigualdades, explotación e indujo de manera perversa a algunos pueblos a
padecer una dramática exclusión de los circuitos de bienestar. Una globalización
sin visión, sin esperanza, es decir sin un mensaje que sea al mismo tiempo
anuncio y vida concreta, está destinada a producir conflictos, a generar
sufrimientos y miserias.
Congregación para la Educación Católica
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