Orgullo herido
Invito a leer un simpático cuentecito del Antiguo Testamento que,
con una fina ironía teológica, nos da una imagen de Dios que muchos
cristianos actuales todavía no han descubierto.
Es un cuentecito, dos páginas, que desarrolla la
historieta de un profeta al que Dios envía a Nínive con tremendas
amenazas si no se arrepienten de su inmoralidad. El profeta huye hacia
el otro extremo del mundo para evitar esta ingrata tarea. En su travesía
surge una tormenta, castigo de Dios por su desobediencia, y es arrojado
al mar; se lo engulle un enorme pez, reza a Dios, y el pez lo devuelve a
la playa. Ahora sí; va a Nínive (capital del Imperio asirio, enemigo
tradicional de Israel y símbolo de crueldad y opresión), predica su
amenaza, y Nínive se convierte desde el rey hasta el último habitante.
Dios los perdona, el profeta se siente estafado, y Dios baja para
apaciguarlo. Un cuentecito, conscientemente increíble como historia,
pero literariamente excelente como apólogo.
Es contracultural. Parece que se escribió hacia el
siglo V ó IV antes de Cristo, después de la vuelta de los cautivos de
Babilonia, cuando Esdras y Nehemías habían impuesto una campaña para
cimentar el nacionalismo judío entorno al Dios de Israel. Con este fin
reescribieron la Torá y, para apartar a los judíos de los gentiles,
exigieron el cumplimiento del descanso sabático y de los alimentos
impuros, y expulsaronn a las mujeres cananeas que se habían casado con
los judíos. Contra este nacionalismo religioso, el profeta presenta a un
Dios que ama también a los gentiles.
Es irónico. El profeta huye de Dios, se embarca
hacia Tartesos (España) en dirección contraria a Nínive (Irak actual).
Teme que va a arriesgarse en un país enemigo, para que luego Dios
perdone a los malos, y su profecía no se cumpla. ¿Orgullo profesional
herido? En aquellos tiempos existía la profesión de profetas, a los que
se pagaba como a los videntes actuales, y ni el pueblo ni los reyes
sabían distinguir entre los profesionales y los enviados por Dios.
Nuestro profeta se enfada, Dios (al que ni siquiera los profetas podían
mirar directamente) conversa aquí amigablemente con él tratando, con
poco éxito, de calmarlo; pero Jonás le replica justificando su enfado: ¡Claro que me enfado! Y mortalmente.
Es profundamente teológico. No porque los
evangelistas relacionaran la resurrección de Jesús con el episodio de la
ballena, sino porque sabe que el Dios de Israel no es un Dios
nacionalista, es el Dios de todos los pueblos, y no sólo para
castigarles sino para amarlos, para compadecerse de sus sufrimientos. No
es un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos, sino que ama a
los buenos y a los malos.
Yo sabía que eres un Dios compasivo y clemente, lento para
enojarte y de gran misericordia; yo sabía que te arrepientes de las
amenazas.
El enfado del profeta no es sólo por su desprestigio; deja ver un
cierto resentimiento por ese amor que Dios muestra por unos gentiles,
que además están ignorando los mandamientos que el pueblo de Dios trata
de observar a regañadientes. También los cristianos sabemos de estos
resentimientos al condenar tajantemente a los malos que no cumplen los
mandamientos. ¿Creemos que Dios ama y perdona a Boko Haram?
La teología de este profeta anticipa lo que más tarde mostrará Jesús
en la parábola de la oveja perdida, la del jornalero de la última hora
que cobra igual que los que echaron la jornada completa, y la del
hermano mayor enfadado por el recibimiento del padre al hijo pródigo. Es
irónico hasta el final:
Entonces le dijo el Señor. Tú te apiadas de un arbolito que no has plantado...
¿No voy yo a compadecerme de Nínive, esa gran ciudad en la que
viven más de ciento vente mil ignorantes y en la que hay mucho ganado?
Por Gonzalo Haya. Publicado en Fe Adulta
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