Espíritu de sabiduría y revelación

Cuando estaba en la facultad, celebrábamos una liturgia el Jueves Santo que culminaba con un fantástico espectáculo de luces en el techo. Al principio, era algo sutil, pero entonces la música vocal se transformaba en instrumental y todos comenzábamos a percibir las luces que bailaban y se mezclaban sobre nuestras cabezas. Debía haber durado alrededor de un minuto cuando de repente una voz bramaba: "¿Qué hacéis mirando arriba? Id y contad al mundo lo que habéis visto".

Era un momento fabuloso y el mensaje se quedaba con nosotros.

Descender a la misión es seguramente parte del mensaje aquí, la escena nos recuerda la de la Transfiguración, cuando Jesús le dijo a Pedro que no tenían tiempo para acampar en la montaña; que había trabajo por hacer y mucho por aprender. No obstante, podríamos imaginar un final alternativo a la historia de la Ascensión.

¿Qué habría pasado si uno o dos de los discípulos hubiesen tenido la valentía de contestar a los ángeles? (Del contexto podemos deducir que eran ángeles). Contestar no era algo fuera de lugar. Al fin y al cabo, en el mismo comienzo del Evangelio de Lucas, María había contestado al ángel -como lo había hecho Zacarías, con resultados menos positivos.

Pedro o Marta podrían haber dicho: "¡Nos dijo que todavía no es el tiempo! Tenemos que esperar a un defensor qué va a venir".

Otros podrían haber tenido el coraje de decir: "¿Por qué estamos mirando al cielo? Porque no sabemos lo que va a suceder".

"¿Dónde si no vamos a mirar? Necesitamos ver más allá de este lugar donde nuestros pies se están hundiendo en el barro del miedo y de la confusión. Alrededor nuestra no vemos sino señales de todo lo que ha ido mal en las últimas semanas".

Si alguien hubiese salido en defensa de los ángeles, tal vez hubiese sido María Magdalena. Al haber comprendido que no podía retener a Jesús, podría haber animado al resto: "Vamos, chicos, sé que no podéis basaros simplemente en mí, pero Él dijo que permanecería con nosotros. ¿No lo pillais? Esto es como cuando Elías se marchó en su carro de fuego- dejó a Elisha con una doble ración de su espíritu. Así que, por una vez, vamos a intentar hacer lo que nos ha dicho".

Aunque esto sea imaginario, la historia de Lucas sí nos retrata la tensión entre quedarse mirando al cielo y volver a poner los pies en la tierra. Pensando sobre ello, bien podemos comprender lo poco preparados que aquellos discípulos debieron haberse sentido para su misión.

La Carta a los Efesios nos ofrece una descripción de los dones que los discípulos necesitaban para seguir adelante. En la selección de hoy de esta carta, leemos: "El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros".

¡Qué oración para unos discípulos con su voluntad a medias, principalmente confundidos!

Esta oración comienza enraizándonos en nuestra fe, recordándonos que la voluntad de Dios Padre,
"Nuestro Señor"y el Espíritu siempre es para nuestro bien. Cuando pide un Espíritu "de sabiduría y revelación", nos abre a un Espíritu que nos da la capacidad de leer los signos de los tiempos, de reconocer cómo Dios nos está guiando a través de las personas y los acontecimientos de nuestros días. Rezar que "ilumine los ojos de nuestro corazón" es pedir una visión de dimensiones divinas, en la esperanza de que llegará más allá que todas nuestras imaginaciones puestas juntas.

Podemos celebrar la Ascensión como una invitación a la imaginación que nos conduce a pedir tal bendición. Estamos invitados a levantarnos con los discípulos que escucharon la promesa, que sabían que no volverían a ver a Jesús nunca más pero que seguían estando encargados de llevar adelante su misión.

Como ellos, nosotros debemos afrontar los acontecimientos muy reales y muy desesperanzadores de nuestros tiempos, las circunstancias que no pueden ni deben ser ignoradas. Podríamos compartir su deseo de simplemente mirar al cielo pidiendo una solución, pero también escuchamos a los ángeles y a los profetas que nos recuerdan que la oración es solo una parte de la ecuación.

Si tenemos la audacia y el coraje de rezar por las bendiciones de la sabiduría, de la revelación, del conocimiento de Dios, de corazones iluminados y esperanza cristiana, seremos llamados a la acción. La noticia realmente buena es que Cristo nos ha prometido que, mientras vamos a los confines de la tierra, permanecerá con nosotros hasta el final del mundo. 

Por Mary Mc Glone. Traducido del National Catholic Reporter

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