El Reino de Dios no es una meritocracia

Una de las creencias más valoradas en la cultura media occidental es la idea de que uno puede llegar a la cima, si trabaja lo suficientemente duro. No importan tus circunstancias, tú también puedes tener salud, felicidad y plenitud, simplemente si te pones a ello.

Esta idea permea la cultura pop, la política y los negocios. Desde Oprah Winfrey hasta Mark Zuckeberg, los líderes de nuestra cultura nos dicen que los únicos límites a nuestro éxito son nuestra propia imaginación y esfuerzo. Es casi imposible pasar un día sin exponernos a algún mensaje comercial que nos recuerda que no somos lo suficientemente buenos, lo suficientemente fuertes, lo suficientemente sanos -pero que lo podemos ser, si nos esforzamos más-.

La mitología occidental es una de movilidad ascendente. En nuestras vidas, se nos vende la idea de que los mejores y los más brillantes pueden tenerlo todo. Y si tú y yo no lo tenemos todo, bueno, debe de ser que no somos los mejores ni los más brillantes. No debemos merecérnoslo. Al menos, no todavía.

Este mito de la meritocracia es tentador, porque parece lleno de esperanza. La grandeza está a nuestro alcance, si estamos dispuestos a sacrificarnos por ella. Cualquier fracaso que experimentemos puede explicarse por nuestra falta de tenacidad. Nuestra falta de mérito. Si nuestras vidas no alcanzan lo que se nos ha prometido, solo podemos culparnos a nosotros mismos.

La meritocracia es una ideología poderosa. Dirige la vida de millones de personas, incluidas muchas que se consideran seguidoras de Jesús. Sin embargo, Jesús nunca enseñó nada que se parezca remotamente a la meritocracia. Todo lo contrario. La vida y el ministerio de Jesús nos enseñan un camino de movilidad descendente.

Por medio de Su Cruz, Jesús nos revela a un Dios que renuncia al poder, al control y a la seguridad para mostrarnos amor y misericordia. Con su vida de carpintero pobre y de profeta itinerante, Jesús niega la supremacía de la riqueza y de las influencias humanas. Y mediante su asociación con los excluidos y descartados -los recaudadores de impuestos, las prostitutas y otra gente "sucia" de su tiempo- Jesús revela un Reino puesto boca abajo.

El camino de Jesús es el extremo contrario al mito meritocrático. Es una comunidad de Dios que rompe todas las expectativas de nuestra sociedad de buscadores de estatus, de nuestro mundo orientado a resultados. Es un Espíritu cuya presencia se siente en los márgenes de la sociedad, cuyo amor llega a quienes lo han perdido todo. El camino de Jesús no es el camino a la gloria en ningún sentido humano. Es un camino marcado por la humildad, la ruptura y el sufrimiento compartido con los pobres. En Su Reino, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos.

A través de las parábolas, Jesús nos da unas pinceladas de cómo podría parecer ese Reino. En una de estas historias, Jesús nos cuenta que el Reino de Dios se parece a un terrateniente que acude a primera hora de la mañana a la plaza, para contratar trabajadores para un proyecto. Hay hombres esperando al propietario y éste acuerda pagarles el salario decente de un día. Corren a las tierras del Señor.

Sobre el mediodía, el propietario se da cuenta de que podría necesitar más ayuda, así que acude a la plaza y encuentra a otros trabajadores esperando. También los contrata.

Por fin, ya atardeciendo, el propietario regresa a la plaza. Todavía hay algunos hombres allí esperando. No los ha contratado nadie, así que simplemente se han quedado en la plaza todo el día. "Venid conmigo", les dice el propietario. "Trabajad conmigo lo que queda de día y os pagaré lo que es justo". Los trabajadores no tienen otra cosa que hacer, así que van.

Va a ser la hora de la cena, el Sol comienza a irse. El propietario llama a los trabajadores y se prepara
para pagarlos. Abre su monedero y comienza a pagar a cada trabajador, comenzando por los que se han unido al final. Para sorpresa de todos, el propietario paga a los trabajadores el salario de una jornada completa, como si hubiesen pasado todo el día trabajando.

Viendo esto, el resto de trabajadores se emocionan. Si el propietario está pagando un salario de jornada completa a estos hombres que solo han trabajado una hora, ¡seguramente al resto de trabajadores les pagará más! Pero el empresario paga a cada trabajador el mismo salario.

Para cuando el último trabajador recibe su paga, aquellos que han aparecido primero comienzan a quejarse. "Escucha, señor. ¿Cómo nos vas a pagar nosotros lo mismo que a esos que han aparecido hace solo una hora? Estás actuando como si hubiesen trabajado tan duro como nosotros. ¡Nosotros hemos estado sudando todo el día bajo el Sol!"

El propietario simplemente mueve su cabeza: "Vamos, amigo. No estoy haciendo nada malo contigo. Acordamos el salario justo de un día, ¿no? ¿De verdad te vas a quejar si soy generoso con los que han venido tarde? Es mi dinero para que lo gaste como quiera, ¿no?"

Y así los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos.

El Reino de Dios no es sobre ser productivo, o inteligente, o fuerte, o merecedor de nada. No va de conocer a la gente adecuada ni de ser listo. El camino de Jesús es uno de radical igualdad, incluso para aquellos que pensamos que no se lo merecen. ¿Por qué? Porque Dios así lo quiere. Es en Su mundo en el que vivimos. ¿No tiene derecho a ser generoso?

Todos nosotros necesitamos la generosidad de Dios. El mito de la meritocracia de alguna manera se imagina que cada uno de nosotros puede ganarse el pan de cada día. Pero Jesús nos enseña que nadie puede ganar la gracia. Ninguno de nosotros, ni el magnate más rico ni el sintecho pueden decir: "He construido esto, he hecho esto, esto es mío". El mundo entero es del Señor, nuestras mismas vidas Le pertenecen. No poseemos nada, no hemos ganado nada. En el Reino de Dios, lo único que nos queda es la gratitud.

Esto puede dar miedo, pero también es liberador. Cuando nos damos cuenta de que no podemos alcanzar ningún logro, despertamos a la realidad de que tampoco tenemos que hacerlo. Nuestras vidas no tienen que ser justificadas por el mito de la productividad. Somos creados por un Dios Amor que cuida de nosotros, como de los pájaros del cielo y la hierba del suelo. Todavía pueden suceder cosas malas. Los pájaros se mueren y la hierba se marchita. Pero ya no tenemos que soportar la carga de ganarnos nuestro éxito. No podemos. Dios no lo espera de nosotros y nosotros solo podemos estresarnos intentándolo.

¿Cómo sería romper las cadenas de la meritocracia y abrazar la gracia radical de Dios? ¿Qué sería compartir el Reino boca abajo de Dios? Especialmente para aquellos de nosotros que hemos estado trabajando todo el día por nuestro salario, ¿cómo abrazar la generosidad abundante de Dios para todos, incluidos nosotros mismos?

Traducido de Micah Bales

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