Educar al humanismo solidario (I)
1. Hace cincuenta años, con la encíclica
Populorum progressio, la Iglesia
anunciaba a los hombres y a las mujeres de buena voluntad el carácter mundial
que la cuestión social había asumido.
Dicho anuncio no se limitaba a sugerir una mirada más amplia, capaz de abarcar
porciones cada vez más grandes de humanidad, sino que ofrecía un nuevo modelo
ético-social. En ella se debía trabajar por la paz, la justicia y la
solidaridad, con una visión que supiera comprender el horizonte mundial de las
opciones sociales. Los presupuestos de esta nueva visión ética surgieron unos
años antes, en el Concilio Vaticano II, con la formulación del principio de
interdependencia planetaria y del destino común de todos los pueblos de la
Tierra. En los años sucesivos, la
validez explicativa de tales principios encontró numerosas confirmaciones. El
hombre contemporáneo experimentó en muchas ocasiones que lo que ocurre en una
parte del mundo puede afectar a otras, y que nadie puede —a priori—
sentirse seguro en un mundo donde existe sufrimiento o miseria. Si en aquel
momento se intuía la necesidad de ocuparse del bien de los demás como si fuera
el propio, hoy tal recomendación asume una clara prioridad en la agenda política
de los sistemas civiles.
2. La
Populorum progressio, en este sentido, puede ser considerada como
el documento programático de la misión de la Iglesia en la era de la
globalización. La sabiduría que
emana de sus enseñanzas continúa a guiar aún hoy el pensamiento y la acción de
quienes quieren construir la civilización del «humanismo pleno» ofreciendo —en el cauce del principio de subsidiariedad— “modelos practicables
de integración social” surgidos del ventajoso encuentro entre “la dimensión
individual y la comunitaria”.
Esta integración expresa los objetivos de la “Iglesia en salida”, que “acorta
las distancias, se rebaja hasta la humillación si fuera necesario (…), acompaña
la humanidad en todos sus procesos, por duros o prolongados que sean”.
Los contenidos de este humanismo solidario tienen necesidad de ser vividos y
testimoniados, formulados y transmitidos en un mundo marcado por múltiples diferencias culturales, atravesado por
heterogéneas visiones del bien y de la vida y caracterizado por la convivencia
de diferentes creencias. Para hacer posible este proceso —como afirma Papa
Francisco en al encíclica Laudato si' — “es necesario tener presente que los
modelos de pensamiento influyen realmente sobre los comportamientos. La
educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no se preocupa además
por difundir un nuevo modelo respecto al ser humano, a la vida, a la sociedad y
a las relaciones con la naturaleza”.
Con el presente documento la Congregación para la Educación Católica entiende
proponer las líneas principales de una educación al humanismo solidario.
3. El mundo contemporáneo, multifacético y en constante transformación,
atraviesa múltiples crisis. Estas son de distintas naturalezas: crisis
económicas, financieras, laborales; crisis políticas, democráticas, de
participación; crisis ambientales y naturales; crisis demográficas y
migratorias, etc. Los fenómenos producidos por dichas crisis revelan
cotidianamente su carácter dramático. La paz está constantemente amenazada y,
junto a las guerras tradicionales que combaten los ejércitos regulares, se
difunde la inseguridad generada por el terrorismo internacional, bajo cuyos
golpes se producen sentimientos de recíproca desconfianza y odio, favoreciendo
el desarrollo de sentimientos populistas, demagógicos, corriendo el riesgo de
agravar los problemas y fomentando la radicalización del enfrentamiento entre
culturas diferentes. Guerras, conflictos y terrorismo son a veces la causa, a
veces el efecto, de las inequidades económicas y de la injusta distribución de
los bienes de la creación.
4. Estas inequidades generan pobreza, desempleo y explotación. Las estadísticas
de las organizaciones internacionales muestran las connotaciones de la
emergencia humanitaria en acto, que se refiere también al futuro, si medimos los
efectos del subdesarrollo y de las migraciones en las jóvenes generaciones.
Tampoco se encuentran exentas de tales peligros las sociedades
industrializadas, donde aumentaron las áreas de marginalidad.
De particular importancia es el complejo fenómeno de las migraciones, extendido
en todo el planeta, a partir del cual se generan encuentros y enfrentamientos de
civilizaciones, acogidas solidarias y populismos intolerantes e intransigentes.
Nos encontramos ante un proceso oportunamente definido como un cambio epocal.
Este pone en evidencia un humanismo decadente, a menudo fundado sobre el
paradigma de la indiferencia.
5. La lista de problemas podría ser más larga, pero no debemos olvidarnos de las
oportunidades positivas que presenta el mundo actual. La globalización de las
relaciones es también la globalización de la solidaridad. Hemos tenido muchos
ejemplos en ocasión de las grandes tragedias humanitarias causadas por la guerra
o por desastres naturales: cadenas de solidaridad, iniciativas asistenciales y
caritativas donde han participado ciudadanos de todas partes del mundo. Del
mismo modo, en los últimos años han surgido iniciativas sociales, movimientos y
asociaciones, a favor de una globalización más equitativa cuidadosa de las
necesidades de los pueblos con dificultades económicas. Quienes instauran muchas
de estas iniciativas —y participan en ellas— son frecuentemente ciudadanos de
las naciones más ricas que, pudiendo disfrutar de los beneficios de las
desigualdades, luchan a menudo por los principios de justicia social con
gratuidad y determinación.
6. Es paradójico que el hombre contemporáneo haya alcanzado metas importantes en
el conocimiento de las fuerzas de la naturaleza, de la ciencia y de la técnica
pero, al mismo tiempo, carezca de una programación para una convivencia pública
adecuada, que haga posible una existencia aceptable y digna para cada uno y para
todos. Lo que tal vez falta aun es un desarrollo conjunto de las oportunidades
civiles con un plan educativo que pueda transmitir las razones de la cooperación
en un mundo solidario. La cuestión social, como dijo
Benedicto XVI, es ahora una
cuestión antropológica, que
implica una función educativa que no puede ser postergada. Por esta razón, es
necesario «un nuevo impulso del pensamiento para comprender mejor lo que implica ser una
familia; la interacción entre los pueblos del planeta nos urge a dar ese
impulso, para que la integración se desarrolle bajo el signo de la solidaridad en vez del de la marginación».
7. «Experta en humanidad», como subrayó hace cincuenta años la
Populorum progressio , la
Iglesia tiene ya sea la misión que la experiencia para indicar itinerarios
educativos idóneos a los desafíos actuales. Su visión educativa está al servicio
de la realización de los objetivos más altos de la humanidad. Dichos objetivos
fueron evidenciados con visión de futuro en la Declaración conciliar
Gravissimum educationis: el desarrollo armonioso de las capacidades físicas,
morales e intelectuales, finalizadas a la gradual maduración del sentido de
responsabilidad; la conquista de la verdadera libertad; la positiva y prudente
educación sexual. Desde esta
perspectiva, se intuía que la educación debía estar al servicio de un nuevo
humanismo, donde la persona social se encuentra dispuesta a dialogar y a
trabajar para la realización del bien común.
8. Las necesidades indicadas en la
Gravissimum educationis siguen siendo
actuales. A pesar que las concepciones antropológicas basadas en el
materialismo, el idealismo, el individualismo y el colectivismo, viven una fase
de decadencia, todavía ejercen una cierta influencia cultural. A menudo ellas
entienden la educación como un proceso de adiestramiento del individuo a la vida
pública, en la que actúan las diferentes corrientes ideológicas, que compiten
entre sí por la hegemonía cultural. En este contexto, la formación de la persona
responde a otras exigencias: la afirmación de la cultura del consumo, de la
ideología del conflicto, del pensamiento relativista, etc. Es necesario, por lo
tanto, humanizar la educación; es decir, transformarla en un proceso en el cual
cada persona pueda desarrollar sus actitudes profundas, su vocación y contribuir
así a la vocación de la propia comunidad. “Humanizar la educación”
significa poner a la persona al centro de la educación, en un marco de
relaciones que constituyen una comunidad viva, interdependiente, unida a un
destino común. De este modo se cualifica el humanismo solidario.
9. Humanizar la educación significa, también, reconocer que es necesario
actualizar el pacto educativo entre las generaciones. De manera constante, la
Iglesia afirma que «la buena educación de la familia es la columna vertebral del
humanismo» y desde allí se
propagan los significados de una educación al servicio de todo el cuerpo social,
basada en la confianza mutua y en la reciprocidad de los deberes.
Por estas razones, las instituciones escolares y académicas que deseen poner a
la persona al centro de su misión son llamadas a respetar la familia como
primera sociedad natural, y a ponerse a su lado, con una concepción correcta de
subsidiariedad.
10. Una educación humanizada, por lo tanto, no se limita a ofrecer un servicio
formativo, sino que se ocupa de los resultados del mismo en el contexto general
de las aptitudes personales, morales y sociales de los participantes en el
proceso educativo. No solicita simplemente al docente enseñar y a los
estudiantes aprender, más bien impulsa a todos a vivir, estudiar y actuar en
relación a las razones del humanismo solidario. No programa espacios de división
y contraposición, al contrario, ofrece lugares de encuentro y de confrontación
para crear proyectos educativos válidos. Se trata de una educación —al mismo
tiempo— sólida y abierta, que rompe los muros de la exclusividad, promoviendo
la riqueza y la diversidad de los talentos individuales y extendiendo el
perímetro de la propia aula en cada sector de la experiencia social, donde la
educación puede generar solidaridad, comunión y conduce a compartir.
Congregación para la Educación Católica de la Santa Sede
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