Pedro, entre Dios y Satanás
El evangelio de este domingo y el del siguiente forman un díptico
indisoluble. En el de hoy, Pedro recibe una revelación de Dios y una
misión. En el siguiente, se convierte en portavoz de Satanás. De este
modo, Mateo deja claro que lo importante es la misión recibida, no la
santidad del receptor.
El evangelio de este domingo se divide en tres partes: 1) lo que
piensa la gente a propósito de Jesús; 2) lo que afirma Pedro; 3) las
promesas de Jesús a Pedro.
1. Lo que piensa la gente
Camino de Cesarea de Filipo, muy al norte de Israel, Jesús pregunta a
sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?» La
expresión aramea bar enosh, podríamos traducirla con minúscula y con mayúscula.
Con minúscula, «hijo del hombre», significa «este hombre», «yo», y es
frecuente en boca de Jesús para referirse a sí mismo. Por ejemplo: «Las
zorras tienen madrigueras, las aves del cielo nidos, pero el hijo del hombre [este
hombre] no tiene dónde recostar la cabeza» (Mt 8,20); «El hijo del
hombre [este hombre, yo] tiene autoridad en la tierra para perdonar los
pecados» (Mt 9,6), etc.
Con mayúscula, «Hijo del Hombre», hace pensar en un salvador futuro,
extraordinario. «Os aseguro que no habréis recorrido todas las ciudades
de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre» (Mt 10,23); «El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles para que recojan de su reino todos los escándalos y los malhechores» (Mt 13,41); «El Hijo del Hombre ha de venir con la gloria de su Padre y acompañado de sus ángeles» (Mt 16,27).
La gente que escuchaba a Jesús podía sentirse desconcertada. Cuando
usaba la expresión «el Hijo del Hombre», ¿hablaba de sí mismo, de un
salvador futuro o de un gran personaje religioso? Por eso no extrañan
las respuestas que recogen los discípulos. Para unos, el Hijo del Hombre
es Juan Bautista; para otros, de mayor formación teológica, Elías,
porque está profetizado que volverá al final de los tiempos; para otros,
no sabemos por qué motivo, Jeremías o alguno de los grandes profetas.
Lo común a todas las respuestas es que ninguna identifica al Hijo del
Hombre con Jesús, y todas lo identifican con un profeta, pero un profeta
muerto, bien hace nueve siglos (Elías) o recientemente (Juan Bautista).
Es obvio que Jesús no se explicaba en este caso con suficiente claridad
o era intencionadamente ambiguo.
2. Lo que afirma Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Estamos tan acostumbrados a escuchar la respuesta de Pedro que nos
parece normal. Sin embargo, de normal no tiene nada. Los grupos que
esperaban al Mesías lo concebían como un personaje extraordinario, que
traería una situación maravillosa desde el punto de vista político
(liberación de los romanos), económico (prosperidad), social (justicia) y
religioso (plena entrega del pueblo a Dios). Jesús es un galileo mal
vestido, sin residencia fija, que vive de limosna, acompañado de un
grupo de pescadores, campesinos, un recaudador de impuestos y diversas
mujeres. Para confesarlo como Mesías hace falta estar loco o tener una
inspiración divina.
3. Las promesas de Jesús a Pedro
Esta tercera parte es exclusiva de Mateo. En los evangelios de Marcos
y Lucas, el pasaje de la confesión de Pedro en Cesarea de Felipe
termina con las palabras: "Prohibió terminantemente a los discípulos
decirle a nadie que él era el Mesías". Sin embargo, Mateo introduce aquí
unas palabras de Jesús a Pedro.
Comienzan con una bendición, que subraya la importancia del título de
Mesías que Pedro acaba de conceder a Jesús. No es un hereje ni un loco,
sus palabras son fruto de una revelación del Padre. Nos vienen a la
memoria lo dicho en 11,25-30: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y
aquel a quien el Padre se lo quiere revelar".
Basándose en esta revelación, no en los méritos de Pedro, Jesús le
comunica unas promesas: 1) sobre él, esta roca, edificará su Iglesia; 2)
le dará las llaves del Reino de Dios; 3) como consecuencia de lo
anterior, lo que él decida en la tierra será refrendado en el cielo.
Las afirmaciones más sorprendentes son la primera y la tercera. En el
AT, la "roca" es Dios. En el NT,
la imagen se aplica a Jesús. Que el
mismo Jesús diga que la roca es Pedro supone algo inimaginable, que
difícilmente podrían haber inventado los cristianos posteriores. (La
escapatoria de quienes afirman que Jesús, al pronunciar las palabras "y
sobre esta piedra edificaré mi iglesia" se refiere a él mismo, no a
Pedro, es poco seria).
La segunda afirmación ("te daré las llaves del Reino de Dios") se
entiende recordando la promesa de Is 22,22 al mayordomo de palacio
Eliaquín, tema de la primera lectura de hoy: "Colgaré de su hombro la
llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él
cierre nadie lo abrirá". Se concede al personaje una autoridad absoluta
en su campo de actividad. Curiosamente, el texto de Mateo cambia de
imagen, y no habla luego de abrir y cerrar sino de atar y desatar. Pero
la idea de fondo es la misma.
El texto contiene otra afirmación importantísima: la intención de
Jesús de formar una nueva comunidad, que se mantendrá eternamente. Todo
lo que se dice a Pedro está en función de esta idea.
¿Por qué pone de relieve Mateo este papel de Pedro? ¿Le guía una
intención eclesiológica, para indicar cómo concibe Jesús a su comunidad?
¿O tienen una finalidad mucho más práctica? Ambas ideas no se excluyen,
y la teología católica ha insistido básicamente en la primera: Jesús,
consciente de que Su comunidad necesita un responsable último,
encomienda esta misión a Pedro y a sus sucesores.
Es posible que haya también de fondo una idea más práctica,
relacionada con el papel de Pedro en la iglesia primitiva. Uno de los
mayores conflictos que se plantearon desde el primer momento fue el de
la aceptación o rechazo de los paganos en la comunidad, y las
condiciones requeridas para ello. Los Hechos de los Apóstoles dan
testimonio de estos problemas. En su solución desempeñó un papel capital
Pedro, enfrentándose a la postura de otros grupos cristianos
conservadores (Hechos 10-11; 15). En aquella época, en la que Pedro no
era "el Papa", ni gozaba de la "infalibilidad pontificia", las palabras
de Mateo suponen un espaldarazo a su postura en favor de los paganos.
"Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en
la tierra quedará desatado en el cielo". Es Pedro el que ha recibido la
máxima autoridad y el que tiene la decisión última.
Apéndice 1. El papel de Pedro en la iglesia primitiva
Un detalle común a las más diversas tradiciones del Nuevo Testamento
es la importancia que se concede a Pedro. El dato más antiguo y valioso,
desde el punto de vista histórico, lo ofrece Pablo en su carta a los
Gálatas, donde escribe que tres años después de su conversión subió a
Jerusalén «a conocer a Cefas [Pedro] y me quedé quince días con él»
(Gálatas 1,18). Este simple detalle demuestra la importancia excepcional
de Pedro. Y catorce años más tarde, cuando se plantea el problema de la
predicación del evangelio a los paganos, escribe Pablo: «reconocieron
que me habían confiado anunciar la buena noticia a los paganos, igual
que Pedro a los judíos; pues el que asistía a Pedro en su apostolado con
los judíos, me asistía a mí en el mío con los paganos» (Gálatas 2,7).
Esta primacía de Pedro queda reflejada en diversos episodios de los
distintos evangelios. Basta recordar el triple encargo («apacienta mis
corderos», «apacientas mis ovejas», «apacientas mis ovejas») en el
evangelio de Juan (21,15-17), equivalente a lo que acabamos de leer en
Mateo.
Lo mismo ocurre en los Hechos de los Apóstoles. Después de la
ascensión, es Pedro quien toma la palabra y propone elegir un sustituto
de Judas. El día de Pentecostés, es Pedro quien se dirige a todos los
presentes. Su autoridad será decisiva para la aceptación de los paganos
en la Iglesia (Hechos 10-11). Este episodio capital es el mejor ejemplo
práctico de la promesa: «lo que ates en la tierra quedará atado en el
cielo».
Apéndice 2. Mateo: ¿falsario o teólogo?
Lo anterior ayuda a responder una pregunta elemental desde el punto
de vista histórico: si las promesas de Jesús a Pedro sólo se encuentran
en el evangelio de Mateo, ¿no serán un invento del evangelista? Así
piensan muchos autores.
Pero el término «invento» se presta a confusión, como si todo lo que
se cuenta fuera mentira. Los escritores antiguos tenían un concepto de
verdad histórica muy distinto del nuestro, como he intentado demostrar
en mi libro Satán contra los evangelistas. Para nosotros, la
verdad debe ir envuelta en la verdad. Todo, lo que se cuenta y la forma
de contarlo, debe ser cierto (esto en teoría, porque infinitos libros de
historia se presentan como verdaderos, aunque mienten en lo que cuentan
y en la forma de contarlo). Para los antiguos, la verdad se podía
envolver en un ropaje de ficción.
La verdad, testimoniada por autores tan distintos como Pablo, Juan,
Lucas, Marcos, es que Pedro ocupaba un puesto de especial
responsabilidad en la iglesia primitiva, y que ese encargo se lo había
hecho el mismo Dios, como reconocen Pablo y Juan. Lo único que hace
Mateo es envolver esa verdad en unas palabras distintas, quizá
inventadas por él, para dejar claro que la primacía de Pedro no es
cuestión de inteligencia, ni de osadía, se debe a una decisión de Jesús.
Y para corroborar que no son los méritos de Pedro, añade el episodio
que leeremos el próximo domingo.
José Luis Sicre. Publicado en Fe Adulta
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