¿Cadáveres que contradicen a Dios?
El periódico El País de ha publicado un interesante trabajo de N. Domínguez titulado: Los cadáveres que contradicen a Dios con su ADN (con el subítulo: El análisis genético demuestra que la civilización que inventó uno de los primeros alfabetos no fue exterminada como se pensaba.
(En el fondo estaría el hecho de que la Biblia no tenía razón al decir
que los judíos mataron a todos los cananeos, como deberían haber hecho
según la Biblia y ... no sé si eso sería una buena o mala noticia).
El trabajo científico donde se fundamenta Domínguez ha sido escrito por M. Haber y otros, Continuity
and Admixture in the Last Five Millennia of Levantine History from
Ancient Canaanite and Present-Day Lebanese Genome Sequences
(Continuidad y mezclas en las secuencias de genoma a lo largo de cinco
milenios de la historia del Levante, desde los antiguos cananeos hasta
los libaneses de la actualidad), publicado en The American Journal of
Human Genetics (2017), http://dx.doi.org/10.1016/j.ajhg.2017.06.013 (cf. también http://www.cell.com/ajhg/pdf/S0002-9297(17)30276-8.pdf).
Agradezco la refeencia a A. Furlani. Él me ha indicado la distinción
entre el trabajo original de M. Haber (preciso, substancial) y la
aplicación de N. Domínguez, con su atrevida "inferencia" sobre los
cadáveres y Dios.
El argumento de este último trabajo (cuya lectura recomiendo, a
pesar de todo, a mis amigos) se resume en tres ideas, que pueden
resumirse así:
a) El análisis del ADN de una serie de restos humanos de Sidón (actual Fenicia), enterrados hace unos 3600 años (hacia el 1600 a.C.), muestra que ellos son de antepasados genéticos de los actuales fenicios (libaneses).
b) Las leyes del “herrem” de la Biblia piden a los invasores israelitas de los años 1300/1200 a.C. que maten a todos los cananeos, entre los cuales se encontraban los fenicios, cosa que los israelitas habrían cumplido a rajatabla.
c) Eso significa que los israelitas no cumplieron las leyes de la Biblia… y que lo que dice la Biblia es mentira (pues ella afirma que los mataron)
El trabajo de Domíngues resulta (¿voluntariamente?) ambiguo
(sensacionalista), pero me ofrece la ocasión para presentar tres
objeciones de base y para desarrollar luego el apasionante problema del
exterminio o no exterminio de los “cananeos” (¡palestinos!) del tiempo
de la primera entrada de los israelitas en la tierra de Canaán/Palestina (un tema que sigue siendo esencial para la misma existencia y política actual de Israel en Palestina/Canaán).
A) La Biblia no manda aniquilar en ningún lugar a los cananeos sidonios (fenicios),
sino (al menos en un plano) a los de la tierra de Canaán. De los
fenicios, y en especial de los sidonios (y de los tirios) hablan con
admiración muchos textos históricos y proféticos de la Biblia.
B) Cuando la biblia dice que los cananeos de la tierra estricta
de Canaán (Palestina, el Israel actual) han de ser "aniquilados" (según
la ley del herrem, que seguiré estudiando) lo dice en un contexto
teológico-simbólico que debe precisarse bien. No se puede entender
ese mandato de un modo puramente “físico” (se trata más bien de superar
una cultura que iba en contra del ideal de la alianza de Israel). Por
otra parte, la misma Biblia sabe que los israelitas no cumplieron de un
modo físico ese mandato (formulado, por otra parte, en un momento
posterior a los hechos).
C) La historia real de la conquista de Canaán por los
hebreos/israelitas (fundada en un estudio crítico de la Biblia) muestra
que ni Dios mandó matar físicamente a los cananeos... y que hecho la mayoría de los cananeos se fusionaron con los hebreos (que son cananeos que entraron en la alianza de Israel).
Quien quiera entrar en la temática de fondo (¡extraordinarimente
importante para el estudio de la continuidad/discontinuidad humana en el
entorno de la historia bíblica) deberá centrarse en el trabajo de M.
Haber y compañeros (arriba citado). Un trabajo excepcional, que merece
toda mi admiración.
De todas formas, agradezco también la "incursión un poco diletante
de N. Domínguez en el País... y a partir de ella me atrevo a formular el
tema de la "conquista" antigua de Canaán por los israelitas de un modo
históricamente más preciso.
El tema es antiguo… Han pasado desde entonces más de 300 años, pero
sigue siendo plenamente actual, como verá quien siga leyendo.
1. CONQUISTA DE LA TIERRA. UNA REVOLUCIÓN PARA LA LIBERTAD (JOSUÉ, JUECES)
La tradición predominante de la Escuela Deuteronomista, tal como ha sido evocada por el libro de los Jueces, desarrolla un modelo simbólico de conquista militar sagrada de la tierra: Tras
haber vagado cuarenta años por los desiertos del Sur de Palestina (en
la zona del Sinaí), las tribus hebreas, convertidas ya en pueblo de
Israel y dirigidas por un caudillo guerrero (Josué), penetraron de
manera militar en Palestina, dirigidas por Josué. Dios mismo avaló (y
dirigió) esa conquista militar violenta y siguió protegiendo a los reyes
posteriores de Israel, empezando por David.
Ese esquema “oficial” tiene ciertamente su valor, pero otros
datos de la misma Biblia, interpretados desde su trasfondo
histórico-literario, nos obligan a matizarlo, pues el mismo
libro de los Jueces (y el conjunto de la historia bíblica) nos hace
interpretar de otra manera el origen de Israel en Palestina, ayudándonos
a entender y planear mejor nuestra propia historia. Éstos son los dos
modelos principales que pueden ayudarnos a entender de un modo militar y
socio-económico la entrada de Israel en Palestina:
1. Invasión y transformación económico-social, el triunfo de los marginados.
Conforme a este modelo, el pueblo de Israel se fue formando en la
misma Palestina, al menos parcialmente, a partir de grupos de emigrantes
que llegaron de manera pacífica, tal como puede aún descubrirse en las
diversas tradiciones patriarcales, ligadas a los nombres de Abrahán,
Isaac y Jacob, cuyo recuerdo se conservaba en diversos santuarios
(Hebrón, Betel, Berseba, etc.) donde se decía que Dios les había
prometido tierra y descendencia numerosa.
En esa línea, muchos investigadores y exegetas han interpretado
el surgimiento de Israel como efecto de una emigración pacífica de
nómadas que, llegando del desierto oriental (de las zonas pobres del
entorno), ocuparon los huecos montañosos y las zonas más deshabitadas de
la tierra, creando en ellas una “cultura alternativa”, una
sociedad sin ciudades militarizas, sin ejército unitario, sin grandes
riquezas (sin un sistema capitalista). Ésta sería la historia que
subyace en los relatos patriarcales.
Más que un choque armado o una invasión militar de los “hebreos” (venidos desde fuera, con un ejército y una economía propia) habría
existido un proceso de sedentarización pacífica. Los “invasores”, que
eran emigrantes seminómadas pobres (pastores, extranjeros, exilados…), empezaron realizando los trabajos más duros de la tierra, como criados o siervos al servicio de los ricos cananeos.
Ciertamente eran pobres, en sentido material, y vivían en las zonas
marginadas de Palestina, pero crearon instituciones de ayuda mutua y
desarrollaron un ideal y programa comunitario de propiedad de los
bienes, mientras las ciudades militarizadas de Canaán, insertas en un
sistema comercial capitalista (entre Fenicia y Egipto), se fueron
degradando y destruyendo, a causa de su mismo tipo de vida comercial,
militarista, que exigía mucho dinero.
De esa manera, en el momento en que el sistema “capitalista”
egipcio-fenicio (centrado en el imperio militar y en un tipo de mercado
monetario) iba perdiendo su fuerza, porque resultaba incapaz de
responder a los nuevos retos económico-sociales, estos hebreos,
materialmente “pobres” pero ricos en cultura de fraternidad, terminaron
extendiendo su experiencia de vida fraterna, en un plano social y religioso (sin tener que imponerla de un modo militar).
En un momento dado (entre el siglo XII y el X a.C.), con la caída
sociopolítica de los estados cananeos, los israelitas de la montaña,
que eran por entonces la minoría más concientizada y creadora de la
población, dirigidos por la fe en un Dios Yahvé, Señor del Pacto,
pudieron vincular a la mayoría de los habitantes (tribus, ciudades) de
la tierra palestina, formando así su propio Estado con Saúl, hacia el
1020 a. C. Ésta sería una de las bases de la gran “revolución yahvista”.
2. Conquista guerrera, triunfo de los soldados hebreos (=judíos).
A pesar de ello, desde su propia perspectiva simbólica, los libros
“oficiales” de la Biblia, redactados
bajo la inspiración de la “escuela
deuteronomista”, que asume y desarrolla el programa de los reyes de
Israel/Judá del siglo VIII-VII a. C., suponen que esa “revolución
yahvista” se realizó básicamente (o culminó) a través de una “guerra
santa”, en la que el mismo Dios ayudó a los hebreos a vencer, derrotando
(y en algún sentido destruyendo y sustituyendo) a los cananeos
anteriores.
Ésta habría sido la verdadera revolución “yahvista”, fundada en la visión de un Dios guerrero,
que parece vinculada quizá a un grupo de liberados de Egipto, que
habían sido dirigidos por Moisés. Estos “liberados” que venían del sur
(del Sinaí), no del oriente, como los “patriarcas” del Génesis, estaban
bien armados y concientizados, formando un grupo militar, y de esa forma
conquistaron de manera rápida y violenta la tierra palestina.
Ésta es la postura de fondo del libro de Josué (Js 1-12), y que ha
influido en el conjunto de las tradiciones posteriores de la biblia.
Ella presupone que los israelitas se encontraban ya formados como pueblo
en el desierto, bajo la inspiración del Dios Yahvé, y que así, como
pueblo unido y bien armado, conquistaron el país de las promesas y,
matando a sus antiguos habitantes, repartieron a cordel sus tierras (cf.
Js 13-22).
Tomada en conjunto, esta visión de la conquista militar responde a un modelo de política propio del Israel posterior,
que se entiende a sí mismo como grupo guerrero invencible, que vino del
sur (de las zonas del Sinaí), y que logró vencer, por su mayor
movilidad y por su conciencia de envío religioso, a los asentados
comerciantes cananeos, vinculados a un imperio como el de Egipto que se
estaba derrumbando.
Ciertamente, esta visión transmite un auténtico recuerdo: Entre los
grupos que formaron la unidad israelita había algunos especiales, dotado
de rasgos militares. Estos “proto-israelitas” no eran pacíficos
pastores trashumantes, ni sencillos campesinos marginales, sometidos al
control de las ciudades cananeas, sino guerreros conscientes de su
poder, como aparece en Dt 7 y 20, 11-18; Ex 23, 20-33; 34, l0s; Jc 2,
1-5. A ellos se les “manda”, en una serie de “leyes teológica” que maten
a los comerciantes y guerreros cananeos, para no contaminarse con
ellos.
Los motivos anteriores (patriarcas con “invasión
pacífica”, guerreros yahvistas con victoria militar) tienen su valor,
pues Israel se fue formando en Palestina a partir de orígenes distintos:
Emigrantes que se fueron asentando en zonas montañosas o boscosas, menos habitadas, y grupos militarizados, movidos por la fe en Yahvé, Dios de la guerra, que les habría liberado de Egipto.
Pues bien, entre el año 1250 y el 1100 a.C., personas de esos
grupos (pastores, agricultores….) se unieron a otros grupos de
marginados de la misma tierra de Canaán, con los que fueron compartiendo
una misma experiencia de marginación y de nueva búsqueda social y
económica (pastores trashumantes, evadidos de Egipto, esclavos de
la tierra), de manera que todos se sintieron vinculados por una misma
opresión y un mismo deseo de libertad, descubriendo a Dios como
principio de vida y tomando así una conciencia de pueblo.
No aceptaron la estructura feudal de las ciudades cananeas
(entre Egipto y Fenicia), donde una pequeña cúpula militarizada de
comerciantes y soldados ricos, dueños del capital, dominaban sobre el
resto de la población, sino que se fueron estableciendo y consolidando
como una federación autónoma de tribus, de familias libres, organizadas
para la convivencia, vinculadas para la defensa mutua, sin un capital
superior, sin un ejército profesional.
Estos «hebreos» (emigrantes, esclavos liberadores, oprimidos de
diverso tipo, cananeos “liberados” de su opresión anterior bajo el poder
de la oligarquía comercial y militar de las ciudades) se fueron
organizando como israelitas, pueblo del Dios de la libertad, es decir,
como nuevos “cananeos israelitas”.
No entronizaron a un rey (no le necesitaban), ni
tuvieron una ciudad central (tampoco les hacía falta), ni un templo
unificado, sino que se iban vinculando en torno a los diversos
santuarios de la tierra, unidos por una misma experiencia religiosa,
social y económica de libertad compartida. No delegaron el poder en
manos de una superestructura económica, militar o religiosa (una ciudad,
un mercado, un ejército. un templo), sino que buscaron un tipo más alto
(más humano) “comunión popular” de hombres libres, organizándose por
tribus, con estructuras de libertad y convivencia que les capacitan para
extenderse como grupo más significativo por la tierra palestina .
Notas:
Esta visión guerrera de la conquista de Canaán y del establecimiento del Estado israelita en Palestina a través de una guerra de conquista contiene un elemento verdadero, aunpero limitado. Ella supone que Dios mismo combate con sus fieles, enviando su terror y destruyendo (en guerra santa) a los antiguos habitantes de la tierra. No puede haber mundo nuevo sin destrucción del antiguo; eso exige un tipo de guerra, pero una guerra que será distinta de todas las anteriores, con la ayuda del Dios de la paz, una guerra que al fin quiere ser principio de paz, superación de todas las guerras.
Pues bien, el “fracaso” de este esquema militar (y nacionalista), que se materializada en la pérdida de independencia de Israel (que cae en manos de los grandes imperios de Oriente: Asirios, Babilonios, Persas, Helenistas, Romanos…) definirá para siempre el ideal de la economía y política de la Biblia, tal como culmina en Jesucristo.
Éste era el reto que asumieron y resolvieron, al menos en principio, los grupos de Israel: Crear un pueblo que no estuviera centrado en ciudades militarizadas, unidas entre sí por intercambio comerciales, dominadas por un tipo de ejército imperial. En esa línea, pudiéramos decir que el surgimiento de Israel se consiguió a través de una «revolución popular, de manera que los componentes marginales de la sociedad cananea (comercial, militarizada), centrada en grandes ciudades-mercado, se fueron pasando a la causa de los hebreos, es decir, de las diversas tribus de hombres libres.
Israel surgió de esa manera como resultado de un pacto de campesinos pobres, fugitivos de Egipto, pastores trashumantes, restos del proletariado militar (hapiru)…, que se vincularon para formar una sociedad de tribus, confederadas bajo el signo protector de Yahvé, el Dios de los pobres.De esa forma se produjo eso que pudiéramos llamar el milagro israelita: Una sociedad que, naciendo de emigrantes, pobres y oprimidos, consiguió organizarse de manera efectiva, como signo de una humanidad fraterna.
2 MÁS ALLÁ DEL IMPERIO Y DEL CAPITAL. ISRAEL CONTRA Y/O A FAVOR DE LOS CANANEOS
En el apartado anterior he presentado algunos elementos del
surgimiento de Israel en Palestina, con el tipo de revolución que supone
el nacimiento del nuevo pueblo “sagrado”, a partir de los cananeos
sometidos y quizá de algunos grupos militarizados que había logrado
evadirse del mismo Egipto.
El proceso fue básicamente pacífico. En principio,
los cananeos controlaban las ciudades, con su oligarquía militar y
sus rutas comerciales y, debido a su ventaja económica y guerrera,
podían aprovecharse de las aportaciones ganaderas y agrícolas de los
nuevos inmigrantes. Pero en un momento dado, a partir del XI a.C., la
balanza de la misma vida (del peso se la vida y de un modelo de nueva
economía y vida social) se fue inclinando del lado de los (pre-)
israelitas:
La misma tradición religiosa de esos grupos proto-hebreos,
vinculados al Dios de libertad (de sus antepasados), con su experiencia
grupal de comunión personal y grupal, les mantuvo unidos, de manera
que fueron creando lazos de solidaridad no-militar (no comercial, ni
capitalista), mientras las ciudades cananeas, arrastradas por la
decadencia del imperio egipcio, que ejercía sobre ellas un tipo de
protectorado y arbitraje (como muestran las cartas de Tell El-Amarna),
fueron decayendo, pues eran incapaces de oponerse al avance socio-religioso de las tribus israelitas.
Este proceso, acelerado por el peligro filisteo, culminó (y
se invirtió después....) en los reinados de Saúl y David (hacia el 1000
a.C.), de manera que en esa línea no se puede hablar de una
conquista militar propiamente dicha de Palestina, sino de un despliegue
vital de los israelitas, que lograron triunfar en plano demográfico,
social y aun religioso (sin necesidad de una verdadera guerra), llegando
a integrar en su estructura tribal a las ciudades cananeas, como
suponen los libros de los Jueces y 1 Samuel.
El nuevo pueblo de Israel se formó por tanto a partir de grupos de habiru (mercenarios desclasados),
pastores trashumantes, fugitivos de Egipto y proletarios campesinos,
que se opusieron al sistema feudal de las ciudades cananeas (o de
Egipto), creando un tipo nuevo de comunidad no estatal (no capitalista),
pero muy unida en clave económica, social y religiosa, sin un Estado
central ni un templo supremo, en contra de las ciudades cananeas,
dominadas por un rey y por una oligarquía comercial, sacralizada con
vínculos divinos.
Israel surgió de esa manera como nación distinta,
formada por grupos de familias campesinas (bayith, beth‘av), que se
integraban con otras familias para constituir de esa manera clanes
(mishpahah) y tribus (shebet, matteh) que confluyen en la unidad del
pueblo unido de Israel, que se establece de esa forma desde abajo, sin
un Estado central que sometiera a todos sus miembros bajo el poder
económico-militar de su oligarquía, sin un templo superior.
Ciertamente, las tribus unidas debieron pensar en su defensa y
crearon una especie de milicias populares, pues los estados cananeos
tenían un ejército fuerte, con mandos profesionales, con carros de
combate y soldados mercenarios (pues tenían dinero sobrante para ello).
Por el contrario, las tribus de Israel no tenían un ejército permanente,
sino que lo creaban cuando fuera necesario, levantando en armas al
conjunto (o parte) de la población, en defensa de su forma de forma de
vida y de su propia tierra “liberaada”. No había un poder separado, como
privilegio de una clase militar, sacerdotal o comercial, apoyada en las
riquezas, sino que el poder y la riqueza eran de todos y debían ponerse
al servicio de todos (de la identidad del pueblo) y no de una clase
separada de comerciantes y soldados bajo el protectorado egipcio.
En esa perspectiva se entiende el herrem o anatema,
propio de la guerra de las tribus que debían defender su forma de vida
común, en contra de las tendencias impositivas del entorno
económico-militar de los cananeos (cf. Ex 23, 23-24; 34,10-11; Dt 20,
16-18; Jc 2,1-5…). Miradas desde una perspectiva actual, las prácticas
del herrem (matar a los líderes cananeos, destruir sus lugares de
culto…) pueden parecernos sanguinarias y terribles (y en un sentido lo
son), pues parecen implicar una fuerte limpieza étnica, la destrucción
sistemática del sistema de vida de los líderes cananeos (anteriores).
Pero esas prácticas estaban precisamente al servicio de la supervivencia
y libertad de los cananeos oprimidos (esclavos, campesinos sometidos,
soldados mercenarios).
En esa línea, el herrem no se puede entender como exterminio
de toda la población anterior, sino como destrucción de sus
instituciones opresoras, para que el conjunto de la población (los
pobres y oprimidos) puedan vivir. Ese herrem está pensado para
salvaguardar la vida común, con el rechazo de un tipo de acumulación de
poder económico o político de algunos que se imponen sobre los otros. A
través del herrem, los israelitas se comprometen a destruir aquellas
“instituciones” y personas que les parecen contrarias al ideal
igualitario de las tribus.
Para que pudiera surgir la comunión igualitaria entre todos,
los nuevos israelitas tuvieron que destruir a unos dioses que
justificaban la opresión y derribar (incluso matar, en algunos casos) a
unos líderes político-religiosos que promovían esa opresión,
con aquellos objetos de lujo y de guerra que se oponían a los
principios fraternos de la nueva sociedad hebrea. Miradas así, las
guerras de Yahvé no eran eclosión de violencia irracional, ni deseo de
conquista militar, sino expresión de fe al servicio de la constitución
pacífica del pueblo. En ese sentido, esas guerras (entendidas como
lucha contra un sistema económico-religioso de opresión) resultan
inseparables del surgimiento y despliegue de las tribus que querían
mantener su identidad contra la amenaza de las ciudades cananeas con su
religión centrada en un tipo de opresión social y de imposición
económica. Así lo ha puesto de relieve D. G. Groody:
“A pesar de las advertencias repetidas de los jueces y profetas, los israelitas optaron a menudo por unos dioses íntimamente conectados con la prosperidad financiera, unos dioses que legitimaban la codicia, las prácticas comerciales explotadoras y que abandonaban a los pobres. Ya no se sentían impulsados por las exigencias del pacto con Yahvé, sino que siguieron a unos dioses que no demandaban ya una vida de honradez, ni una conducta honesta, ni que hubiera compasión por los necesitados o carentes de poder. Así, por ejemplo, como adoradores de Baal, Ajab y Jezabel podían justificar el robo, la explotación y muchos homicidios (1 Rey 16, 29 – 21, 29).
Para la Biblia, Egipto es más que la designación de un lugar físico. De un modo semejante, los Cananeos son para la Biblia más que un pueblo étnico (una raza). Los estudiosos disputan sobre el origen del nombre “Canaán”, pero algunos de ellos creen ese nombre (Canaán) viene de una palabra que significa púrpura-rojiza. La forma hebrea (Canaán) está tomada de una palabra hurrita que significa “perteneciente a la tierra de la púrpura-roja”. Desde el siglo catorce a.C., Canaán designaba aquel país donde los comerciantes “cananeos” o fenicios intercambiaban sus mercancías por un producto comercial más importante, el tinte de la púrpura-roja, que procedía del pigmento de unos moluscos de la costa de Palestina, que se empleaba para fabricar colorantes.
La púrpura era un color estéticamente bello que se empleaba para la ropa de lujo, un color que parece haberse utilizado simbólicamente para dar su nombre a los lugares o mercados donde se vendía. Si esto es así, es muy probable que exista una conexión entre el pueblo histórico que habitaba en esta tierra y los lugares de mercado (de púrpura). Con el tiempo, el nombre de “cananeo” vino a asociarse con el de comerciante. En esa línea, por ejemplo, en el evangelio de Lucas, el hombre rico que no tiene en cuenta a Lázaro, un pobre mendigo, se viste con atuendos de púrpura (Lc 16, 19); más que una simple observación literaria, este dato constituye una indicación ulterior del mal influjo de la prosperidad.
Según eso, la controversia de la Biblia en contra de los cananeos y el mandato de “destruir todas sus figuras de piedra y sus imágenes fundidas” (Num 33, 51-52) no se dirigía simplemente en contra de un grupo de gente, sino en contra una mentalidad vinculada al materialismo del mercado. Cuando los israelitas se iban aproximando a la tierra de Canaán, Yahvé les dijo: “No contaminéis la tierra en la que vivís, la tierra en medio de la cual yo habito; porque yo soy un Dios que habita en medio de los israelitas” (Num 35, 34). Es como si Yahvé pusiera a los israelitas en guardia ante el poder de seducción de los lugares de mercado, rechazando todo tipo de sincretismo utilitarista, que llevara a la vinculación de Yahvé con los dioses del comercio (Dt 20, 16-18).
Los cananeos son un símbolo de aquellos pueblos que ponen en práctica un tipo de vida que está gobernada por la búsqueda de ganancias. Los dioses del mercado son los que conducen a una autonomía egoísta, donde el “self” o profundidad del ser humano aparece como fuente (egoísta) de la vida, en vez de venir a presentarse como agente receptivo y creativo del poder divino de Dios. Los dioses cananeos tienen un gran poder de seducción, precisamente porque están asociados con los dioses del mercado; están vinculados con los dioses de la fertilidad que impregnan la tierra, que ayudan a crecer a las cosechas y que, de esa forman hacen que aumenten las ganancias comerciales…”
)(Cf. D. G. Groody, Globalización, espiritualidad y justicia, Verbo
Divino, Estella 2009, 96-97, con citas Mirrill F. Unger, “Canaan,
Canaanites”, en The New Unger’ Bible Dictionary, Moody Press, Chicago
1988, 202 y Michael Astour, “The Origin of the Term ‘Canaan”,’
Phoenician’ and ‘Purple’”, Journal of Near Eastern Studies 24 (1965)
346-350. Éste es un tema que ha sido desarrollado por N. Gottwald, The
Politics of Ancient Israel, Westminster John Knox, Louisville KY; Id,
The Tribes of Yahweh: A Sociology of the Religion of Liberated Israel
1250-1050 BCE, Sheffield Academic Press, London 1979 (2ª ed. Sheffiled
Academic Press 1999). En este contexto se pueden evocar los diversos
lugares en los que el Antiguo Testamento ofrece referencias sobre la
actitud de Yahvé en relación con los mercaderes y los lugares donde
tienen lugar los mercados comerciales. Entre ellos, cf. Job 41, 6; Is 2,
6-8; Ez 16, 29; 17, 4; Os 12, 7; Sof 1, 11))).
En contra de un ideal capitalista de acumulación del dinero y de un tipo de comercio como forma de enriquecimiento (centrado en unas ciudades que oprimen a los campesinos), la Biblia presenta a Israel como federación de agricultores y pastores libres, en contacto directo con la tierra, que se reparte por igual (a suertes) entre todas las familias, como ha descrito minuciosamente el libro de Josué (cf. Js 12-20).
En contra de un ideal capitalista de acumulación del dinero y de un tipo de comercio como forma de enriquecimiento (centrado en unas ciudades que oprimen a los campesinos), la Biblia presenta a Israel como federación de agricultores y pastores libres, en contacto directo con la tierra, que se reparte por igual (a suertes) entre todas las familias, como ha descrito minuciosamente el libro de Josué (cf. Js 12-20).
No hay en ese nuevo contexto de Israel ciudades superiores,
dominando sobre el campo, ni un templo central (dirigiendo desde arriba
la religión del pueblo), ni un “capital” separado de la producción
agrícola y del intercambio igualitario de bienes. Sobre esa base utópica
de comunión se funda la experiencia israelita. Por eso (en sentido
simbólico), los buenos israelitas han tenido que “destruir” a los malos
cananeos, a través de un proceso que no es tanto una guerra en contra de
los enemigos exteriores, sino una superación del “germen cananeo” (de
capitalismo mercantil) que ellos mismos llevaban dentro.
Por Xavier Pikaza, publicado en Religión Digital
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