No tomarás el nombre de Dios en vano
La palabra “protestante” generalmente es malentendida. La protesta de
Martin Lutero que condujo a la reforma protestante no fue de hecho,
contra la Iglesia Católica Romana, propiamente entendida, fue una
protesta por Dios. Dios, en la visión de Lutero estaba siendo manipulado
para servir a los intereses humanos y a los propios intereses de la
Iglesia. Su protesta fue un alegato por respetar la transcendencia de
Dios.
Hoy necesitamos hacer una nueva protesta, un nuevo alegato, uno fuerte,
por ligar a Dios y a nuestras iglesias con la intolerancia, la
injusticia, el fanatismo, la violencia, el terrorismo, el racismo, el
sexismo, la rigidez, el dogmatismo, el anti erotismo, la homofobia, el
corporativismo, la seguridad para los ricos, la ideología de todas las
clases y simplemente la estupidez.
En sus propias palabras: porque “los blancos que ponen bombas en las
iglesias y asesinan niñas pequeñas, los que dispararon a chicos de
color, los que golpeaban con palos a manifestantes de color desarmados
en voz alta se declaraban orgullosos cristianos. El Ku Klux Klan eran
orgullosos cristianos. No podía sentir lealtad por una religión con
tantos seguidores malvados. Si que era consciente de que el Reverendo
Doctor Martin Luther King, Jr, era también un orgulloso cristiano, como
lo eran muchos de los lideres pro derechos civiles. El entrenador Wooden
fue un devoto cristiano. El movimiento pro derechos civiles estaba
apoyado por muchos valientes blancos cristianos que marcharon mano con
mano con los negros. Cuando el KKK atacaba, pegaban con más dureza a los
blancos que eran por ellos considerados traidores a la raza. No condenó
la religión, sino que definitivamente se sintió expulsado de ella.
Su historia es únicamente una historia más y por propio reconocimiento
tiene otra cara, pero es muy ilustrativa. Es fácil ligar a Dios con
cosas equivocadas. El cristianismo, por supuesto, no es el único culpable. Hoy, por ejemplo, vemos quizás peores ejemplos de ligar a Dios
con el mal en la violencia de ISIS y otros grupos terroristas que
asesinan, aleatoria y brutalmente en el nombre de Dios. Puedes estar
seguro que las últimas palabras pronunciadas, en un ataque suicida que mata gente inocente, son “¡Dios es grande!”. ¡Que
horrible decir algo así en el justo momento en que uno está cometiendo
un asesinato¡, ¡Haciendo algo tan impío en el nombre de Dios!
E incluso nosotros mismos hacemos lo mismo en formas sutiles, a saber,
justificando lo impío (violencia, injusticia, desigualdad, pobreza,
intolerancia, fanatismo, racismo, sexismo, abuso de poder, y la riqueza
privilegiada) apelando a nuestra religión. Silenciosamente,
inconscientemente, ciegos, asentados en un sentido de lo correcto y lo
erróneo coloreado por el propio interés, nos damos a nosotros mismos el
permiso divino a vivir y actuar de maneras que son antitéticas con la
mayoría de lo que Jesús enseñó.
Podemos protestar, diciendo que somos sinceros, pero la sinceridad por
sí misma no es un criterio moral o religioso. Sinceramente puede, y a
menudo así es, ligar a Dios con lo impío y justificar el mal en el
nombre de Dios: la gente que dirigía la Inquisición era sincera, los
racistas son sinceros; aquellos que protegían a sacerdotes pedófilos
eran sinceros, los sexistas son sinceros, los
fanáticos son sinceros, los ricos defendiendo sus privilegios son
sinceros; oficinas eclesiales haciendo daño, decisiones pastorales
desafiando el evangelio que impiden a gente el acceso a la Iglesia son
muy sinceras y están motivadas evangélicamente; y todos nosotros,
cuando juzgamos a otros lo que Jesus nos dijo una y otra vez que no
hiciéramos, son sinceros. Pero todos nosotros pensamos que estamos
haciendo todo esto por el bien, por Dios.
Sin embargo, en muchas de nuestras acciones estamos ligando a Dios y a
la Iglesia con la estrechez, la intolerancia, la rigidez, el sexismo, el
favoritismo, el legalismo, el dogmatismo y la estupidez. Y nos
preguntamos por qué muchos de nuestros hijos no van a la Iglesia y
luchan con la religión.
El Dios que Jesús revela es la antítesis de gran parte de lo religioso,
triste pero verdadero. El Dios que Jesús revela es un Dios generoso, un
Dios que no es tacaño; un Dios que quiere la salvación para todos, que
ama todas las razas y todas las gentes igualmente; un Dios con un amor
preferencial por los pobres; un Dios que crea los dos géneros en
igualdad; un Dios que se opone al poder mundial y al privilegio. El Dios
de Jesucristo es un Dios de compasión, empatía y perdón, un Dios que
reclama que el espíritu está por encima de la ley, el amor sobre el
dogma, el perdón sobre la justicia jurídica. Y muy importante, el Dios a
quien Jesús encarna no es estúpido, pero es un Dios cuya inteligencia
no se ve amenazada por la ciencia, y un Dios que no condena ni envía a
gente al infierno de acuerdo con nuestros limitados juicios humanos.
Lamentablemente, demasiado a menudo este no es el Dios de la religión,
de nuestras iglesias, de nuestra espiritualidad, o de nuestras
conciencias privadas.
Dios no es estrecho, estúpido, legalista, fanático, racista, violento, y
vengativo, es tiempo de que paremos de ligar a Dios con este tipo de
cosas.
Por Ron Rolheiser. Publicado en Ciudad Redonda.
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