¿Por qué dudar en denunciar la persecución anticristiana?

El pasado jueves, la secretaría de Estado de Estados Unidos publicó su último informe anual sobre el estado internacional de la libertad religiosa. El informe puso a la luz la persecución y el odio contra diversas minorías religiosas en el mundo, incluidos los cristianos.

El informe me hizo meditar sobre por qué los cristianos a veces parecemos dubitativos a la hora de alzar nuestras voces contra tales atrocidades.

He estado escribiendo y hablando sobre la persecución anticristiana durante algún tiempo, incluido mi libro de 2013 La guerra global contra los cristianos. Una pregunta frecuente que me encuentro, más veces de las que podría contar, es esta: "¿Por qué hablas solo de los cristianos? ¿No es esa una visión estrecha y confesional? ¿No deberíamos preocuparnos por todos?"

Tales preguntas surgen de la noble verdad de que la Iglesia no existe para centrarse en sus propios intereses sino en el bien de todos y la respuesta es que, por supuesto, debemos preocuparnos por todos.

Sin embargo, hay un matiz importante.

La mayor parte de los judíos que conozco se oponen fuertemente a la intolerancia contra cualquiera, pero sienten una reacción especial, visceral, cuando la víctima es un compañero judío. La mayoría de los musulmanes que conozco no quieren a nadie oprimido, pero se ven especialmente compelidos por la islamofobia. Fuera de los límites de la religión, muchas mujeres se consideran muy preocupadas por la misoginia, la violencia de género y la vulneración de los derechos de la mujer, numerosos gays se muestran muy vigilantes sobre la homofobia, muchas personas de color están particularmente preocupadas por el racismo, y así podríamos seguir.

En todos estos casos, los demás no solo comprendemos su reacción, sino que la aplaudimos.  Animamos a los miembros de estas comunidades a hablar alto, queremos escuchar lo que tienen que decir y sabemos que necesitamos su testimonio para concienciarnos sobre hechos a los que de otra forma difícilmente prestaríamos atención.

¿Por qué debería ser diferente cuando se trata de la persecución anticristiana? Ciertamente, no cabe utilizar el argumento de que los cristianos no lo pasan tan mal. Hablando en términos globales, los cristianos son la comunidad religiosa más oprimida del planeta. Ya es convencional la estimación de que hay 200 millones de cristianos que viven cada día bajo la amenaza de la agresión física, la detención, la tortura, incluso la muerte, simplemente por sus creencias religiosas.

He pasado algún tiempo con mujeres cristianas empobrecidas y analfabetas de la India, cuyos maridos habían sido asesinados de las formás más grotescas imaginables por extremistas hindúes. He estado cara a cara con cristianos de Nigeria cuya familia había sido rota por militantes de Boko Haram, incluida una mujer gravemente herida que había perdido a su esposo y a tres de sus cinco hijos por una bomba el día de Navidad.

He pasado tiempo con cristianos egipcios que han sido secuestrados, torturados y humillados por terroristas islamistas, incluido un doctor copto que había sido llevado al desierto durante meses y azotado repetidamente por negarse a aceptar el Islam. He hablado con cristianos de Colombia amenazados, secuestrados y heridos por fuerzas paramilitares de derechas y de izquierdas durante la larga guerra civil, incluso un obispo católico que tuvo que parar nuestra entrevista porque no podía dejar de sollozar.

En otras partes del mundo he encontrado a personas que han experimentado persecución a manos de una gran variedad de otros actores -incluido, a veces, otros cristianos-.

No es aceptable decir que estas personas no necesitan atención porque el cristianismo es rico, poderoso y privilegiado. Sea o no verdad en algunos lugares, desde luego no lo es respecto a las personas con las que me he encontrado, que generalmente son pobres, marginadas e indefensas.

Tampoco es justo decir que los cristianos no deberíamos quejarnos porque somos culpables de abusos, como las Cruzadas o la Inquisición. ¿Qué tiene que ver la pobre mujer enlutada que conocí en Nigeria con eso?

Por último, es hipócrita afirmar que la persecución anticristiana no es sino una cortina de humo
de los más conservadores, para hacer avanzar posturas controvertidas en las guerras culturales de Occidente. Piensa lo que quieras al respecto, pero te aseguro que la inmensa mayoría de los cristianos que sufren en este mundo ni siquiera saben que existen tales "guerras culturales".

¿Son los cristianos los únicos en peligro? Por supuesto, no. Para ser creible, ¿un testimonio cristiano en defensa de la libertad religiosa tiene que aplicarse a todos, sin excepción? De nuevo, por supuesto.

¿Pero debería ser aceptable que los cristianos sientan una empatía especial, visceral, por otros cristianos, porque nuestra fe dice que somos miembros del Cuerpo de Cristo? Una vez más, por supuesto.

En la Primera Carta a los Corintios, San Pablo escribió: "Si una parte del Cuerpo sufre, todas las partes sufren con él; si una parte es honrada, todas las partes comparten su alegría". Esto o bien es simplemente retórica piadosa, o bien para los cristianos realmente significa algo, y si lo hace, dedicar energías a la defensa de nuestros hermanos cristianos no es confesionalismo, es compasión, en el sentido literal de la palabra, "padecer con" alguien.

Tal vez es hora de que los cristianos bienintencionados abandonen la ambivalencia que a veces sienten sobre subrayar la persecución anticristiana como una realidad a gran escala en el mundo de hoy.

No tiene que ser a costa de nuestro compromiso con otros. A fin de cuentas, si nosotros, cristianos acomodados y cultos no hablamos, ¿quién lo hará?

Por John Allen. Traducido de Crux

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